Un polvorín de riesgos envuelve el mundo. Al ritmo del reloj, la vida cada día es menos de fiar. La índole moral de la sociedad está en entredicho. Que no es poco. Aquí, señores, se mata y se muere de verdad. Delante: un horizonte de sombras. “Ya no puede ser el cuervo más negro que son las alas”, dice la soleá. Ante las pantallas presenciamos la guerra, las guerras, como si el drama fuera un videojuego. En la memoria: algo parecido ocurrió con la de Irak. La guerra en internet. La siniestra belleza de las bombas televisadas con la asepsia hipnótica de un piromusical. De niños ya nos vacunaron del veneno atroz de la contienda con aquellas Hazañas bélicas. Ingenuas, eso sí, como soldaditos de plomo, pero…

¿Cuántos muertos, mutilados, desheredados y desplazados harán falta para que dejen de ser un número, una cifra, una estadística? ¿Cuánta devastación y miseria será necesaria para que salgamos de nuestro autismo? En el bien entendido que este curtirnos con piel de galápago muchas veces es un asunto de autoprotección mental, un antidepresivo sin receta, un esconderse detrás de una inmensa nube de ceguera. Como los niños que, tapándose la cara, creen que no los miramos. Un antídoto para la mala conciencia. “Como no lo veo, no existe”. Oídos sordos y vista ciega a las sombras que se anuncian. A los buitres que nos planean. A diferencia de lo que cantó Lennon en Imagine , al hombre solo hay que darle una oportunidad para la maldad, para que se disponga al asesinato y al crimen. Y a organizar la devastación de sociedades enteras. ¿Genocidio?

Como Dios o el demonio no me han hecho posible tener la facultad y la mínima inteligencia para ser politólogo, analista ni estratega de nada, quizá es por ello que siento una profunda náusea por la supuesta neutralidad, por la equidistancia, por el sí-pero…, por la desconexión y abandono de muchos que no distinguen la realidad del drama colectivo, saturados como estamos ya de catástrofes en “riguroso directo”. Por favor, que no nos vengan con matices y culpas repartidas: estamos ante la democratización del dolor y la muerte, ante una masacre indiscriminada organizada por unos pre humanos psicópatas asesinos en serie, quizá dirigidos por intereses que ignoramos. Revendedores de agonías.

Una contienda de fracasos humanos en un mundo desajustado y confundido. Una visión corrosiva de la humanidad, es cierto, pero las sombras de los cadáveres inocentes deberían pesar, digo yo, en muchas conciencias –¿tienen?–. Se cree que los conflictos se pueden solucionar con la presión colectiva de la buena gente. Hay precedentes. Pero eso, a quien corresponda. - Joan-Pere Viladecans, Pintor.