LAS MIL Y UNA NOCHES EN DJEMAA AL-FNA
"A ninguna de las mujeres le apetecía acostarse con el sultán. Para que estuviera entretenido, una de ellas le propuso que contara un cuento diferente a cada una, para ver si el ingenio conseguía despertar su interés”. Quien cuenta esta moderna versión de Las mil y una noches, con algunas Xahrazads que toman el mando, es Zuhair Khaznaui, narrador profesional de historias y codirector del Festival Internacional de Cuentacuentos de Marrakech mucho y juega con sus diferentes. tonalidades de voz para no perder la atención de los oyentes que se han acercado al World Storytelling Cafe, una de las cafeterías de la ciudad que ya hace un tiempo se reinventó para acercar a sus clientes la tradición del hikayat, ya que así se conoce a Marruecos esta herencia milenaria. Consciente de que la mayoría de asistentes serían turistas, este joven de 27 años preparó sus narraciones en inglés “Me adapto a la gente que me viene a escuchar. en darija –árabe marroquí– y es probable que vista una chilaba o alguna prenda tradicional. Aquí, en cambio, podría venir en vaqueros si quisiera. Lo importante es que lleguen las historias y sus lecciones, pero, sobre todo, que nuestras costumbres no queden en el olvido y salgan de la precariedad en la que están”.
La pérdida de tradiciones es algo que preocupa y mucho a algunos jóvenes del país, como el propio Zuhair. La pandemia le cogió viviendo en Alemania. “Fue una época terrible, en la que todos pensábamos que podíamos morir, por lo que fue inevitable revisitar nuestras raíces. En mi caso, volví a mi país y empecé a indagar en mi cultura, a veces más conocida en el extranjero que en nuestro propio país. Fue así como acabé adentrándome en el mundo de los cuentacuentos”. Tanto es así que, con su socio y amigo, Brahim Daldali, abrieron, a tan sólo diez minutos de la mítica plaza Djemaa al-Fna, la International Storytelling School de Marrakech, “la primera escuela de artes escénicas de su tipo en el mundo”, según ellos mismos promueven. “Queremos enseñar a las nuevas generaciones nuestra cultura y orígenes y aportarles un toque de frescura. Que vean con sus propios ojos que las cosas antiguas no son necesariamente aburridas y pueden llevarse al siglo XXI”, explica Daldali, quien explica que, aunque todavía de forma tímida, cada vez son más las mujeres que se apuntan a los cursos.
La emergencia sanitaria despertó conciencias en algunos, pero también sembró el miedo a otros, los mayores. Gran parte de los narradores orales de Marrakech son personas mayores que han preferido no volver a los multitudinarios corrillos que se forman cada noche en la icónica plaza Djemaa al-Fna, el corazón vital de la ciudad. Esto preocupa a muchos, puesto que los cuentacuentos, al igual que los curanderos, adivinos, aguadores o las tatuadoras de henna, entre otros, fueron declarados patrimonio cultural inmaterial de la humanidad por la Unesco. En su web, la propia organización señala que, más allá de la pandemia y el terremoto que tuvo lugar el pasado año y que causó miles de muertos, “la urbanización, y especialmente la especulación inmobiliaria y el desarrollo de la infraestructura vial, representan una fuerte amenaza para este espacio natural”. Y concluye que, “si la plaza alcanza mayor popularidad debido al desarrollo del turismo, las prácticas culturales podrían verse afectadas”. “Eso ya ocurre. Es un sitio ruidoso por sí mismo, pero cada vez lo es más y se hace imposible escuchar ninguna historia. Por eso, si viene algún cuentacuentos, debe retirarse a una esquina”, indica Huali, que dirige un negocio de excursiones a la misma plaza. "Eso si vienen, porque son cada vez menos habituales". Algo que sus antepasados no hubieran imaginado. ¿Por qué la plaza situada junto a Kutubia –que significa “mezquita de los libreros”–, no tiene a su alrededor ni libros, ni librerías, ni cuentacuentos?
Más allá del silencio, otra cosa que busca a esta nueva generación de jóvenes que se interesa por este oficio es la estabilidad. Y esto es más fácil de conseguir con colaboraciones fijas, o al menos frecuentes, en hoteles, riads, librerías y restaurantes que en la calle. Una tendencia de la que también se ha dado cuenta el Instituto Cervantes de Marrakech que, en todo caso, defiende cualquier iniciativa que tenga que ver con la preservación de esta práctica y su extensión a los más jóvenes.
Mohsine Touel, otro joven narrador, es por ejemplo un frecuente del Cafe Clock, otra cafetería que reivindica el papel de los cuentacuentos tanto en Marrakech, como en Fez y en Shauen, donde también han abierto locales. “Mi madre era analfabeta, pero cuando era pequeño me contaba cada día un cuento diferente que había memorizado de mi abuelo. Esto, además de generar un fuerte vínculo entre nosotros, me despertó un gran interés que me llevó a ir a muchos de estos espectáculos ya formarme gracias a la generosidad de muchos de los antiguos maestros, como Ahmed Zargni, ya fallecido, a quien los habituales y los mayores de la plaza conocen, ya que pasó años contando historias e invitando a todo el mundo a soñar”.
Es muy probable que el señor Zargni sea uno de los discípulos que aparecen fotografiados en el Museo del Patrimonio Inmaterial de la plaza Djemaa al Fna, que dedica una retrospectiva a la figura de los cuentacuentos y reivindica su papel.
"Mi madre era analfabeta pero me contaba cuentos y me despertó el interés", confiesa Daldali. “El orgullo que sentimos en nuestro país es la energía que nos impulsa a mantener viva esta tradición y llevarla más allá de nuestras fronteras. Esperamos que, en un futuro próximo, nuestro ministerio organice más eventos culturales para llevar nuestro arte todavía un paso más adelante y que todo el mundo lo conozca. Empezando por nosotros mismos”, concluye Tuel”.
UNA HISTÒRIA DE DJEMAA AL FNA - LES SEDUCCIONS DE MARRÀQUEIX
En la plaza de Djemaa en Al-Fna, en Marrakech, hay unos hombres que cuentan historias cada anochecer o por la noche, y tambien poco a poco, mujeres. Esta es una de estas historias, la he sacado del libro 'Seducciones de Marrakech' de Josep Piera, premio Sant Joan 1.996.
"Eso era un bereber que tenía una parada de frutas, a la entrada de un mercado, justo al lado de la carretera. Era todo lo que tenía para ganarse la vida. Un mal día un camión, conducido por un chófer inexperto, al recular con una maniobra torpe, se le echó encima, se lo rompió todo y le arrojó la fruta al suelo, para alimento de bestias y rapiña de chiquillería. Enseguida llegó la policía que empezó a hacer preguntas, sacó papeles y le dijo al vendedor: "no se preocupe, ahora me da cincuenta dirhams y escribiré en ese papel que el camionero tiene la culpa, que se le ha echado encima y le ha dañado la mercancía."
El bereber sacó los cincuenta dirhams y se los dio al policía. El policía se puso a escribir cuatro líneas. El bereber le miraba, preocupado. Entonces, el otro policía (la policía siempre va en parejas) dijo al compañero, con disimulo: "Hombre, puestos a hacer, pídele cien y nos los repartimos a buenas, cincuenta para cada uno."
El primer policía volvió a hablar con el vendedor bereber: "Mirad, me da cincuenta más, y os escribiré que el del camión es el culpable, que es él quien tiene que pagar todos los daños, que debe cobrarlo". los perjuicios...."
Los bereberes son famosos de tanto como les gusta el dinero, dicen que las aprovechan todas. Los ojos se le encendieron al vendedor de frutas. El pobre había perdido todo, todo, todo lo que tenía para ganarse la vida. "Devolvedme los cincuenta dirhams que os he dado", rogó el viejo. El policía pensó que le pedía el billete por falta de cambio, y que iba a darle otro de cien dirhams. Le devolvió. Pero cuando el bereber tuvo el billete en el bolsillo, le espetó al policía: "Ahora, si queréis, podéis escribir que he sido yo mismo quien ha atropellado al camión"
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