La memoria es como una biblioteca que permite ordenar sus recuerdos por temas. Y cada vez que repaso el apartado del terrorismo se acumula el trabajo. Hay imágenes que me llevan a Euskadi, por ejemplo, si pienso en los más de 500 kilómetros que nos tragamos para abrir el Telediario desde Ermua, cuando aún soñábamos con que Miguel Ángel Blanco no acabaría asesinado. O la desazón al día siguiente de la bomba contra Fernando Buena y su escolta; "Nosotros no vamos a cambiar nada", me espetó un dirigente nacionalista, tras los primeros abucheos que había tenido que oír el lendakari Ibarretxe. Otros recuerdos se quedan en Cataluña. Y ahí aparecen Hipercor, la casa cuartel de Vic... o el golpe del atentado que acabó con la vida de Ernest Lluch, sólo parcialmente compensado por la manifestación de protesta gigante en Barcelona. Y me venden flashes de esa misma memoria en Madrid, en Sevilla, en Zaragoza, en... He tenido que proclamar, como tantos otros periodistas, que el fin de ETA era la noticia que algún día me gustaría dar. Pero la acabamos dando. Tampoco olvidaré nunca la fortaleza que nos transmitió, a través de la radio, la hija de Isaías Carrasco, muy alejada de las melifluas palabras de un cabecilla abertzale al que un día tuve casi que gritar para que me mirara a los ojos cuando estábamos hablando de ETA. Y he leído a Patria. Y he llorado con Maixabel. Y sé que somos muchos, muchísimos, los que compartimos memoria y sentimientos. Por eso resulta tan indigna la pelea de barrio que nos han regalado esta semana, con las víctimas dolidas y estupefactas en primera fila. La (ultra) derecha de ese país se ha radicalizado, parece que sin remedio. Y la izquierda que (todavía) gobierna no ha tenido el coraje para hacer pedagogía, defendiendo que la justicia no puede ser vengativa. Ni siquiera con los terroristas. Esto no va de errores en la votación, ni de tretas parlamentarias. Porque convalidarles los años de prisión que hayan cumplido en otro país no es regalarles nada. Es seguir demostrando que somos mucho mejores que ellos. - Carlos Francino en elperiodico.es/