Una cosa es mentir para salir del paso, otra edificar deliberadamente la carrera política sobre mentiras. También esto último tiene su fecha fundacional: 22 de enero del 2017. Ese día en que la consejera presidencial Kellyanne Conway trató de validar una patraña de Sean Spicer, secretario de prensa de la Casa Blanca, que afirmaba contra toda evidencia fotográfica que la ceremonia inaugural de Trump había sido la más concurrida de la historia. Trató de hacerlo diciendo: “Spicer dio hechos alternativos”. Un argumento absurdo, porque lo que ocurre es un hecho, y lo alternativo era un invento. Conway es reincidente, la matanza que  nunca existió es otro de sus hechos alternativos, de hecho, una mentira.

Pronto supimos que aquello no sería una excepción, sino la primera piedra del castillo que iba a levantar Trump en su primer mandato (2017-2021). Glenn Kessler, verificador de noticias de The Washington Post , declaraba en la Contra de la vanguardia que tenía documentadas 30.000 ocasiones en las que Trump mintió siendo inquilino de la Casa Blanca. Difícilmente hizo pues otra cosa más veces que mentir: ni poner la tele, comer hamburguesas o beber Coca-Cola, tres de sus aficiones.

A partir de la fecha mencionada, la mentira se ha desbocado entre las élites políticas de todo el mundo. Ya no –insistimos– para salir del paso, sino con el fin último de imponer el propio relato, caiga quien caiga, empezando por la verdad, siguiendo por la ética, luego por el fair play, y acabando quizás por la democracia de la que aún disfrutamos.

Se puede comprender que, a falta de las habilidades requeridas para ganar el poder en buena lid, el PP azuce a calumniadores de la catadura de su portavoz, Miguel Tellado. Pero que su presidente Feijóo haya tratado de proteger a Mazón, incompetente barón valenciano, echando la culpa a servicios estatales que funcionaron correctamente, nos indica que el PP no le hace ascos a la mentira y proyecta sobre el rival sus propias culpas.

Este último fenómeno está bien definido en los manuales de psicología, donde se presenta la proyección como un mecanismo de defensa de quien ha metido la pata. Pues bien, en la variante practicada por el PP ya no se trata de un mecanismo de defensa, sino de ataque, probable reflejo de la doctrina Trump. Ahí está el caso de la presidenta madrileña, íntimamente vinculada a un defraudador confeso, que en lugar de poner orden en casa verbaliza su afán exterminador con el lema p’alante dedicado a los rivales que ella querría sacar del Congreso y meter en la cárcel.

¿Cuánto falta para que la democracia pierda por completo el respeto a la veracidad y la convivencia que tuvo? Quizás poco. Cuando se dé plena carta de naturaleza a la mentira, cuando se equipare a la verdad y, por tanto, cuando ya nada sea verdad, la democracia agonizará.

En este video de youtube podeis ver y escuchar a Conway hablando por primera vez de hechos alternativos, de realidad alternativa.

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