¿VUELVE LÓPEZ RODÓ?

López Rodó y los ministros de Obras Públicas y de Gobernación, Federico Silva y Garicano Goñi, inaugurando la línea 5 del metro de Barcelona, en 1969. El doctor Boira dice en su último artículo en este periódico: “Nos acercamos peligrosamente a lo que llamo el momento López Rodó”, en el que será posible “sustituir un estado de cosas constitucional por un estado de cosas administrativo autoritario”, similar al que ensayó el franquismo “a partir de la reforma administrativa de 1956”, cuya “mano ejecutoria, tan larga como peligrosa, fue la de Laureano López Rodó”. Según Boira, “la dicotomía entre una democracia ineficiente o una administración autoritaria moderna dirigida por expertos apolíticos fue la base argumental del trabajo minucioso, subterráneo y artero, de López Rodó. (…) Su obsesión por crear en España un Estado administrativo autoritario fue una iniciativa tan inteligente como perniciosa”. “El peligro de que cuaje –añade– es tremendo. (…) El momento López Rodó se acerca subrepticiamente. (…) Cuidado”. El detonante de la alarma del doctor Boira han sido las declaraciones del “señor Francisco José Gan Pampols” (el general Gan Pampols) en las que este “señala que no ha venido a hacer política”. 

Mi primera reacción al leer tan alarmante texto ha sido de rejuvenecimiento, al evocarme una polémica surgida en la España de los años sesenta del pasado siglo, al publicarse El crepúsculo de las ideologías, de Gonzalo Fernández de la Mora, libro en el que su autor defiende que “la sustitución de las ideologías por las ideas rigurosas, adecuadas y concretas es la nueva frontera”. Y también me ha recordado lo que dice un gran universitario, el profesor Bricall, en su libro Memòria d’un silenci: “La pertenencia a una sociedad que dispone de unos servicios colectivos que funcionan es un hecho decisivo. (…) La capacidad de prestigiar la idea nacional demostrando la eficiencia de la administración (…) resulta neurálgica para dejarse de ilusiones teóricas y recordar que una nación no es nada más que una sociedad que se organiza adecuadamente en un territorio determinado”. O sea, que menos empacho ideológico y más atención “a las cosas”, como pedía Ortega. Pero, al margen de estas divagaciones, la inquietud del doctor Boira me sugiere dos reflexiones.

Primera. Afortunadamente, no hay ningún riesgo de que la sociedad española consume, hoy por hoy, una involución autoritaria, ni violenta ni solapada. Los únicos golpes de Estado posibles son desde dentro del propio Estado, y ejecutados por los titulares legítimos del poder democrático, al servicio de sus particulares intereses y en contra del interés general. La sociedad española está hoy inerte y es incapaz de reacción alguna. Tanto, que asiste yerta a la progresiva erosión de España como entidad histórica, como proyecto político y como ámbito de solidaridad primaria e inmediata, en el que todos los españoles sean iguales. No tema el doctor Boira por el retorno de López Rodó. La conjunción social nacionalista que manda hoy en España (“somos más”) tiene su agenda bien definida: populismo, confederación y república. Y no habrá López Rodó que valga.

Segunda. López Rodó (1956), Navarro Rubio y Ullastres (1957), López Bravo (1962), Espinosa y García-Moncó (1965), Mortes (1969)…, “los tecnócratas del tardofranquismo” o, si se quiere, “los tecnócratas del Opus Dei”, impulsaron, más allá de su posicionamiento político, el desarrollo y la apertura de España, contribuyendo de forma destacada a la consolidación de una clase media, que hizo posible el pacto entre franquistas y oposición que alumbró la transición, es decir, los pactos de la Moncloa, la Constitución de 1978 y, en suma, el régimen del 78, que aún aguanta pese al maltrato recibido.

El 24 de febrero de 1971, el general Franco –acompañado de López Bravo– recibió al general Vernon Walters, enviado especial del presidente Nixon, que tenía la misión de indagarle acerca de su sucesión. Franco le dio su respuesta y, al despedirse de Walters –cuenta este en sus memorias (Misiones secretas )– le dijo con voz muy apagada mientras estrechaba su mano: “Mi verdadero monumento no es aquella cruz en el Valle, sino la clase media española. Cuando asumí el gobierno no existía. La lego a la España de mañana”. - - Juan José López Burniol en la vanguardia

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