Mi primera reacción al leer tan alarmante texto ha sido de rejuvenecimiento, al evocarme una polémica surgida en la España de los años sesenta del pasado siglo, al publicarse El crepúsculo de las ideologías, de Gonzalo Fernández de la Mora, libro en el que su autor defiende que “la sustitución de las ideologías por las ideas rigurosas, adecuadas y concretas es la nueva frontera”. Y también me ha recordado lo que dice un gran universitario, el profesor Bricall, en su libro Memòria d’un silenci: “La pertenencia a una sociedad que dispone de unos servicios colectivos que funcionan es un hecho decisivo. (…) La capacidad de prestigiar la idea nacional demostrando la eficiencia de la administración (…) resulta neurálgica para dejarse de ilusiones teóricas y recordar que una nación no es nada más que una sociedad que se organiza adecuadamente en un territorio determinado”. O sea, que menos empacho ideológico y más atención “a las cosas”, como pedía Ortega. Pero, al margen de estas divagaciones, la inquietud del doctor Boira me sugiere dos reflexiones.
El 24 de febrero de 1971, el general Franco –acompañado de López Bravo– recibió al general Vernon Walters, enviado especial del presidente Nixon, que tenía la misión de indagarle acerca de su sucesión. Franco le dio su respuesta y, al despedirse de Walters –cuenta este en sus memorias (Misiones secretas )– le dijo con voz muy apagada mientras estrechaba su mano: “Mi verdadero monumento no es aquella cruz en el Valle, sino la clase media española. Cuando asumí el gobierno no existía. La lego a la España de mañana”.
- Juan José López Burniol en la vanguardia


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