SUBSISTIR CON UN CARRO DE CHATARRA
Francesc Puigcarbó
Los recicladores informales recopilan unas 280 toneladas de metal al día, llevándose unos céntimos por kilo. Según una investigación, cumplen una labor fundamental en la economía circular, pero carecen de garantías laborales ni económicas. Arrastran por la ciudad de Barcelona o cualquier otra del área metropolitana, carros llenos de chatarra desde primeras horas de la mañana hasta las últimas luces del día. Llevan metales, cables, ventiladores, electrodomésticos y, en algunos casos, incluso bañeras. “Depende” es la palabra que más repiten: no saben exactamente por cuánto venderán los materiales que recolectan durante el día. Éstos serán sus únicos ingresos. Especulan que un carro lleno podría venderse por unos 10 o 20 euros, que en un buen día pueden hacer algo más que eso. Otros días, apenas cuatro o cinco euros. Como explicaba en un artículo anterior, En la calle del Estrella 157, en Sabadell, en un local hay un escaparate, donde detallan lo que se puede llegar a sacar a donde chico de éstos en un día: 14.50 euros.
El dinero que saque dependerá del precio en bolsa de cada material, siempre dejando margen para que los intermediarios que transporten, almacenan y transforman la chatarra obtengan beneficios. La mayoría de los chatarreros informales, que son el primer eslabón de la cadena, ni siquiera tiene NIE, permiso de trabajo, residencia o acceso a la Seguridad Social. Sin embargo, cumplen con una tarea fundamental de reciclaje. Ejercen la parte más dura del proceso pero apenas rascan unos céntimos por el kilo de chatarra. En el otro bando, los contratos de recogida de residuos que se benefician de esta mano de obra tienen un valor millonario.
Según la investigación Wastecare, de la Universidad de Barcelona, cada chatarrero recoge unos 118 kilos al día en la capital catalana. Teniendo en cuenta que en la ciudad hay unas 3.200 personas dedicadas a esta labor, mueven a diario unas 380 toneladas de metal. Equivale a más de 100.000 toneladas anuales que son recicladas gracias a un trabajo no reconocido. El 75% de los recicladores informales procede de países africanos, entre los que destaca Senegal, aunque también existen otros continentes. Su labor, que es una estrategia de supervivencia para ellos en una situación precaria y vulnerable, contribuye a mejorar la economía circular.
Mohamed es uno de ellos. Pese a la lluvia, busca en unos contenedores con el carro en frente, donde acumula varias bolsas, barras de hierro, un microondas desguazado y una televisión vieja. Lleva tres años viviendo en Barcelona, de los que pasó un mes durmiendo en la calle. Actualmente comparte piso con otros compatriotas y dedica el día a buscar chatarra para pagar el alquiler y otros gastos comunes. El resto lo envía a Senegal, donde todavía viven su madre y su hermana. Mohamed solía ser pescador, pero cada vez le resultaba más complicado ganarse la vida debido a que los barcos de otros países se llevan la mayor parte del pez. Por eso, buscando mejorar su situación, decidió marcharse.
Mohamed, Aliou y Demba, un joven mauritano de 23 años, son algunos de los muchos recicladores informales que llegaron a territorio español a través de la ruta canaria. Todos ellos, en momentos diferentes, pasaron alrededor de seis días muy duros en una patera rumbo al archipiélago, siendo ésta la travesía más mortífera del mundo.
Los tres coinciden en los motivos que les llevaron a abandonar los países: las malas políticas y el deseo de ayudar a las familias. A esto, Demba añade una "situación de desigualdad y dificultad para conseguir trabajo" en Mauritania. Un país en el que, según un informe de Amnistía Internacional, todavía persiste la esclavitud.
¿Dónde se vende la chatarra? - Historias similares se replican en las inmediaciones de los almacenes donde vendieron la chatarra. Algunos de los locales tienen rótulo; otros, no. En ambos casos resulta difícil hablar con los propietarios que, tal y como apuntan los recicladores, suelen ser españoles. Con quien sí se puede hablar es con la persona a cargo del almacén, normalmente un africano que lleva bastantes años en el país y que gestiona los pagos en efectivo. Karim, responsable de uno de los almacenes, explica que trabajan con muchas empresas distintas, pero que el precio no es fijo. Lo que les paguen las empresas, que a su vez depende del valor en bolsa, determinará cuánto cobrará cada persona por el contenido de su carro. Los almacenes están oscuros, llenos de pilas de carros, metales y colchones. Trabajan hombres que pesan y colocan objetos dentro de los camiones. Se pueden ver carteles escritos a mano y pegados a la pared con una mesa de precios. Manejan grandes cantidades de metal, pero no todos los materiales que son recogidos pasan por espacios como éstos. Bouba y Mamadou, dos gambianos que se encuentran por la zona, explican que en algunas ocasiones venden la chatarra a particulares que llenan el coche y acuden directamente a una empresa para vender al peso. Al eliminar un intermediario, el margen de beneficio es algo mayor.
Sin embargo, para vender directamente a estas empresas es necesario alcanzar un mínimo de peso que sólo es posible transportar cuando se dispone de un vehículo. Además, piden presentar un DNI. Por tanto, para los migrantes, el intermediario siempre es necesario.
Hay otros objetos que, aunque no son chatarra, también pueden suponerles algún ingreso. Por fuera de uno de los almacenes espera a Jacob, un hombre nacido en Marruecos que lleva a España desde los años 90, cuando el padre pudo recurrir a la reunificación familiar. Viene de vez en cuando con un compañero argelino para comprar luces, muñecos, cromos de fútbol y antigüedades en general. “A veces traen algo interesante y podemos venderlo en el mercado”, apunta Jacob.
"Es una salida para la gente que no tiene otros recursos"
Aunque la mayoría de los chatarreros informales son migrantes, también los hay españoles. Se trata de personas sin recursos, como Manuel, que vive en la calle desde que se quedó sin el coche. Hace casi 20 años que se dedica a la chatarra, cuando le despidieron de una empresa de logística durante la crisis económica y no logró otro trabajo.
Explica que antes era muy fácil llenar varios carros en un día porque poca gente se dedicaba a ello, pero cada vez hay más personas en situación vulnerable que recurren a la chatarra como medio de subsistencia. Sin embargo, apunta que, a diferencia de otros puntos de España, no existe un monopolio por parte de ciertos grupos, por lo que cualquier persona puede recoger y vender chatarra en Barcelona. Explica que, incluso, hay cierta solidaridad: “Si eres el primero en llegar a una obra y pides chatarra, es posible que te la den”. Explica que, además, existen vecinas y vecinos que guardan materiales para entregarlos directamente a personas que conocen en el barrio.
Así lo confirma el estudio Wastecare, según el cual un 66% de la ciudadanía encuestada asegura dejar objetos junto a contenedores con la intención de que sean recogidos por los chatarreros. "Es una salida para la gente que no tiene otros recursos, como yo", reflexiona Manuel. Manuel ha dejado de ocupar todos los días buscando chatarra porque es un trabajo muy demandante que con los años le cuesta más.
Tras casi dos décadas en este sector, Manuel notó que las guerras son un factor que influye mucho en la compraventa de metales y que tras las crisis suele aumentar su demanda. "Yo lo he visto muchas veces", resume. Un ejemplo es la gran inflación que experimentó el precio del aluminio, el cobre o el acero cuando empezó la guerra en Ucrania, así como diversas materias primas.
Esenciales y vulnerables - De acuerdo con el Gremio de Recuperación, el 30% de los metales recuperados en Cataluña son precisamente recogidos por chatarreros informales que no tienen garantías laborales ni ingresos económicos estables. Sin embargo, la ciudad remunera a las empresas contratadas para este trabajo, beneficiándose de una mano de obra vulnerable cuya única opción es tomar o dejar el precio que se les ofrece. - Nayra Bajo en la vanguardia.
Los recicladores informales recopilan unas 280 toneladas de metal al día, llevándose unos céntimos por kilo. Según una investigación, cumplen una labor fundamental en la economía circular, pero carecen de garantías laborales ni económicas. Arrastran por la ciudad de Barcelona o cualquier otra del área metropolitana, carros llenos de chatarra desde primeras horas de la mañana hasta las últimas luces del día. Llevan metales, cables, ventiladores, electrodomésticos y, en algunos casos, incluso bañeras. “Depende” es la palabra que más repiten: no saben exactamente por cuánto venderán los materiales que recolectan durante el día. Éstos serán sus únicos ingresos. Especulan que un carro lleno podría venderse por unos 10 o 20 euros, que en un buen día pueden hacer algo más que eso. Otros días, apenas cuatro o cinco euros. Como explicaba en un artículo anterior, En la calle del Estrella 157, en Sabadell, en un local hay un escaparate, donde detallan lo que se puede llegar a sacar a donde chico de éstos en un día: 14.50 euros.
El dinero que saque dependerá del precio en bolsa de cada material, siempre dejando margen para que los intermediarios que transporten, almacenan y transforman la chatarra obtengan beneficios. La mayoría de los chatarreros informales, que son el primer eslabón de la cadena, ni siquiera tiene NIE, permiso de trabajo, residencia o acceso a la Seguridad Social. Sin embargo, cumplen con una tarea fundamental de reciclaje. Ejercen la parte más dura del proceso pero apenas rascan unos céntimos por el kilo de chatarra. En el otro bando, los contratos de recogida de residuos que se benefician de esta mano de obra tienen un valor millonario.
Según la investigación Wastecare, de la Universidad de Barcelona, cada chatarrero recoge unos 118 kilos al día en la capital catalana. Teniendo en cuenta que en la ciudad hay unas 3.200 personas dedicadas a esta labor, mueven a diario unas 380 toneladas de metal. Equivale a más de 100.000 toneladas anuales que son recicladas gracias a un trabajo no reconocido. El 75% de los recicladores informales procede de países africanos, entre los que destaca Senegal, aunque también existen otros continentes. Su labor, que es una estrategia de supervivencia para ellos en una situación precaria y vulnerable, contribuye a mejorar la economía circular.
Mohamed es uno de ellos. Pese a la lluvia, busca en unos contenedores con el carro en frente, donde acumula varias bolsas, barras de hierro, un microondas desguazado y una televisión vieja. Lleva tres años viviendo en Barcelona, de los que pasó un mes durmiendo en la calle. Actualmente comparte piso con otros compatriotas y dedica el día a buscar chatarra para pagar el alquiler y otros gastos comunes. El resto lo envía a Senegal, donde todavía viven su madre y su hermana. Mohamed solía ser pescador, pero cada vez le resultaba más complicado ganarse la vida debido a que los barcos de otros países se llevan la mayor parte del pez. Por eso, buscando mejorar su situación, decidió marcharse.
Mohamed, Aliou y Demba, un joven mauritano de 23 años, son algunos de los muchos recicladores informales que llegaron a territorio español a través de la ruta canaria. Todos ellos, en momentos diferentes, pasaron alrededor de seis días muy duros en una patera rumbo al archipiélago, siendo ésta la travesía más mortífera del mundo.
Los tres coinciden en los motivos que les llevaron a abandonar los países: las malas políticas y el deseo de ayudar a las familias. A esto, Demba añade una "situación de desigualdad y dificultad para conseguir trabajo" en Mauritania. Un país en el que, según un informe de Amnistía Internacional, todavía persiste la esclavitud.
¿Dónde se vende la chatarra? - Historias similares se replican en las inmediaciones de los almacenes donde vendieron la chatarra. Algunos de los locales tienen rótulo; otros, no. En ambos casos resulta difícil hablar con los propietarios que, tal y como apuntan los recicladores, suelen ser españoles. Con quien sí se puede hablar es con la persona a cargo del almacén, normalmente un africano que lleva bastantes años en el país y que gestiona los pagos en efectivo. Karim, responsable de uno de los almacenes, explica que trabajan con muchas empresas distintas, pero que el precio no es fijo. Lo que les paguen las empresas, que a su vez depende del valor en bolsa, determinará cuánto cobrará cada persona por el contenido de su carro. Los almacenes están oscuros, llenos de pilas de carros, metales y colchones. Trabajan hombres que pesan y colocan objetos dentro de los camiones. Se pueden ver carteles escritos a mano y pegados a la pared con una mesa de precios. Manejan grandes cantidades de metal, pero no todos los materiales que son recogidos pasan por espacios como éstos. Bouba y Mamadou, dos gambianos que se encuentran por la zona, explican que en algunas ocasiones venden la chatarra a particulares que llenan el coche y acuden directamente a una empresa para vender al peso. Al eliminar un intermediario, el margen de beneficio es algo mayor.
Sin embargo, para vender directamente a estas empresas es necesario alcanzar un mínimo de peso que sólo es posible transportar cuando se dispone de un vehículo. Además, piden presentar un DNI. Por tanto, para los migrantes, el intermediario siempre es necesario.
Hay otros objetos que, aunque no son chatarra, también pueden suponerles algún ingreso. Por fuera de uno de los almacenes espera a Jacob, un hombre nacido en Marruecos que lleva a España desde los años 90, cuando el padre pudo recurrir a la reunificación familiar. Viene de vez en cuando con un compañero argelino para comprar luces, muñecos, cromos de fútbol y antigüedades en general. “A veces traen algo interesante y podemos venderlo en el mercado”, apunta Jacob.
"Es una salida para la gente que no tiene otros recursos"
Aunque la mayoría de los chatarreros informales son migrantes, también los hay españoles. Se trata de personas sin recursos, como Manuel, que vive en la calle desde que se quedó sin el coche. Hace casi 20 años que se dedica a la chatarra, cuando le despidieron de una empresa de logística durante la crisis económica y no logró otro trabajo.
Explica que antes era muy fácil llenar varios carros en un día porque poca gente se dedicaba a ello, pero cada vez hay más personas en situación vulnerable que recurren a la chatarra como medio de subsistencia. Sin embargo, apunta que, a diferencia de otros puntos de España, no existe un monopolio por parte de ciertos grupos, por lo que cualquier persona puede recoger y vender chatarra en Barcelona. Explica que, incluso, hay cierta solidaridad: “Si eres el primero en llegar a una obra y pides chatarra, es posible que te la den”. Explica que, además, existen vecinas y vecinos que guardan materiales para entregarlos directamente a personas que conocen en el barrio.
Así lo confirma el estudio Wastecare, según el cual un 66% de la ciudadanía encuestada asegura dejar objetos junto a contenedores con la intención de que sean recogidos por los chatarreros. "Es una salida para la gente que no tiene otros recursos, como yo", reflexiona Manuel. Manuel ha dejado de ocupar todos los días buscando chatarra porque es un trabajo muy demandante que con los años le cuesta más.
Tras casi dos décadas en este sector, Manuel notó que las guerras son un factor que influye mucho en la compraventa de metales y que tras las crisis suele aumentar su demanda. "Yo lo he visto muchas veces", resume. Un ejemplo es la gran inflación que experimentó el precio del aluminio, el cobre o el acero cuando empezó la guerra en Ucrania, así como diversas materias primas.
Esenciales y vulnerables - De acuerdo con el Gremio de Recuperación, el 30% de los metales recuperados en Cataluña son precisamente recogidos por chatarreros informales que no tienen garantías laborales ni ingresos económicos estables. Sin embargo, la ciudad remunera a las empresas contratadas para este trabajo, beneficiándose de una mano de obra vulnerable cuya única opción es tomar o dejar el precio que se les ofrece. - Nayra Bajo en la vanguardia.
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