DE PERIODISTAS SOBRECOGEDORES


Llevo una temporada leyendo libros sobre el mundo periodístico durante el franquismo, y todos los testimonios coinciden en señalar que la corrupción y la venalidad campaban a sus anchas en las redacciones de los diarios. Era una época de pluriempleo y pobretería, y ningún redactor dejaba escapar la oportunidad de hincharse a croquetas en las ruedas de prensa que iban acompañadas de refrigerio o tentempié. En un mundillo así, de carpantas, cada cual pillaba lo que podía, y no era fácil resistirse a las corruptelas.

A menudo esas corruptelas estaban alentadas por la propia administración. Juan Luis Cebrián recuerda que, en los años cincuenta, cuando su padre era uno de los mandamases de Arriba , órgano oficial de Falange, el Ministerio de Comercio utilizaba los permisos de importación para gratificar a los periodistas obedientes. Te adjudicaban, por ejemplo, la licencia de un automóvil Vauxhall, y tú solo tenías que venderla para llevarte un buen pellizco, que te daba para comprarte un coche de fabricación nacional y vivir unos cuantos meses…

Lo sabemos: en aquellos años abundaban los periodistas sobrecogedores (es decir, que cogían sobres). Una de las secciones más sobrecogedoras era la de la crítica teatral, porque las compañías se lo jugaban todo el día del estreno. El fundador de El Caso , Eugenio Suárez, no tiene empacho en reconocer que la sección llamada El Estreno entre Bastidores tenía unas tarifas especiales si el director de la compañía quería que se publicara una columna laudatoria al día siguiente del estreno: todo a gusto del consumidor.

Por Pueblo , diario de los sindicatos verticales, pasó mucha gente, y abundan los testimonios sobre el día a día en la redacción: Jesús María Amilibia, Jesús Pardo, Javier Reverte, el propio Emilio Romero, que fue su director durante casi treinta años… Las secciones más corruptas de Pueblo eran las de cine y toros. El responsable de la primera era un falangista que se paseaba por la redacción con una pistola y que no siempre se molestaba en ver las películas que tenía que elogiar. El de la segunda había llegado a un acuerdo con el periódico para disponer de las dos páginas de su sección como si fuera un cortijo de su propiedad. Él abonaba a Pueblo una especie de canon, y Pueblo le autorizaba a cobrar a empresarios taurinos, ganaderos, apoderados, toreros… El Cordobés, al parecer, le pagaba un millón de pesetas al año a cambio de unas cuantas páginas con fotos suyas y de unas críticas invariablemente ditirámbicas.

No creo que esas corruptelas hayan sobrevivido a las casi cinco décadas que llevamos de democracia y prosperidad. No al menos en esas secciones de teatro, cine y toros. En cambio, la corrupción en la información financiera ha existido y existirá siempre. Son demasiados intereses en juego, y es todo demasiado fácil: yo anuncio que tal empresa está a punto de quebrar, y los accionistas corren a deshacerse de sus acciones, con lo que la empresa, como en las buenas profecías autocumplidas, acaba quebrando. La conclusión cae por su propio peso: si no quieres que tu empresa quiebre, ya sabes que puedes pasar por caja. (Una práctica no muy distinta de la de ciertos profesionales de la extorsión que te amenazan con ponerte una querella y hundir tu reputación, pero están dispuestos a reconsiderarlo si te decides a apoquinar).

Está en juego la calidad de la información. Con la democracia, la sociedad española se acostumbró a una información rigurosa, veraz y libre de censura, pero de pronto llegó internet y todo lo anterior quedó desbaratado mientras la nueva realidad no terminaba de configurarse. Ahora mismo, cualquiera que tenga ahorrado un dinerillo puede fundar un periódico digital y empezar impunemente a difundir todo tipo de noticias: de ahí a practicar el chantaje solo hay un paso. La desregulación se ha adueñado de un ámbito en el que, hasta hace no mucho tiempo, las noticias llegaban por canales convenientemente reglamentados y había que sortear muchos controles para lograr colocar con éxito un bulo. El viejo periodismo de papel, al que muchos seguimos siendo fieles aunque sea en pdf, es una de las últimas barreras que nos defienden de todas esas falsedades que el nuevo periodismo de los clickbaits se ha acostumbrado a difundir. Ignacio Martínez de Pisón en la vanguardia.

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