PROHIBIDO PROHIBIR, SIEMPRE EN ESPAÑA
Cada día es más difícil hacer humor. Lo saben los profesionales que se dedican a ello, desde los dibujantes que se encargan de las ilustraciones de los diarios hasta los cómics que tratan de hacer reír en toda clase de espectáculos. Cualquier colectivo que se siente denostado no duda en solicitar que se censuren algunos contenidos o de acudir a los tribunales de justicia para buscar una compensación económica. La libertad de expresión se enfrenta al derecho de cualquier ciudadano a no ser difamado. No se trata tanto de considerar que la sociedad tiene hoy la piel mucho más fina que en el pasado, sino que existen tipos de bromas que antes se aceptaban como normales y hoy se consideran políticamente incorrectas
Y este clima de inflexibilidad afecta especialmente al ámbito religioso. El gag de un programa de TV3 sobre la Virgen del Rocío acabó en los tribunales, aunque al final acabó (como no podía ser de otra forma) en nada. Se podía esperar después de la campaña política que se hizo que pareciera que los catalanes se reían de los símbolos religiosos andaluces. Nada más lejos de la realidad, porque los propios humoristas protagonizaron recientemente otro gag similar con la Virgen de Montserrat.
A mí, particularmente, hay muchas más cosas que me ofenden y me conmueven como ciudadano sobre episodios del pasado que afectan a la Iglesia católica que a la broma que se hizo en TV3. No hace falta extenderse más en este tema. El humor debe tener unos límites, está claro que sí, pero a este paso le dejaremos un espacio tan pequeño que será imposible que nos cause una mínima sonrisa.
Hace tiempo me preguntaba quién financiaba a 'Manos Limpias', y bastante se vio aunque consiguieron escabullirse gracias a la inacción de la Justicia (no se podía saber), y ahora me pregunto quién o cómo se financia Abogados Cristianos, porque no ganan ninguna demanda, quiere decir que como negocio es ruinoso.
En el fondo la cuestión es: ¿Libertad de expresión? Sí, toda. Pero siempre que el chiste ofenda a los demás y no a mí. Cada barrio ideológico levanta sus peores y aspira a quemar el comediante que le resulta molesto. Mientras, en paralelo, construye altares para ensalzar lo que, este sí, le hace reír. A quien así actúa la risa, la propia y la ajena, le da igual. Porque su estar en el mundo no admite un segundo de relajación. El chiste ya no es un chiste. Es un compañero de revolución o peligroso reaccionario. Está convencido de que cada palabra, expresada o callada, en broma o en serio, apunta a lo más trascendente. Resumiendo se toma tan en serio que la broma acaba siendo él mismo. Una broma, esa sí, muy pesada.
En el ensayo sobre la sensibilidad moderna y los límites de lo tolerable (Herder, 2023), la filósofa alemana Svenja Flasspöhler bucea en la compleja realidad de la cultura democrática del discurso actualmente. Es un texto lúcido que intenta desbrozar hasta dónde es razonable que prime la exigencia de respeto a los demás de nuestra propia sensibilidad. Tantea el difícil equilibrio entre la necesaria empatía hacia los demás para no herirlos y la también exigible resiliencia de cada individuo para soportar una realidad discursiva que no siempre será de su agrado. Y alerta: “Al ignorante y reaccionario polemista de la corrección política se corresponde, al otro lado, un yo sensible que espera del mundo toda la protección, mientras que de sí mismo no espera nada”.
El penúltimo caso es la admisión a trámite de una querella de Abogados Cristianos contra el humorista Héctor de Miguel, Quequé, por haber dicho en un programa de radio que “había que llenar de dinamita la cruz del Valle de los Caídos y volarla por los aires”, añadiendo que “sería preferible hacerlo” 'algún niño' o 'a todos' y si no llegan a las piedras 'también se podría volar la Almudena'. Lo hizo en un monólogo de carácter crítico humorístico.
Con la castración del humor en sus más variadas formas, desde las más ligeras hasta las más sarcásticas, nos acercamos peligrosamente a éste no esperar nada de nosotros mismos ya fiarlo todo al voto de silencio impuesto a los demás, hasta que, como Winston, nos rendimos, y amamos al gran Hermano.
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