ARDOR GUERRERO


Me pueden llamar “apaciguador” citando (como manda la moda) a Churchill y Chamberlain, pero no entiendo qué está pasando. Por mi culpa. Porque la señora Von der Leyen y sus colegas parecen gente seria. Pero el giro europeo en política de defensa se me atraganta sin remedio, por mucho que suscite un consenso entusiasta e inflame los parlamentos de un insospechado ardor guerrero. Sobre todo cuando, hasta hace un par de meses, Europa tendía más bien a un lenguaje pacifista cargado de superioridad moral. Pero eso ha pasado a la historia tras el que ha sido el acontecimiento geopolítico más traumático de los últimos tiempos: la reelección de Donald Trump. Javier Melero en la vanguardia.

Ese discurso era lo que hacía que las desastrosas aventuras militares europeas fueran definidas como “intervenciones humanitarias”, sus ejércitos como “fuerzas de paz” y se disimulara, con armas y a lo loco, diciendo que las invasiones de Irak y Afganistán tenían como objetivo promocionar la libertad de sus pueblos y asegurarles paz y justicia, o los ataques contra Libia, la protección de sus civiles y la lucha contra el terrorismo. La verdad era que solo encubrían cínicas guerras coloniales con los argumentos del irenismo más melifluo.

El nuevo consenso es que hay que prepararse para la guerra. En concreto contra Rusia, porque ya no se puede contar con el paraguas americano y Europa debe defender sus valores (supongo que no se deben de referir al fascismo y el estalinismo) y armarse hasta los dientes. Y lo primero debe consistir en un incremento astronómico del gasto militar. Ni más ni menos que 800.000 millones de euros que nadie dice de dónde van a salir ni quién los va a pagar. Les anticipo la respuesta: los sufridos contribuyentes que más o menos iban sufragando los restos del Estado de bienestar.

Cuesta decirlo, porque apenas hay un comunicador en España que no esté tocando el clarín y sacando brillo a los misiles –desde la prensa socialdemócrata hasta la escorada a la derecha ultramontana–, pero ese dispendio debería analizarse con menos aspavientos. Primero, porque es más que discutible que Europa precise de los niveles de gasto militar que Estados Unidos impuso en tiempos de la guerra fría y que aumentaron contra todo pronóstico tras la caída del bloque soviético. Aunque hace ya tiempo que la UE ha desaparecido detrás de la OTAN, alguien debería explicar qué interés específicamente europeo hay en una constante expansión militar hacia el Este. Y si se trata de un interés específicamente americano, tampoco es tan irracional que se lo paguen ellos mismos.

Luego, por una cuestión política (de realpolitik ) ciertamente desagradable pero para nada obviable. Por mucho que Ucrania desee pertenecer a la OTAN, es evidente que la Federación Rusa (que nada opuso a las sucesivas ampliaciones de los últimos años) nunca tolerará esa amenaza en su frontera. Ciertamente, esto supone una limitación de la soberanía ucraniana, pero tampoco Cuba y México pueden permitir –sin que ello suponga un casus belli– instalaciones militares rusas en su territorio. Eso ya se vio en la crisis de los misiles con Kennedy y Jruschov y es muy triste, pero la vida es así.

En tercer lugar, porque, aunque Rusia ha cometido una acción execrable ocupando la zona rusófona del territorio ucraniano, desde 1991 no ha supuesto una amenaza para los intereses europeos. El Estado ruso, debilitado por siete décadas de tiranía comunista y una crisis económica en gran parte provocada por Occidente, fue engañado miserablemente con el avance hacia el Este de la OTAN, pero no ha agredido a países de esa organización en ningún momento. Ha emprendido guerras crueles y reprobables en Chechenia y Georgia, es verdad, pero nunca ha dado pie a activar la Carta de la OTAN en sus propios términos.

Por fin, porque una decisión como ese desmesurado rearme que desprecia las vías diplomáticas no puede adoptarse sin consultar a unos ciudadanos europeos que llevaban décadas oyendo cómo miles de políticos, periodistas y académicos predicaban sobre un continente de paz perpetua neokantiana y ahora reciben arengas cuarteleras. Si hay alguna materia hoy en día que merezca la inmediata convocatoria de un referéndum, sin duda es esta.

Eso sí, es de justicia agradecer a Sánchez que esta vez haya intentado templar –bien que con escaso éxito y echando mano de la contabilidad creativa– el entusiasmo de estos belicistas que no piensan pisar un campo de batalla en su vida. 

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