En Semana Santa, cuando era pequeño, las historias sagradas no solo se contaban en las iglesias. También se vivían en los cines de barrio. En el cine Dante de Horta, los carteles prometían cada año “últimas proyecciones en España” de Ben-Hur, Los diez mandamientos o Quo Vadis . Sabíamos que volverían la siguiente Pascua, pero eso no les restaba solemnidad. Eran historias para detenerse, para mirar en silencio y recordar lo importante.
Hoy, en plena era digital, las historias nos llegan por otra vía. Las vemos en casa, muchas veces solos, con un móvil en la mano. Pero de vez en cuando, aparece un pequeño milagro. Eso es Cómo hacerse millonario antes de que muera la abuela, una película tailandesa disponible en Netflix que, sin grandes aspavientos, recupera lo mejor de aquella tradición: contar una historia profundamente humana, profundamente espiritual, sin necesidad de dogmas ni de sermones. Porque la religión está presente en esta película, claro que sí. Está en los rituales sencillos, en los altares domésticos, en las plegarias de la abuela. Pero sobre todo está en el mensaje que cruza la historia: cuidar al otro, querer mejor, aprender a perder el miedo a la muerte, reconciliarse con las raíces, las relaciones familiares...
Vivimos un tiempo en que el humanismo parece haberse quedado viejo. En que los jóvenes, así lo pensamos, ya no miran a los ojos, no escuchan, no esperan. Pero quizás lo que falta no es tanto disciplina como ejemplos de humanidad. Historias que les enseñen, sin lecciones, que lo más valioso de la vida sigue siendo invisible a las pantallas.
En mi infancia, explica Jordi Basté, la Semana Santa era un tiempo de grandes relatos. Hoy, lo sagrado aparece a veces en una película silenciosa, llegada desde la otra punta del mundo, que emociona cuando menos te lo esperas. No hay que ser creyente para entenderlo. Basta con tener un poco de fe en las personas. En las familias imperfectas. En los vínculos que resisten el paso del tiempo. Y en el amor entre un nieto y su abuela.
El cine, como la religión, sirve para recordar quiénes somos. Y en esta Semana Santa de algoritmos y prisas, Cómo hacerse millonario antes de que muera la abuela es la mejor parábola posible. Un milagro de ternura en tiempos digitales.
Pues tal como lo dices. Pero sí, en estos días suelo recordar(me) aquellas semanas santas de infancia. Oficios obligados, no comer carne, no cantar ni reír, nada de cines, música sacara en la radio (pero el triple himno nacional del parte no variaba por eso), procesiones, cierrede bares, capuchones, un sastre me regalaba un capirote de cartón porque confeccionaba hábitos además de trajes militares y de paisano, todo un bagaje lo que conocimos. Y claro, sirve para comparar. Me privaba asistir a las procesiones, unas veces en silla de primera linea y otras desde balcón, escuchar comentarios de los mayores, ver las esculturas de los pasos que, por cierto, eran y son de gran calidad artística. Te paso un enlace, porque hay un comentario de Ricardo de Orueta, un ilustrado y crítico de arte de la República que no tiene pérdida
ResponderEliminarhttps://elpaseantevallisoletano.blogspot.com/2025/04/los-yacentes-del-escultor-gregorio.html
Salud
Lo he leído esta mañana, al paseante lo tengo enlazado en el blog, por alguna otra vez en que me hablaste de él.
ResponderEliminarDe la Semana Santa de niño, lo que más recuerdo es que el viernes mi madre hacía bacalao con ciruelas, pasas y piñones, y por supuesto la mona el lunes.
Saludos