Nacidos antes de la guerra civil  unos o en la postguerra otros, criados en la escasez y formados en la disciplina, los miembros de la 'generación silenciosa' (1928-1945) no alzaron la voz para exigir derechos, pero construyeron los cimientos sobre los que hoy caminamos. Fueron testigos de dictaduras, y protagonistas discretos de la transición democrática. Su legado no está en pancartas ni en redes sociales, sino en gestos callados: el trabajo constante, el sacrificio por los hijos, la dignidad en la adversidad.

Y, sin embargo, en esta era de velocidad y ruido, parece que los matamos antes de tiempo. No con violencia explícita, sino con una indiferencia que duele más que el olvido. Se les aparta de las decisiones, se les infantiliza en los hospitales, se les arrincona en residencias que a menudo son más almacenes que hogares. Como si la vejez fuera una molestia, y no una etapa que todos —si tenemos suerte— alcanzaremos.

Melero, en su artículo de ayer, nos recuerda que el desprecio a los mayores no es solo una falta de educación: es una forma de violencia cultural. Porque cuando se deja de escuchar a quienes vivieron antes, se pierde la brújula moral que impide repetir errores. Y cuando se les trata como estorbo, se revela una sociedad que ha confundido juventud, con valor, y rapidez, con inteligencia. 

La lucha por un lenguaje inclusivo ha puesto el foco en géneros masculino y femenino, buscando visibilizar a mujeres y diversidades de género mediante formas como “todes”, “tod@s”, "totis" o la repetición de términos (“niños y niñas” o “ciudadanos y ciudadanas”). En contraste, el mismo principio rara vez se aplica a la edad. Las personas mayores siguen siendo etiquetadas con expresiones homogéneas o peyorativas (“viejos”, “ancianos”), sin reconocer su diversidad ni sus aportes.

La generación silenciosa no exige homenajes. Pero merece respeto. No por nostalgia, sino por justicia. Porque si hoy podemos hablar libremente, votar, estudiar, y vivir con derechos, es porque ellos —con discreción— mantuvieron los cimientos de nuestra sociedad mientras otros alzaban la voz.

Albert Montagut, en la vanguardia, habla de la generación posterior a la silenciosa, los Boomers o baby boomers.

EL RENACER DE LOS BOOMERS

¿Nació entre 1946 y 1964? Entonces, es usted un boomer. Usted creció en los años cincuenta y sesenta, estudió entre los setenta y los noventa, formó una familia y exploró el mundo durante esas décadas. Se consolidó hacia el año 2000. Vivió el paso de los proyectores a YouTube, de los vinilos a la música en línea, de las cartas manuscritas y con sello al correo electrónico, del cine a Netflix, de la televisión en blanco y negro a la ultraalta definición, y de las máquinas de escribir a los ordenadores… hasta llegar al ecosistema Apple o Android.

Ha superado pandemias, evitado enfermedades como la polio o la meningitis, y sobrevivido a la covid. Ha sido testigo –y protagonista– del mayor salto tecnológico de la historia reciente. Vio nacer internet. Pasó de lo analógico a lo digital. Se adaptó… y, sin embargo, muchos jóvenes hoy le consideran “anticuado” y piensan que la inteligencia artificial (IA) está ya fuera de su alcance.

Pero no es así. Los boomers –o baby boomers – tienen una comprensión más profunda de la IA de lo que muchos suponen. Lo afirman expertos y analistas que estudian su impacto.

Esta excepcional generación que ha pasado de conducir coches de combustión a vehículos híbridos y eléctricos aporta algo crucial: experiencia, pensamiento crítico y un saludable escepticismo. Y mientras las generaciones digitales (X, millennials, Z, Alpha y la futura Beta) pueden subestimar el rol de los boomers en la nueva era tecnológica, la realidad es otra.

Los boomers también tienen el liderazgo necesario para no dejarse deslumbrar por la IA, y comienzan a explorar su potencial con el ChatGPT, u otras IA como Gemini o Copilot. Pero es altamente recomendable que se adentren en este nuevo mundo, no solo para obtener respuestas simples, sino para descubrir sus infinitas posibilidades.

Con muchos años de vida por delante, los boomers están en una posición privilegiada para abrazar esta nueva etapa con madurez. Su enfoque equilibrado, su formación, su intuición humana y su resiliencia son claves para comprender la complejidad del cambio actual.

Así como lo hicieron con la digitalización –que en su momento fue un cambio abrumador–, ahora pueden sumergirse en la IA con curiosidad y responsabilidad. Ahora no se trata de competir con los jóvenes en rapidez o habilidades técnicas con el móvil, sino de aportar una visión profunda, crítica y humana al nuevo salto. Se trata de utilizar la IA para construir una sociedad más solidaria, democrática, consciente y humana.

La IA no es el final del camino para los boomers. Es, en realidad, un nuevo comienzo. Un renacimiento. 

*Este texto tiene trazos de IA.