DEFINITIVAMENTE, HOBBES


El debate filosófico sobre la naturaleza humana, determinante de la teoría y práctica política, sigue dominado en la historia de las ideas por la contraposición entre dos pensadores separados por más de un siglo: Hobbes y Rousseau. Recuerde su bachillerato: para Hobbes, los humanos son malos por naturaleza y por eso hace falta un contrato social bajo una autoridad que permita vivir en paz. Para Rousseau, somos buenos por naturaleza y es la influencia de una sociedad desigual e injusta la que nos pervierte. Por lo que su contrato social debería restaurar la bondad original mediante la educación.

La historia parece dar la razón a Hobbes, con su secuencia de guerras atroces. Fue precisamente la experiencia de la guerra civil inglesa la que influyó las ideas de Hobbes. Nuestra memoria histórica, mundial, europea, española, es una galería de los horrores, de la violencia de los más fuertes, de la perversión de los débiles cuando se hacen fuertes y a su vez practican la violencia sobre los otros en cuanto pueden, como ejemplifica de forma espantosa el genocidio palestino practicado por el Estado surgido de los supervivientes del Holocausto judío.

Y a nivel individual, ¿qué dice la neurociencia? Que la conciencia se forma a partir de la identificación individual de que somos ese individuo, único y queridísimo, porque somos nosotros. Basado, como toda especie, en los instintos básicos de supervivencia (yo primero) y reproducción de la especie (o sea, la familia, un yo proyectado en el tiempo).

Si no hay límites conscientes de las concesiones necesarias para vivir en sociedad en una paz relativa, lo de “quien pueda hacer que haga” se convierte en norma. Y cuando las reglas de convivencia pueden transgredirse para beneficio individual, se busca la forma de hacerlo (por ejemplo, no pagar los impuestos debidos a la convivencia). Solo el temor a la sanción o una moralidad adquirida por educación nos detienen.

Ahí está la base de la llamada corrupción, es decir, funcionar con otras reglas para apropiarse más valor que los tontos que siguen las reglas. En economía hablamos de “ventaja competitiva”. Vivimos en un sistema, llamado capitalismo, que precisamente se basa en que la competitividad es un mecanismo clave para la acumulación, individual o colectiva.

Y en política, la interesante hipótesis formulada por el politólogo francés Jean Guéhenno hace algún tiempo arroja luz sobre el incremento de la corrupción política en las democracias liberales, constatado por Transparency International. A saber: conforme se debilitan las ideologías que valorizan el servicio público, la búsqueda de la recompensa individual por los actores políticos se monetariza. Porque incluso la satisfacción del poder es efímera, por lo que hay que aprovechar la oportunidad para acumular lo más posible una riqueza que proporciona el acceso a los distintos tipos de consumo placentero.

¿Quiere eso decir que la política es corrupta? Sí y no. La corrupción está presente de una u otra forma en todas las organizaciones de poder, político, económico o cultural. Y es tentación individual permanente para quienes tienen poder. Por eso hacen falta reglas de convivencia, autoridad y justicia sancionadora. El problema surge cuando la justicia se corrompe (funcionando al servicio de los intereses y valores de sus sacerdotes ) o la autoridad se hace arbitraria. Sin embargo, la generalización de la corrupción no es inevitable. Porque se pueden crear controles y porque los sentimientos éticos pueden prevalecer en los individuos que ejercen el poder, en esa lucha entre los demonios y ángeles que todos llevamos dentro.

La corrupción está en la naturaleza humana, biológica y cultural a la vez. Surge del individualismo asocial y del colapso de las instituciones solidarias. Es el cáncer de la sociedad. Por eso hay que combatirla, incluso dentro de cada uno. - Manuel Castells en la vanguardia.

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