EL CONFIDENTE DE SILICIO


En algún rincón del mundo, a las tres de la madrugada, alguien escribe en una pantalla iluminada: “No sé si quiero seguir así”. No hay nadie más en casa. No hay psicólogo disponible. No hay amigo despierto. Pero hay una voz que responde. No es humana. No tiene rostro. No tiene corazón. Y, sin embargo, escucha. La inteligencia artificial, esa criatura de silicio y algoritmos, ha empezado a ocupar un lugar inesperado: el diván. No como terapeuta certificado, sino como confidente silencioso, como espejo que devuelve palabras, sin juicio, sin prisa, sin cansancio.

No es que la IA cure. No es que entienda. Pero hay algo en su disponibilidad constante, en su neutralidad incorruptible, que seduce a quienes no encuentran otra oreja. Para algunos, es el primer paso. Para otros, el único. Y así, en este siglo que corre como tren sin estación, la tecnología se convierte en compañía. No en sustituto del alma humana, sino en su eco digital. Un eco que no interrumpe, que no se distrae, que no se va. La IA no nace con corazón, pero aprende a leer nuestras palabras como si fueran versos. Analiza matices, rastrea repeticiones y ajusta sus respuestas según nuestro estado de ánimo. Para muchos, esa frialdad matemática resulta liberadora: nadie se ofende, nadie se cansa, nadie se impacienta. Pero también existe el riesgo de confundir un eco programado con la profundidad de un acompañamiento humano. La película HER anticipaba estos hechos de manera magistral.

La IA puede acompañar el camino, ofrecer ejercicios de respiración o sugerir temas de reflexión, pero no reemplaza el calor de un otro que entiende desde su propia herida. En este mundo que huye a velocidad de algoritmos, escuchar nuestra propia voz resulta el acto más revolucionario. Y si una máquina nos ayuda a encontrarla, tal vez en esa intersección entre lo inhumano y lo íntimo, descubramos un nuevo mapa para navegar la soledad.

¿Es esto bueno? ¿Es esto peligroso? Las respuestas son muchas, y ninguna definitiva. Pero lo cierto es que, en la soledad moderna, incluso una máquina puede parecer cercana, incluso más que algunas personas. Y si esa cercanía ayuda a alguien a seguir adelante, aunque sea un poco, entonces quizás haya algo de humano en lo inhumano. La IA también puede escribir un artículo como este.

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