Lo digo tal sucedió. Al enterarme de la muerte de Javier Lambán, le dije a Nuri. Chiva, ha muerto un hijo de puta. ¿Le conocías me dijo ella? ¡No!, pero sí su obra y su aversión hacia Cataluña, y no solo por el tema de Sijena
Pero a continuación empecé a darme cuenta de que no había sido justo con Lambán, que no era objetivo ni empático con él, que debía rehuir de esa crispación y odio que él había atizado en algunos momentos de su carrera política, como la mayoría de políticos de uno u otro bando. Que había de recuperar conceptos como objetividad, perdón, comprensión. Pensé en cómo ardería la red de insultos y elogios a la vez, que no he querido ver de ninguno de los dos bandos, y he pensado que todavía hay sitio para la esperanza, si yo he sido capaz de rehuir de este clima perverso y enfermizo, otros lo pueden hacer y así conseguir una nueva manera de hacer y ver la política, desde abajo, desde donde empiezas todas las resoluciones.
Este artículo de Jaume Pi en La Vanguardia, es un ejemplo de honestidad, de buen periodismo, un artículo que nunca podría escribir una IA, y sí una persona humana, humanista.

MUERTE SIN LUTO

Javier Lambán, el expresidente socialista de Aragón fallecido este pasado viernes a la edad de 67 años, fue una figura política controvertida. Querido en su tierra, por contra, no tuvo muchos partidarios en amplios sectores de Catalunya. Las razones son fáciles de entender: implacable contra el independentismo en la etapa más álgida del procés, lideró el litigio de las obras de Sijena y se opuso con vehemencia a compartir candidatura para los Juegos Olímpicos de Invierno. A pesar de que vivió en Barcelona cuando era joven y que él mismo se definía como un “catalanófilo”, se le ha acusado de atizar el anticatalanismo por una mezcla de interés electoral y cierta animadversión personal. 

Pero la opinión negativa sobre el expresidente aragonés trasciende el catalanismo y se extiende más allá, especialmente entre las filas de su propio partido: en los últimos años, y hasta sus últimos días, se erigió como uno de los azotes del Gobierno de Pedro Sánchez y, de nuevo, Catalunya aparecía como telón de fondo. No aprobó nunca los pactos del PSOE con las formaciones nacionalistas y consideraba la financiación singular una intolerable “concesión al separatismo”. Y así fue como se apartó de los socialistas y su “voz propia” se ganó muchos adeptos entre los sectores mediáticos de la derecha madrileña, que vieron en su figura una forma de legitimar todo el discurso contra lo que llaman el “sanchismo”. 

Con todo este contexto, no debe sorprender a nadie el protagonismo que ha tenido la muerte de Lambán, no solo en algunos medios, sino, y especialmente, en las redes sociales. El sábado, cuando mucha atención mediática ya estaba puesta en el arranque futbolero y ya se habían celebrado las exequias del político aragonés, aún su nombre y apellidos lideraban la conversación en X. Ya se sabe que todo aquello que polariza triunfa en la red. Solo la polémica arbitral de esa misma jornada le desplazó del primer plano.

Es difícil calibrar si las alabanzas y loas, siempre habituales tras los decesos, superaron a las muestras de inquina o incluso el insulto obsceno de difícil justificación, que también los hubo. Como es presumible, si se está familiarizado con el tono de la red, incluso los tuits más elogiosos iban con mala baba, aprovechando la ocasión para lanzar un reproche al enemigo político. Entre los dirigentes, lo común fue limitarse a las condolencias y a la liturgia protocolaria, pero el resto no esperaron para abalanzarse sobre el debate. Solo habían pasado segundos desde que se había dado a conocer la noticia.

Lejos quedan los tiempos en los que, tras la muerte de un personaje público, el protocolo no escrito imponía un tiempo de duelo razonable antes de abrir la caja de los truenos. Excepto si el muerto era un tirano o un asesino. Es un tópico, pero es cierto: la inmediatez de las redes ha pulverizado todas estas formalidades de forma implacable. Aún resulta chocante que, más allá de lo que piense cada cual —nadie me ha preguntado, pero Lambán no era santo de mi devoción—, se exhiban expresiones de alegría y júbilo, o se use una muerte para atacar al adversario de una forma tan abierta y descarnada, con la familia todavía llorando la desgracia. El luto es algo pasado de moda. Antiguo y de débiles, supongo.

A Gabriel Rufián, por ejemplo, cuentas independentistas le reprocharon con dureza que, en su tuit de recuerdo a Lambán, le definiera como “insigne socialista”. Muchos no perdonan asuntos como el de Sijena, y no esperaban tanto respeto protocolario de un Rufián que, todo sea dicho, se mueve con soltura en la controversia digital. También las respuestas a los líderes del PSOE que recordaron al político aragonés, empezando por el propio Sánchez, fueron duras: acusaciones de cinismo y vileza, o elogios envenenados al fallecido. “Pero si no le soportabas, gañán”. “Él sí que era un gran español”.

Tampoco es ninguna sorpresa. Es así, y así parece que va a ser siempre desde que se hiperaceleró todo. Hay quien dice que está bien, que las redes hayan roto esas supuestas reglas de cortesía que regían la sociedad, es bueno, porque no eran más que hipocresías y que, por qué esperar unos días, si siempre habrá uno que comenzará el combate antes que tú. Que si no te gustaba vivo, tienes derecho a decirlo. Que basta ya de etiqueta, y que vayamos todos de cara con nuestras verdades. Y puede que tengan razón, que sea más realista y directo. Pero también deja peor sabor de boca. - Jaume Pi en la vanguardia