Lo encontraron muerto en el camino nuevo del bosque de can Deu, una de las muchas parejas que iban a pasear se lo encontró en el suelo con la boca abierta y una expresión de angustia infinita en los ojos; a su lado la máquina de fotografiar encendida todavía enfocaba impávida a ninguna parte esperando a ser disparada. Amparo y Rafael, que eran quienes lo encontraron, lo conocían de vista del barrio y desde su propio móvil llamaron a una ambulancia.
Mi madre me llamó, la voz tranquila, aparentemente: Tu padre ha muerto, lo han encontrado en el bosque de can Deu, ¿me puedes acompañar?
Hicimos el camino en silencio, al llegar al bosque ya vimos la ambulancia que no había podido adentrarse donde estaba mi padre, con los caminos todavía embarrados por los árboles caídos a la ventolera de diciembre pasado.
- Un infarto, dijo el médico.
-¿Sufría del corazón?
- ¡No!, que yo sepa, contestó la madre.
Después del funeral me fui unos días casa con mi madre por qué no estuviera sola, me acababa de separar, y como ella no quería venir a la mía, lo hice al revés.
Un sábado por la mañana recordé la cámara fotográfica que llevaba en la mano cuando sufrió el infarto, la cámara que siempre lo acompañaba fuera donde fuera. Se había agotado la batería, pero la cargué y bajé las fotos al ordenador.
Había cinco, a cuál más extraña, a la primera aparecía una señora de unos cincuenta años con un cochecito de estos de minusválidos, pero no en el bosque, sino en una acera urbana, a la segunda un señor de unos sesenta, con su traje con camisa y corbata sentado a la barra de un bar con una copa en la mano, que sonreía a la cámara como lo hacía también la señora de la primera foto. A la tercera una señora en bañador estaba en un chiringuito en la playa. Empecé a preocuparme, y al ver la cuarta fotografía lo comprendí todo. En la foto salía el tío Florencio en el patio de su casa suya con el porrón en la mano izquierda y saludando con la derecha.
No conocía a la mujer, ni al hombre, ni a la señora del bañador en la playa, pero sí al tío Florencio, solo que este hacía 10 años que había traspasado. La siguiente foto, la quinta era un autorretrato, (mi padre nunca habría dicho selfie) y esta foto era terrible, la peor de todas, a pesar de ser aquella aciaga tarde en que murió, radiante, con un cielo azul nítido, detrás de él, en la fotografía, todo era oscuro, de una oscuridad extraña, terriblemente extraña, infinitamente extraña...

Así podría empezar una buena novela negra o fantástica, depende de lo que "revele" un análisis más profundo de las fotos.
ResponderEliminarSaludos.
Bueno, esta historia va en la línea de otras por el mismo estilo que escribí hace tiempo.
ResponderEliminarSaludos.