Tenemos un problema: incendios. ¿Qué propone el principal partido de la oposición? Crear un registro nacional de pirómanos y obligarlos a llevar una pulserita telemática. Porque si hay un problema, tiene que ser culpa de alguien, y se resuelve aplastando a los malos. - Laura Freixas.
¡Si fuera solo el PP…! Pero dividir el mundo entre inocentes ovejitas y malvados lobos que lo estropean todo es una actitud cada vez más generalizada. Lo explicaba Daniele Giglioli en Crítica de la víctima: habiendo fracasado políticamente, los revolucionarios se refugiaron en la superioridad moral, estéril, pero reconfortante. Tan reconfortante, y políticamente rentable, que ahora lo hacen todos. De unos años a esta parte, parece que ya no hay debate –debatir requiere reconocer la legitimidad del otro–, sino solo acusaciones.
Señalaba Manuel Sacristán (lo recordaba Manuel Cruz en el Cultura/s del 23/VIII/2025, con motivo del centenario del filósofo) la necesidad de aunar ciencia, política y ética. Porque “política sin ética es politiquería y ética sin política es narcisismo”, y ambas requieren, para traducirse en acción efectiva, ciencia, conocimiento. Volvamos al ejemplo de los incendios. “El 80% son intencionados”, aseguró Feijóo en Galicia. Falso: lo son el 19%, según la Fiscalía.
¿Qué eficacia puede tener una propuesta basada en datos erróneos? Pero es que la eficacia que se pretende no tiene que ver con los incendios, sino con los votos. Y buscar chivos expiatorios debe ser muy útil a tal efecto, a juzgar por el entusiasmo con el que tantos recurren a ello. Si las cosas salen mal, es porque hay malos, sea Sánchez, los pirómanos, los menas, los jueces, la casta, la “puta Espanya”, los fascistas, los zurdos, los ecologistas, los superricos… Parece que la identidad (y no solo de los partidos) ahora consiste en elegir a quién se odia: odio, luego existo.
Lo más gracioso es cómo, ignorando la viga en el ojo propio, cada cual acusa de odio al otro. En un asombroso artículo del mes pasado, un filósofo, referente intelectual de la izquierda a la izquierda del PSOE, señalaba una serie de opiniones que él no comparte (como negar el cambio climático, arremeter contra el wokismo o votar a Vox), no solo tachándolas de fascistas, sino poniéndolas al nivel del canibalismo (Santiago Alba Rico: “Una transformación molecular hacia el canibalismo”, El País, 15/VIII/2025). Y si los adversarios ideológicos ya no son adversarios, sino enemigos, ni simplemente
se equivocan, sino que son malas personas –que, si les dejáramos, se nos comerían a dentelladas–, ¿cómo podemos, no ya proponer un proyecto colectivo, generar ilusión, unir a la ciudadanía, sino pactar siquiera?
Parece que la identidad (y no solo de los partidos) ahora consiste en elegir a quién se odia. Aquello que hizo Artur Mas en el 2006: firmar ante notario que no pactaría con el PP, y que nos pareció una ocurrencia, ha resultado ser un anuncio de lo que vendría. Un panorama político, el de hoy, en el que la única coalición posible sirve para compartir el poder, pero no alcanza para propiamente gobernar.
Y así como cotiza al alza el odio –disfrazado de santa indignación–, cotiza claramente a la baja el… Apenas me atrevo a usar esta palabra, tanto es su desprestigio, su aura de cursilería… Sí, eso: el amor. Es verdad que durante demasiados siglos se ha usado como señuelo para justificar la subordinación de las mujeres.
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