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viernes, septiembre 05, 2025

SEBASTIÃO SALGADO, EL FOTÓGRAFO QUE MÁS TRABAJABA


No soy el mejor fotógrafo del mundo, soy el que más trabaja”, me dijo Sebastião Salgado con voz suave. Su español, casi perfecto, se veía favorecido por la cadencia tranquila y melodiosa del portugués: “Un fotógrafo pertenece a una raza aparte: no soy un artista; el periodista recompone la realidad, pero el fotógrafo no. Tengo el privilegio de mirar, nada más”. Juan Villoro en el PAÍS 

Posiblemente, Salgado era el fotógrafo más conocido del planeta y recibía críticas ambivalentes. Durante medio siglo documentó la injusticia y regaló buena parte de su trabajo; sin embargo, para algunos era una super­estrella que promovía una “estética de la miseria”, acaparaba museos y publicaba libros de tamaño excesivo.

El tono llano, afable en que se dirigía a los técnicos mexicanos que trabajaban en su exposición, y que le granjeó la confianza de miles de personas, no podía ser más modesto, pero los comentarios más acerbos no se dirigían a su persona, sino a su forma de mirar. Ingrid Sischy lo acusó en The New Yorker de “embellecer la tragedia” y Jean-François Chevrier en Le Monde de ejercer un “voyerismo sentimental”. No faltaron respuestas en defensa del brasileño. Con su acostumbrado estilo aforístico, Eduardo Galeano escribió: “La caridad, vertical, humilla. La solidaridad, horizontal, ayuda. Salgado fotografía desde dentro, en solidaridad”. Sin el componente de la belleza, numerosas imágenes serían olvidadas. La estética genera empatía. Gilberto Owen expresó este enigma en un aforismo: “El corazón. Yo lo usaba con los ojos”.

De acuerdo con Salgado, quienes critican la “fotografía de la miseria” no abordan del mismo modo a los testigos de los privilegiados: “Irving Penn, Richard Avedon, Annie Leibovitz, los grandes fotógrafos americanos que retrataron a los ricos de su país y que se han ocupado de los grandes desfiles de moda no reciben críticas porque se asume que la belleza es de los ricos; pero si retratas la belleza de los pobres hay críticas porque se supone que alguien pobre tiene que ser feo y debe vivir en un local feo, pero no: vive en nuestro planeta, que tiene un cielo maravilloso y montañas increíbles; yo debo mostrar eso en medio de su pobreza material”.

“El problema de Salgado es el éxito”, comenta el fotógrafo argentino Dani Yako: “La apropiación de temas no solo es suya; todos los fotógrafos nos apoderamos de la vida de los demás. En un principio, él no pensó en ser expuesto; laburaba para los periódicos, pero las galerías le dieron otro marco a su obra y a veces eso genera malentendidos. Lo importante es su trabajo”.

La controversia difícilmente abandona a una figura pública. El 17 de enero de 2025, The Guardian publicó un artículo sobre la fotografía ecológica de Salgado: Trouble in Paradise (problemas en el paraíso). El texto informaba que el antropólogo Joāo Paulo Barreto, perteneciente a la comunidad indígena tukana, visitó la exposición Amazonia en Barcelona y la abandonó a los 15 minutos, escandalizado por el despliegue de desnudos: “¿Se atreverían los europeos a exhibir los cuerpos de sus madres y sus hijas de ese modo?”, preguntó. De acuerdo con Barreto, Salgado veía a los indígenas con actitud colonial. Poco después, el artículo fue refutado en una carta a The Guardian por Beto Vargas, líder indígena del grupo marubo. Vargas destacó la importancia de retratar los habitantes de la zona más profunda de la Amazonia; el hecho de que aparezcan desnudos no es un artificio, pues así viven y no deben ser occidentalizados para ser respetados. Vargas atestiguó las sesiones en las que los propios indígenas discutieron el modo de ser retratados y comentó que, gracias a Salgado, la suprema corte de Brasil promulgó la ley ADPF-70 para garantizar la ayuda médica negada a los indígenas durante la pandemia por el Gobierno de Bolsonaro.

La naturaleza como terapia - Robert Capa murió al pisar una mina en Vietnam, cumpliendo uno de sus axiomas: “Si la foto no funciona es que no estuviste suficientemente cerca”. Su colega de Minas Gerais hizo suya la frase y cubrió el horror en inaudita proximidad. Ajeno al tremendismo, buscó la dignidad de los que sufren y utilizó la estética como un recurso de denuncia.

Sin embargo, registrar desastres le pasó una costosa factura. Hacia finales de los años noventa, después de atestiguar los pozos petroleros en llamas en el desierto de Kuwait y seguir a los desplazados en África, enfermó de un mal inédito, causado por lo que había visto.

Justo entonces su padre le dejó la finca de la familia. “Nací en Minas Gerais; nuestro barroco nació ahí y mi fotografía es muy barroca. Empecé muy tarde en la fotografía, pero el impulso venía de lejos, lo mismo que mi herencia ideológica, que venía de un país pobre, subdesarrollado. He hecho fotografía social casi toda mi vida y empecé a hacer fotografía ambiental a partir de 2004, cuando entendí que debía volver al planeta. Comprendí la evolución de la sociedad cuando apareció Gorbachov y transformó la Unión Soviética; él solo era un hombre, pero detrás había miles de personas que necesitaban eso; si no hubiera sido él hubiera sido otro. La evolución tiene una lógica colectiva. Yo trabajé en México en los años ochenta cuando ninguna persona pensaba en el medio ambiente ni en la protección de la naturaleza. Cuando vine por primera vez a la Ciudad de México encontré una ciudad mineral, hoy es una ciudad verde; si te fijas, todos los árboles son jóvenes, tienen 20 o 25 años. Mi fotografía sigue los cambios de la especie humana. Trabajé mucho en África, estuve en el genocidio en Ruanda, y cubrí la reorganización de la familia humana en la serie Éxodos. Lo que vi en Ruanda ha sido lo más terrible que he visto; me enfermé psicológica y físicamente. Fui a ver a un doctor porque me sentía muy mal y me dijo: ‘Sebastião, tú no estás enfermo, tú estás moribundo; si sigues así no vas a poder más, porque tu cuerpo entró en una lógica de destrucción”, dijo.

El ensayista brasileño Ricardo Viel, que trabaja para la Fundación José Saramago en Lisboa, presenció una conferencia de Salgado hace unos 15 años: “Le costaba trabajo recordar las cosas”, me dijo en la Casa de los Picos, que alberga el legado del novelista portugués: “Cuando lo escuché, parecía haber perdido la memoria y acudía con frecuencia a Lélia para que le precisara algo”.

En nuestra conversación, Salgado volvió a ese momento crítico: “Me fui a Brasil, alquilamos una casita en una playa y decidí abandonar la fotografía; estaba avergonzado de ser parte de una especie tan depredadora, tan brutal”. La finca familiar, que había sido un vergel, estaba completamente erosionada. Salgado decidió recuperarla. Por cada foto que había tomado, plantó un árbol. Para 2014, la tierra que en 2001 era un yermo había florecido de forma extraordinaria.

A medida que el campo reverdecía, él sanaba: “Vi surgir los árboles y que los insectos regresaban, y con los insectos los pájaros y luego los mamíferos. Me curé, recuperé una gran esperanza y decidí volver a la fotografía”.

Ningún colega había tomado tantos helicópteros, canoas, caballos, mulas o avionetas en más de 100 países. “¿Cuántos caminos debe tomar un hombre para ser llamado hombre?”, se preguntó Bob Dylan. En el caso de Salgado, habría que preguntar si dejó de tomar algún camino.

Cuando recuperó su oficio, lo hizo en plan épico. Entre 2004 y 2012 emprendió 32 viajes. El resultado fue Génesis: el mundo en su primer día. “Quise ver mi planeta, lo que tenía de prístino, lo que no ha sido destruido. Fui a Washington, a Conservation International, y descubrí que el 47% del planeta estaba como en el momento del génesis, no las partes habitables, sino las tierras más altas, las más húmedas, las más frías, las más desérticas, y ahí me fui. Durante ocho años me hice el mejor regalo que una persona se puede ofrecer a sí misma. Pero el viaje más importante fue interior. Entendí que soy naturaleza. Cuando estaba en el norte de Alaska, tuve un guía esquimal muy gordo, más chaparrito que yo, que no podía subir a las montañas. Aterrizábamos en pistas muy estrechas y cortas, y el avión no podía llevar mucho peso. Preferí quedarme solo, sin el esquimal. En la montaña, acompañado por plantas y minerales, entendí que yo era uno entre los demás. Ahí recuperé la esperanza, no en mi especie, que no merece estar en este planeta, sino en un planeta que se está rehaciendo solo”.

Durante décadas, Salgado fue un testigo a ras de tierra. En la Amazonia tuvo que despegar para captar espacios enormes: “No hay avionetas especiales para fotografiar la floresta desde arriba, tampoco hay drones porque no hay bases para poder volarlos. El macizo de montañas más grande de Brasil está en la Amazonia, pero no hay fotografías de eso porque no hay acceso. Tuve que recurrir al ejército, la única institución con representación en ese territorio, con 23 cuarteles. Aceptaron que me desplazara en sus avionetas, con las puertas abiertas para fotografiar. No eran misiones para mí, me unía a las que tenían y contribuía con el combustible (45.000 litros); así pude retratar una región de casi 500 kilómetros, un conjunto de islas formadas en el último periodo de las glaciaciones”.

Este recuerdo activó su entusiasmo por lo inédito: “Pude fotografiar los ríos aéreos; es un concepto científico nuevo, del que se habla desde hace unos ocho o diez años. La evaporación de los ríos y los lagos de la Amazonia es inmensa; es el único espacio del planeta que tiene una evaporación propia que garantiza las lluvias. Eso forma nubes colosales. El volumen de agua que sale por el aire es más grande que el del agua que el río Amazonas expulsa al océano Atlántico”.

La muerte de Sebastião Salgado, ocurrida el pasado 22 de mayo, poco después de nuestro encuentro, dio valor testamentario a una de sus frases: “Pasamos muy rápido por el mundo”. Su legado, hecho de instantes, ya se inscribe en la memoria. 

Dejo unas cuantas de sus fotos, pero aquí podéis encontrar muchas más.







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