Siempre se piensa en 'El príncipe' como un vehículo del filósofo italiano a favor de los reyes. Pero ¿y si en realidad fue un defensor de las democracias? - Francisco Martínez Hoyos.

Aunque Nicolás Maquiavelo nunca escribió que el fin justifica los medios, ese principio impregna, o al menos eso parece, El príncipe. De ahí que el pensador florentino haya pasado a la historia como sinónimo de inmoralidad. Todo valdría, incluso el crimen, en aras de la razón de Estado. Un príncipe que aspire a conservar su poder no debe ser siempre benévolo, sino utilizar la crueldad cada vez que le sea necesario. Como no siempre es posible ser temido y amado, lo aconsejable sería inspirar temor.

Maquiavelo se basa en el realismo político. Un gobernante que prioriza lo que debería hacerse a lo que normalmente se hace está labrando su propia ruina. El estadista no puede ser bondadoso cuando se mueve entre gentes que no lo son. De ahí que sólo tenga que mantener su palabra mientras le convenga. Si necesita ser despiadado, el pulso no debe temblarle. Es más, esto, en la práctica, sería incluso benéfico. Los políticos indulgentes sólo conseguirían que las rebeliones se multiplicaran. En cambio, la mano dura de un César Borgia serviría para mantener la paz y, de esta forma, economizar vidas.

Maquiavelo pone también el ejemplo de Aníbal, capaz de imponer la disciplina en su ejército con métodos implacables. Esto le habría convertido en un triunfador. Los historiadores serían unos inconscientes al elogiar las hazañas del cartaginés y, al mismo tiempo, censurar el comportamiento que las hizo posibles.

¿Qué es lo que pretendía el responsable de este tipo de consejos tan descarnados? Para unos, adular a los príncipes. No por casualidad, Maquiavelo dedica su obra a un Medici. Para otros, sin embargo, su intención habría sido irónica. Habría pretendido poner en evidencia los vicios de los príncipes bajo la apariencia de un elogio.

La visión que podamos tener del florentino queda muy matizada si, además de leer El príncipe, nos adentramos en otra de sus grandes obras, los Discursos sobre la primera década de Tito Livio. Aquí, lejos de hacer un canto a la monarquía y al absolutismo, defiende el gobierno republicano inspirándose en la Roma de la Antigüedad. En los Discursos, Maquiavelo hace una crítica dura de las monarquías. Nos dice, por ejemplo, que el paso de las electivas a las hereditarias resultó desastroso porque los reyes dejaron de tener un estímulo para realizar bien su trabajo. En lugar de estar a la altura de las circunstancias, ahora no tenían más interés que entregarse al lujo, la lujuria o cualquier otro vicio.

Para demostrar esta tesis, nuestro autor echa mano de la historia romana y llega a la conclusión de que todos los emperadores que accedieron al trono por derecho de sucesión, con la excepción de Tito, resultaron nocivos. Sin embargo, los buenos gobernantes que tuvo el Imperio entre Nerva y Marco Aurelio no recibieron su poder de sus genes, sino al ser adoptados por el soberano anterior.

El teórico italiano compara las repúblicas aristocráticas, como la antigua Esparta o la Venecia renacentista, con la romana y su apuesta por la confianza en el pueblo. ¿Cuál de estos sistemas funciona mejor? Lo que le importa a Maquiavelo es buscar la manera de que nadie acapare demasiado poder para ejercer la dictadura. Por eso desconfía de la aristocracia. Sus miembros, a su juicio, están predispuestos a imponer su dominio. Los plebeyos, en cambio, solo aspirarían a no ser dominados. Por eso constituirían un dique frente a las pretensiones antidemocráticas de las clases altas. 

A partir de estas premisas, Maquiavelo llega a la conclusión de que son preferibles las repúblicas fundamentadas en la gente común. Ofrecen mayores garantías para la preservación de la libertad. La república sería también más funcional que la monarquía por su mayor capacidad de adaptación a nuevas circunstancias, al poder disponer de líderes de distinto perfil. Esto fue lo que sucedió durante la segunda guerra púnica, cuando la república romana se enfrentó a Aníbal. Cuando necesitó un general prudente que oponer al cartaginés, tuvo a Fabio. Luego, con una situación nueva en la que se requería mayor audacia, Escipión se convirtió en el hombre del momento. Los príncipes, por el contrario, no serían tan idóneos para enfrentarse a los cambios. Se acostumbran a actuar de una forma y después no son capaces de modificar su estilo de gobierno en función de las circunstancias. 

El pensamiento de Maquiavelo es mucho más complejo de lo que suponemos. Podemos interpretarlo como un consejero de tiranos, pero resulta más provechoso y cercano a la realidad valorar su profundo republicanismo. En la actualidad, en que ciertos políticos, como Trump o Putin, imitan solo las invitaciones a actuar sin principios, no está de más recordar a un filósofo tan interesado como nosotros en el buen gobierno. 

¿Queremos conservar nuestras democracias? Maquiavelo nos aconseja que las renovemos cada cierto tiempo, de cara a revitalizar los ideales que las inspiraron. 

De lo contrario, el fracaso nos espera.