El vicedecano de la Facultad de Educación de Granada ha colgado en su puerta un cartel que debería estar en mármol: “No atiende a padres”. Cuatro palabras para levantar una barricada. Por aquí no pasan, toda una declaración de independencia académica.
Imagínense la escena: el hombre, cansado de lidiar con pedagogías que prometen fabricar genios, pero producen criaturas poco capaces, se sienta frente al ordenador. Respira hondo. Escribe el edicto. Quizá hasta se le escape una sonrisa amarga, la del veterano que ha visto a demasiados padres invadir su despacho como cruzados. Y entonces, firme, coloca su cartel, la frontera de la madurez, la línea Maginot contra el infantilismo.
Amigos profesores de universidad me cuentan escenas que ponen los pelos de punta. Papá o mamá, o los dos juntos, llegan a la universidad antes que sus propios hijos. Comando de rescate, mala baba y aquella mirada de “¿dónde está el tutor que ha suspendido a mi niño?”. Entran, discuten, reclaman, y salen convencidos de haber hecho lo correcto: proteger al cachorro. Quizá no entienden que, al hacerlo, le están robando lo más importante que enseña la universidad: a equivocarte y resolver tus propios líos solo.
Hay estupor ante una generación que llega a la universidad sin que los padres les suelten la mano
La palabra sobreprotección ya incluye por sí sola un exceso, aunque pueda parecer que no. Unas vidas que se acorazan desde la niñez –ni un roto en la rodilla del pantalón, suele decir el pedagogo Gregorio Luri– hasta los veinte, cuando no algunos años más. El resultado es una generación blindada contra el polvo del mundo real pero, qué paradoja, en cueros frente al universo virtual. Padres que escoltan a su vástago hasta el despacho del decano y que, sin embargo, no tienen ni idea de qué demonios cuelga o hace en Instagram esa criatura que ya se afeita.
Las plataformas tecnológicas, obvio, están encantadas de poner música de fondo a esta fiesta colectiva. Haidt reparte culpas entre las familias y las redes sociales. Y clama: “¡Es una catástrofe!”. Quizá exagera, aunque fíjense que aporta un dato para reflexionar: desde que la generación Z llegó a la universidad, los trastornos psicológicos se han duplicado. Así que no, el cartel del vicedecano no es una simple anécdota. Es el epitafio de una época. Por fin alguien se planta. - Susana Quadrado.
El vicedecano no lo ha puesto, pero a continuación de: Todo el alumnado matriculado en Prácticas es mayor de edad.... seguro que añadiría... lo que no puedo asegurar de los padres.

Me parece genial.
ResponderEliminarSiendo yo jefe de estudios en el CEPA ,( educación de adultos) de mi localidad, el uno de septiembre de hace unos cuantos años, comienzan a presentarse los profes que vienen nuevos. Una joven interina viene acompañada del padre. Ella se queda y el padre se va al pueblo a conocerlo. Todavía no hay alumnos pero es un día de reuniones, reparto de horarios, normativa, etc. Tras la reunión general vamos llamando al despacho de dirección uno por uno a los profesores para entregarles papeles explicarles cosas del horario y demás. A eso de la una o una y media alguien llama a la puerta y abre, una cabeza asoma, la del padre de la joven profesora, y va y dice: ¡Bueno, para ser el primer día ya está bien! ¿No?
La chica se puso colorada de vergüenza. El director le explica que nuestro horario es hasta las tres.
Creo que esta anécdota y otras que tengo ayudan a explicar el hartazgo hacia los padres pelmazos.
Es una plaga esto de los padres sobreprotectores.
ResponderEliminarSaludos