Si PP y PSOE gobernaran juntos, se produciría una gran coalición similar a la que hemos visto en países como Alemania en ciertos momentos. Eso podría reforzar el bipartidismo, porque los dos partidos mayoritarios sumarían fuerzas y dejarían menos espacio político a terceras opciones. Sin embargo, también podría tener efectos contrarios: al unirse, PP y PSOE podrían perder votantes hacia partidos más pequeños (Vox, Sumar, nacionalistas, regionalistas) que se presentarían como alternativas frente a un “bloque único”.
Una gran coalición daría estabilidad parlamentaria y facilitaría aprobar leyes sin bloqueos. Pero la gobernabilidad no depende solo de la aritmética: también importa la legitimidad social. Si los votantes perciben que sus opciones se diluyen en un pacto “contra natura”, podría aumentar la desafección y el voto hacia partidos más radicales o periféricos. En España, el sistema electoral favorece cierto pluralismo (por la representación territorial y la proporcionalidad), por lo que volver al bipartidismo puro sería difícil, pero no imposible.
En resumen: un pacto PP–PSOE sí podría hacer más estable el gobierno en el corto plazo, pero no necesariamente acabaría con el resto de partidos. Podría incluso fortalecerlos, al convertirse en la voz de quienes se sienten excluidos del consenso.
En Alemania, la Große Koalition ha aportado estabilidad, pero también han alimentado el crecimiento de partidos alternativos; en Italia, en cambio, las coaliciones amplias han sido más frágiles y han terminado en crisis frecuentes. Pero España es diferente, y lo cierto es que una gran coalición PSOE/PP, a corto y medio plazo, sería interesante i práctica, solo harían falta unos líderes fuertes y con sentido de Estado en ambos bandos para que el proyecto funcionara. Y ese es el problema. Por supuesto, ni Sánchez ni Feijóo podrían liderar este proyecto.


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