El mayor donante del mundo se cansa de poner dinero para combatir el cambio climático y lo anuncia solo unos días antes de la celebración de una Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Clima marcada por el realismo.
Un meteorito avanza con rapidez hacia la Tierra. Se trata de una roca enorme que, cuando colisione con el planeta, provocará la extinción de la especie humana. Quedan solo seis meses para evitar el impacto y los dos astrónomos que lo han descubierto tratan de buscar el apoyo del Gobierno y de los medios de comunicación para evitar la catástrofe. Ese es el argumento de “ No mires arriba ”, sátira política estrenada en 2021 que tuvo un gran éxito de público.
Para seguir con el argumento, hay que explicar que después de la alarma creada y de vencer el escepticismo general, la NASA decide enviar armas nucleares para desviar el meteorito de su trayectoria. La tecnología necesaria para la operación está en manos de la corporación BASH, propiedad del magnate Peter Isherwell, quien en el último momento decide abortar la misión por razones económicas. El meteorito está repleto de tierras raras y su explotación haría rico (todavía más rico) al magnate. Finalmente, Isherwell, ya puesto en el papel de malvado, decide no desviarlo y fragmentarlo con una nueva tecnología que utiliza drones…
Adam McKay, director de la película, quiso que el meteorito de “ No mires arriba ” fuera una metáfora de la amenaza que el cambio climático supone para la civilización. Fue estrenada en diciembre de 2021, el mundo estaba en plena pandemia de la covid, y se convirtió en la segunda película más vista en Netflix (su estreno en los cines fue testimonial por el virus). Aquel año, muy poca gente pensaba en Donald Trump y Elon Musk aún no había empezado a brillar como villano global. El director basó el personaje del malvado Isherwell en Bill Gates, fundador de Microsoft y el mayor filántropo del planeta, en aquellos días la diana preferida de todos los conspiracionistas, que vinculaban su activismo pro vacunas a la propagación de la pandemia.
El martes 28 de octubre, el mayor donante del mundo se reencarnó por unas horas en el malvado Isherwell y difundió un documento en el que anunciaba un giro en su política de donaciones. Dijo basta a la “visión apocalíptica” de un cambio climático que “no causará la desaparición de la humanidad” y anunció que destinaría esos fondos a la gente que muere entre la pobreza y el sufrimiento.
El anuncio de Gates ha entusiasmado a los negacionistas del calentamiento global. Entre ellos, a Trump, que a las pocas horas lanzó en las redes un satisfecho “¡Gates admite que estaba equivocado!”.
En contraste, los científicos se han irritado por sus argumentos. Para unos (Zeke Hausfather), la financiación de la reducción de emisiones no debe hacerse a expensas de la ayuda para erradicar el hambre y la pobreza. Para otros (Katharine Hayhoe), no hay ni un solo artículo científico que plantee la posibilidad de la extinción de la raza humana. Pero sí sabemos que el sufrimiento aumenta con cada décima de grado de calentamiento. Y coinciden todos en que entre la extinción de la que habla Gates y la vieja y deseable normalidad hay muchos escenarios posibles, ninguno de ellos agradable.
Bill Gates tiene 70 años. Es el senior de la generación de mega millonarios tecnológicos de la economía de internet. Pero a diferencia del resto, no se dejó ver el 20 de enero en la Rotonda del Capitolio el día de la toma de posesión del presidente Trump. Ha sido crítico hacia cómo han evolucionado las redes sociales -“nunca pensé que llegaríamos a esto”. Y ha atacado a Musk por los recortes que implementó en el gobierno. “La imagen del hombre más rico del mundo matando a los niños más pobres del mundo no es nada bonita”, dijo de él en una entrevista al Financial Times en referencia a la eliminación de la ayuda al desarrollo, decisión que le ha dejado a él como única referencia de la ayuda global. No ha culpado, eso no, a Trump por ello, temeroso quizás de que el presidente se enfade y suprima las exenciones fiscales a sus fundaciones.
Gates es el más “progre” de entre los ingenieros de Silicon Valley. Jeff Bezos y Elon Musk dan por hecho que pronto no habrá sitio para los humanos en la Tierra y se preparan para ir al espacio. Gates todavía le daba una oportunidad. Pero en lugar de dedicar sus fondos a las economías limpias y a la descarbonización, destinaba ese dinero a investigaciones poco ortodoxas y muy arriesgadas. Como los reactores modulares nucleares. O la inyección de aerosoles de dióxido de azufre en la estratosfera con el objetivo de enfriar la Tierra. La rendición de Gates, en plena era del realismo climático revela lo difícil que es actuar contra una amenaza que, pese a proyectarse en el medio plazo, padecemos ya sus manifestaciones (se cumple un año de la DANA valenciana). Lo difícil que resulta avanzar entre un negacionismo más poderoso que nunca que siembra la confusión entre los más jóvenes y el duelo que anticipan los más concienciados ante la devastación futura. Ramon Aymerich en la vanguardia.


Algunos negarán el cambio climático hasta que les toque algo en esta lotería perversa de calentamiento y devastación. Y cuando estén con el agua al cuello dirán que todos estábamos equivocados, como cuando dijo Aznar que antes de acabar con Saddam Hussein, "todos" creíamos que había armas de destrucción masiva en Irak. Los que participamos en la manifestación del " no a la guerra" nos quedamos con cara de gilipollas.
ResponderEliminarAsí son esta gente.
Mariano Rajoy mencionó en 2007 a un primo suyo, catedrático de Física en la Universidad de Sevilla, para justificar su escepticismo sobre el cambio climático. Rajoy dijo entonces que su primo le había asegurado que no era posible predecir el clima a largo plazo, lo que usó como argumento para restar importancia al cambio climático. Esta manifestación del no a la guerra, fue la última a la que asistí.
ResponderEliminarSaludos