Hay épocas en que lo sagrado se repliega, se esconde en los márgenes, se disfraza de silencio. Y hay otras en que, sin previo aviso, regresa. No como dogma, sino como susurro. No como cruz, sino como pregunta. En este tiempo nuestro —tan lleno de ruido, algoritmos y vértigo— lo religioso vuelve a asomar la cabeza. Pero lo hace con nuevos rostros, nuevas voces, nuevas formas.
Javier Cercas, ateo confeso y anticlerical por vocación, ha escrito un libro que, entre otras cosas, se atreve a mirar de frente a la Iglesia. No para rendirse a ella, sino para entenderla. Para escuchar sus ecos, sus contradicciones, sus ruinas y sus luces. En sus páginas no hay conversión, pero sí una curiosidad que roza lo espiritual. Porque a veces, el pensamiento también reza.
Alauda Ruiz de Azúa, directora de Los domingos, cuenta la historia de una adolescente que quiere hacerse monja, o Aixa de la Cruz, autora de Todo empieza con la sangre, que explora la conversión, Y luego está ella. Rosalía. Que en su último disco, LUX, se viste de santa, se rodea de coros celestiales, y canta como si estuviera en trance. No es una misa, pero se le parece. No es una plegaria, pero conmueve como tal. En el libreto, una frase se convierte en estandarte: “Ninguna mujer pretendió nunca ser Dios”. Y sin embargo, ahí está ella, iluminada, profética, convertida en símbolo de una espiritualidad que no pide permiso. LUX no es solo música. Es un ritual. Es una procesión de sonidos que mezclan lo barroco con lo electrónico, lo litúrgico con lo urbano. Es la prueba de que lo sagrado puede bailar, puede sonar en TikTok, puede vestirse de Balenciaga y aún así hablar de lo eterno.
¿Un nuevo movimiento religioso? - No hay templos, pero hay escenarios. No hay dogmas, pero hay mantras. No hay santos, pero hay ídolos. Lo que emerge no es una religión nueva, sino una sensibilidad que busca lo trascendente en lo cotidiano. En la literatura, en la música, en los cuerpos que se mueven al ritmo de una canción que parece oración. Esta espiritualidad contemporánea no exige fe, sino atención. No impone, sino que invita. Es líquida, híbrida, a veces contradictoria. Pero está ahí, latiendo en los libros que se preguntan por el alma, en los discos que invocan lo divino, en los gestos que buscan sentido.
Quizás no se trate de creer, sino de mirar. De aprender a ver lo invisible en lo visible. De entender que, incluso en el mundo más secular, hay espacio para lo sagrado. Que el misterio no ha muerto, solo ha cambiado de forma. Y así, entre las páginas de Cercas y los acordes de Rosalía, entre la filosofía coreana y los rituales digitales, se dibuja un mapa nuevo. Un mapa donde lo religioso no es una frontera, sino un horizonte.


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