Hace tiempo que oímos hablar de la “ola ultra” como si fuera una corriente imparable, una especie de tsunami político que debía tragarlo todo. Yo mismo había llegado a creer que, tarde o temprano, acabaría arrastrándolo todo a su paso. Pero la victoria de Madlani en Nueva York me ha hecho detener y pensar: quizás no es tan inevitable como quieren hacernos ver. Cuando leí la noticia, me sorprendió su fuerza simbólica. Nueva York no es cualquier ciudad: es un mosaico de culturas, voces, contradicciones. Que allí haya ganado un proyecto alternativo en la extrema derecha me parece una señal potente. Me recuerda que las ciudades, con toda su diversidad, pueden ser espacios de resistencia y esperanza. Clara Sanchís Mira reflexiona sobre ello en su artículo de hoy en la vanguardia.
"Hora punta en el Cercanías, no cabe un alfiler. Y el tren está quieto, como muerto. Las ventanillas están empañadas, fuera hay oscuridad y lluvia. No sabemos dónde estamos, inmersas en los dispositivos, con un hombro de alguien en la mejilla, una mochila en la boca. Yo leo el discurso del nuevo alcalde de Nueva York. Por eso noto que la mayoría de los cuerpos que se encajan con el mío, en este cubículo, son de personas migrantes. Trabajadores que regresan a sus casas estadísticamente minúsculas. Me pregunto dónde vive ese hombre, en qué trabaja esa mujer, cuánto gana esa espalda. Y si han leído este discurso inesperado y vencedor: “La clase multimillonaria ha tratado de convencer a quienes ganan 30 dólares la hora de que sus enemigos son los que ganan 20. Quieren que nos peleemos entre nosotros para distraernos de la tarea de reformar un sistema que lleva mucho tiempo roto”.
En este vagón aguantamos con paciencia el aire viciado, la imposibilidad de abrir una ventana. Nadie grita. Alguien suspira de vez en cuando. Es un vagón de personas trabajadoras, cansadas y migrantes, que ni gritan. Que a lo mejor llegan a casa tan hartas, tan heridas en general, y sobre todo tan agotadas, que de pronto se identifican con el político más bestia. Y un día igual se lían y meten en una urna un voto furioso, que se vuelve contra ellas mismas, quitándoles servicios públicos que necesitan, dignidad, humanidad.
¿Y si al final esa ola ultra, que parecía que iba a tragárselo todo, no es tan imparable?
Entonces aparece el discurso de Zohran Mamdani, por ejemplo, en este tren medio averiado, y nos preguntamos, para nuestros adentros, si es que hay esperanza. Si al final esa ola ultra, que parecía que iba a tragárselo todo, no es tan imparable. La juventud neoyorquina abre una posibilidad: “Quiero una ciudad donde los que trabajan duro por la noche disfruten de los frutos de su trabajo durante el día”.
El mundo es injusto desde siempre, pero a los ricos del siglo XXI se les ha ido la mano y la cabeza. Basta un pequeño paseo por la vida real para ver que los migrantes sostienen el primer mundo con sus manos. Si el agotamiento no los vence, y despiertan, Nueva York, al menos, se levanta. ¿Y si, con un giro inesperado, la respuesta a la brutalidad de esta ola autoritaria acaba provocando un mundo hasta un poco más igualitario? “La esperanza –leo– es una decisión”. De no creer.".


Ojalá sea el principio de una reacción en cadena. Con Trump vamos todos al desastre.
ResponderEliminarEn eso estamos, no hay que perder la esperanza.
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