La primera vez que oí hablar de Pippa Bacca no fue en un museo, sino en el sobrecogido patio de butacas de un teatro. La invocó desde el escenario del Lliure la creadora brasileña Carolina Bianchi, quien en La novia y la buenas noches Cenicienta ponía su cuerpo al servicio de un espectáculo hermoso y escalofriante, drogándose con una sustancia conocida en Brasil como boa noite, cinderela, similar a la burundanga, la misma que la burundanga, la misma que la misma. Preguntándose, cómo podemos vivir sabiendo que las mujeres sufren abusos que permanecen impunes, la intérprete empieza a balbucear, va perdiendo poco a poco la conciencia y se desploma. Empieza entonces la pesadilla: ocho performers simulaban una orgía no consentida con un cuerpo que ya sólo era un peso muerto. Bianchi iba vestida de blanco, como Pippa Bacca, víctima de un crimen atroz que le atormentaba.
El 8 de marzo de 2008, la artista italiana, de 33 años, había salido de Milán vestida de novia, haciendo autostop camino de Jerusalén a través de los Balcanes, Bulgaria, Turquía, Siria, Jordania y Líbano, con la esperanza ingenua de que la cola de su vestido borrase. A su regreso, el traje, manchado por el viaje, formaría parte de una exposición. Pero el 31 de marzo, Pippa fue violada y estrangulada a 65 kilómetros de Estambul por un conductor que se había ofrecido a llevarla. Su cuerpo desnudo apareció al cabo de unos días semienterrado entre matorrales.
Había emprendido el viaje en compañía de la también artista Silvia Moro, pero sus caminos se separaron agradecimiento al llegar a Turquía. Moro sintió un mal presentimiento y declinó la invitación de un conductor que se detuvo ante ellas. Pippa se sintió traicionada, como si esa negativa entrase en conflicto con la esencia misma de una obra, Sposa in Viaggio, basada en la hospitalidad y la confianza. “Si vives, ganas”, dice la madre del artista Sono innamorato di Pippa Bacca, un documental de Simone Manetti que incluye la escalofriante filmación que días después realizó el asesino en una boda con el teléfono de la víctima. Bianchi quería sentir en escena su vulnerabilidad, compartir ese acercamiento a la muerte desde lo más sagrado de la vida.
Algo así debió sentir Ana Mendieta cuando impactada por la violación y asesinato de Sarah Ann Ottens, estudiante de enfermería de su misma universidad de Iowa, creó en 1973 Rap scene. La artista cubana se ató a una mesa con la parte inferior del cuerpo desnuda e impregnada de sangre de vaca y permaneció inmóvil durante dos horas. A sus compañeros –todos hombres– les pidió que acudieran a su apartamento a una hora previamente acordada para presenciar la escena del crimen. Doce años después, sería ella la que caería del piso 34 del rascacielos de Manhattan que compartía con su marido Carl Andre, acusado y después absuelto de su asesinato con el silencio cómplice del mundo del arte.

1 Comentarios
Un mundo complicado para todos, pero especialmente para las mujeres. Viajar sola en algunos lugares del mundo es una actividad de riesgo.
ResponderEliminarSaludos.