La marmota salió de la madriguera, el día estaba nublado, no vio su sombra y echó a caminar. Si hubiera emergido en un día soleado, la marmota se hubiera vuelto a meter en su agujero. Es una costumbre muy generalizada entre las marmotas, especialmente entre las marmotas de ciertas zonas de Canadá y Estados Unidos, donde su ritual es utilizado para predecir la duración del invierno: si sale la marmota, será corto; si vuelve a meterse en la madriguera después olfatear el horizonte, el invierno durará seis semanas más. Este año, la marmota más famosa de los Estados Unidos echó a andar ante las cámaras,  pasó frente a los micrófonos y se dejó retratar entre sus seguidores, recién salida de su letargo invernal.

Pensaba escribir hoy sobre Esperanza Aguirre, que ha vuelto de la hibernación para sembrar el pánico en las filas de los suyos, pero reconozco que a la presidenta del PP madrileño y cazatalentos recién estrenada, no le cuadra esta comparación con la marmota, que tiene fama de ser un animal perezoso y siempre adormilado. Otros roedores más vivaces y voraces cuadrarían mejor para nuestra fábula. Esperanza Aguirre posee viveza ratonil  y esa capacidad innata de meterse por cualquier resquicio y asomar o esconder la cabeza según vengan dadas, habilidad que resulta tan útil en los entresijos de la política. Cuando la lideresa tomó la puerta giratoria e hizo mutis por el foro para reconvertirse en efímera funcionaria y luego en cazadora de cabezas, escuché una frase que sonaba a profética: el que se va sin que le echen vuelve cuando no le llaman. Seguidor impenitente de la carrera política de Esperanza Aguirre, no por afinidad ni vicio sino por gajes de este maldito y envenenado oficio, su decisión de abandonar la presidencia comunitaria para dedicarle más tiempo a su familia y a su salud no me pareció creíble. Habituado a las triquiñuelas, los desplantes y las contradicciones de nuestra ambición rubia a lo largo de su dilatada trayectoria, su regreso al funcionariado me resultaba sospechoso. Vistas y oídas sus declaraciones en aquel trance mis sospechas se acrecentaron, aunque nunca puse en duda su capacidad de trabajo. Compaginar los horarios del funcionariado con la vida familiar y el cuidado personal parecía por lo menos difícil, teniendo en cuenta -entre otras cosas- que su nuevo puesto como promotora turística la obligaría probablemente a emprender numerosos viajes.

Esperanza Aguirre siempre mantuvo una política de puertas abiertas entre lo público y lo privado, la del sector público era puerta de salida, la del privado de entrada, lo público se vaciaba y lo privado entraba a saco hasta la cocina y se hacía cargo de la caja registradora. Su fichaje por una empresa catalana de recursos humanos parecía lógico, aunque algo precipitado: su breve intervalo en la función pública podía tomarse como unas merecidas vacaciones con paga que habrían significado también una ofensa para ese funcionariado continuamente agredido, humillado y recortado en su etapa de presidenta. La puerta sigue de par en par y Esperanza acecha en el umbral, ella misma es su mejor fichaje, el primer talento cazado para la firma que la contrató. Sus tempestuosas e intempestivas declaraciones sobre la regeneración del Partido Popular avisan de que Aguirre estaría a punto de iniciar una nueva política de fichajes, un nuevo equipo de políticos sin mácula, sin corromper, todavía, por la inercia del cohecho y la prevaricación que forman parte, me temo que sustancial, de un sistema político secuestrado por los poderes económicos.

Inesperada valedora de las listas abiertas y del poder de los militantes sobre los aparatos de los partidos, quizás Esperanza Aguirre esté tratando de hacer olvidar algunos de sus fichajes anteriores como el de Alberto López Viejo (el consejero que, según sus palabras, le salió rana y destapó la trama del Gürtel madrileño donde medraban a la sombra de “el Bigotes” y bajo los auspicios de “el Cabrón”,  “el Albondiguilla”, “el Rata” y “el Gafitas”), o el de correosos alcaldes como lo fuera Jesús Sepúlveda (que fue primer edil de Pozuelo y es empleado blindado del PP y exmarido de Ana Mato, a la que Esperanza quiere ver de exministra cuanto antes). Aunque el gran fichaje de Aguirre fue el de Ignacio González, “el Oscuro”, un tipo con muy mala sombra y un polémico ático en la Costa del Sol. La oscuridad sigue anclada en las aguas del Canal de Isabel II, que no pudo privatizar por aquello de la coyuntura económica, pero Ignacio sigue navegando con patente de corso, poniéndole la proa a la marea blanca de la Sanidad y a la marea verde de la Educación, entre espías y recontraespías de pacotilla en una trama de  que también hace aguas en los tribunales cuando los “gamones”, agentes de los supuestos Servicios de Inteligencia de la Comunidad de Madrid,  se contradicen y se desdicen y denuncian que nunca quisieron espiar y que cuando lo hicieron, lo hicieron mal por falta de medios, ganas y experiencia en el oficio.  
El futuro de González como regenerador del nuevo y esperanzado PP no parece muy prometedor, pero su mentora Esperanza Aguirre no ha hecho más que ahuecar el ala antes de levantar el vuelo y disputarles los cielos a las voraces y emblemáticas gaviotas de los suyos.ç

un artículo de Moncho Alpuente en Público.