Al autor argentino no le gustan las definiciones y por eso, quizás, practica una literatura única e inclasificable. También en «El santo», su nueva novela. «Predico la escritura manuscrita: va más lento, y así se escribe menos, y mejor», dice César Aira: «Mis libros son ensayos que disfrazo de novelas para que no me tomen por loco»

César Aira (Coronel Pringles, 1949) escribe porque «es lo único» que sabe hacer «más o menos bien». No persigue, según confiesa, «ninguna finalidad ulterior» y, sin embargo, logra el deleite de cuantos lectores se acercan a su obra. Una paradoja que trasciende el pequeño universo del argentino, que pasa los días de libro en libro. El último de ellos, «El santo» (es el número 80 de su nómina oficial de ficción), con el que Literatura Random House inaugura su «biblioteca de autor» en España.

César Aira: «Mis libros son ensayos que disfrazo de novelas para que no me tomen por loco»

- ¿Qué recuerda de su primer contacto con la literatura?

- El primer placer sostenido que me dieron los libros fue el de los veinte gruesos tomos de la saga de Sandokán, de Salgari, que leí antes de los 12 años. No fue mucho después, a los 14 o 15, cuando ya estaba leyendo a Borges y descubría el otro nivel, el que hace literaria a la literatura. Por lealtad a la infancia, seguí mezclando los dos niveles.

- ¿Qué piensa ahora de los primeros libros que publicó?

- No releo, ni juzgo, tampoco reniego. Los primeros que publiqué no son los primeros que escribí. Cuando apareció «Ema la cautiva», en 1981, yo llevaba más de diez años de escribir pequeñas novelas, una tras otra. «Ema» debe de ser la número veinte, así que, aun siendo la primera, no es obra de principiante.

- Hay quien le ha definido como un escritor posmoderno. ¿Cómo se definiría usted?

- Esas clasificaciones no son de fiar, y menos cuando empiezan a agregar «posts» y «neos». Sobre todo porque dependen de complicadas definiciones, en las que nadie se pone de acuerdo. Yo inventaría para mí algún marbete intrigante, que dejara pensando a los críticos, por ejemplo «preneodadaísta».

- ¿Qué tipo de literatura le atrae? ¿Y qué persigue al escribir?

- Como lector, pruebo todos los platos del menú. Todo sirve. Lo bueno para disfrutar, lo malo para aprender. Escribiendo, hago lo que puedo, que a veces, casi por casualidad, coincide con lo que quiero.

- ¿Es la escritura un ejercicio de disciplina? ¿Cree en la inspiración, en la visita de las musas?

- Creo que en nuestro oficio hay dos estadios: la invención, que es juego, y la redacción, que es trabajo (o se parece más al trabajo, aunque con vastos recreos). Escribir es cosa mental, redactar es una artesanía, que yo veo cercana a la escultura, porque de lo que se trata es de dar volumen y forma, esa tridimensionalidad que tiene la buena escritura.

- Hablando de inspiración, ¿cómo la encuentra usted?

- Básicamente en los libros que leo, que a su vez vienen de otros libros.

- La ironía es constante en su narrativa. ¿Por qué ese uso tan habitual?

- Puede ser un rasgo de carácter, simplemente. La ironía es una forma de la cortesía, su raíz está en no tomarse en serio a uno mismo. Pero la ironía es consustancial a la literatura, porque es un distanciamiento. La lengua pegada a su sentido es puramente comunicacional, no artística.

- ¿Cuáles son las herramientas más frecuentes en su obra?

- Creo que es mejor no clarificar mucho los mecanismos con los que trabajamos, para que el trabajo no se vuelva, precisamente, mecánico. Es mejor preservar un elemento de misterio ahí.

- En febrero cumplió 66 años y publicó su primera obra a los 26. En ese tiempo, ¿cómo ha cambiado el mundo editorial?

- Publicar se ha vuelto mucho más fácil. Escribir también, a juzgar por la cantidad de gente que escribe y publica. Por eso predico la escritura manuscrita: va más lento, y así se escribe menos, y mejor; da más tiempo para pensar, permite el placer de tachar. Y en lo posible escribir en cafés, donde uno puede levantar la vista, distraerse, darle aire al pensamiento. El que se encierra en un cuarto frente al ordenador puede despachar 20 páginas en media hora, con lo que no hará más que contribuir al anegamiento literario que nos está desalentando tanto.

- ¿Qué opina de la línea que separa la ficción y la no ficción?

- Mis «novelas» (pongámosle comillas porque, en realidad, nunca escribí novelas de verdad) están llenas de teorías, científicas, sociológicas, económicas, que pienso en serio pero las expongo en marcos narrativos surrealistas para desalentar a los que quieran refutarlas con argumentos serios. Yo diría que son ensayos que disfrazo de novelas para que no me tomen por loco.

- Sus novelas suelen ser cortas. ¿Cómo las afronta?

- Siempre empiezo con la intención de llegar a las cien páginas, como para que el libro tengo un mínimo de lomo. Es raro que llegue, rarísimo que me pase. La clase de historias que se me ocurren, la densidad poética que busco, van en contra de la extensión. Y no tengo la suficiente confianza en mí como para creer que un lector me aguantaría por un número grande de páginas.

- Al leer «El santo» no pude evitar preguntarme si el personaje existió realmente.

- Este santo mío existió de verdad. Saqué su historia de un libro (¿no le decía que me inspiro leyendo?). Pero en la realidad los catalanes se salieron con la suya y lo mataron. Yo lo salvé. O quizás creyendo salvarlo le di el tiro de gracia.

- En «Continuación de ideas diversas» escribe:«Los únicos que leen buenos libros son los que leen desde siempre».

- La lectura es la escuela natural de la escritura. No hay otra.

- En ese mismo libro dice: «El recurso a lo sobrenatural es un atentado contra la poesía del mundo». ¿A qué se refería?

- No recuerdo contra quién apuntaba. Probablemente contra ese género execrable, el llamado fantasy. Inventar esos reinos fabulosos es un fraude. Se salta el trabajo literario y pretende llegar directamente al resultado. Los grandes realistas muestran cómo había que hacerlo. Dickens, por ejemplo: describía el Londres donde vivía, y su arte lo transformaba en un reino fabuloso con dragones y brujos y flores que hablan.

- ¿Cree que los escritores son desdichados? ¿Siempre hay que dejar algo en el camino?

- ¿Quién dijo que los escritores son desdichados? Coincido con Stendhal en que escribir es un placer «denso y profundo», y no hay muchos así. Para el que lo ha probado, todos los demás placeres palidecen.

- ¿Se puede aprender a escribir o es una decisión de vida?

- Se puede aprender a escribir bien, por ejemplo en los talleres literarios o con un buen tutor. Pero escribir a secas, como decisión vital o vocación o como quiera llamarlo, es algo que está más allá del bien y del mal.

- ¿Qué me dice de los «best sellers», qué opinión le merecen?

- La literatura comercial tiene su utilidad. Además de informar y entretener y darle de comer, a veces con magnificencia, a sus autores, sirven para que los editores tengan superávit y puedan publicar esos libros raros como los míos con los que pierden plata.

Santos y lecturas
César Aira se inspiró en la historia de San Romualdo, que Pedro Damián cuenta en «Vita Beati Romualdi», para «El santo». Aunque, según advierte, «también podría haberlo inventado». Y todo porque, de niño, leyó la saga de Sandokán. abc.es