1945 - En la mañana del bombardeo de Hiroshima - relata el señor Yamamoto - iba en bicicleta cuando oí un ruido de aeroplanos. Pero no presté atención, porque en aquellos días estábamos habituados. Dos minutos más tarde vi levantarse una gigantesca columna de fuego en medio de terroríficas explosiones, como el estampido de mil truenos a la vez. Mi bicicleta fue arrojada al aire y yo caí detrás de una pared. Cuando pude trepar, vi una horrenda confusión, sentí una enloquecida gritería de chicos y mujeres, así como alaridos de personas seguramente malheridas o moribundas, Corrí hacia mi casa, advirtiendo en el trayecto gentes apretándose grandes heridas, otros cubiertos de sangre, la mayor parte quemados. Todos mostraban el pavor más grande que yo he visto en mi vida, y el sufrimiento más grande concebible. Más allá de la estación se veia un mar de fuego y todas las casas destruidas. Me angustiaba pensar en mi único hijo Masumi y en mi mujer. Cuando por fin logré llegar, entre escombros e incendios, hasta lo que habia sido mi casa, no habia más paredes y el piso estaba inclinado como por un terremoto, con pilas de vidrios rotos y fragmentos de puertas y cielorrasos. Mi esposa herida, herida, clamaba por nuestro hijo, que había salido para hacer un pequeño mandado. Lo buscamos por todos lados, en la dirección donde habia ido, hasta que oímos por ahí a un ser desnudo, casi sin piel, con el pelo también quemado, que gemía en el suelo, casi ya sin fuerzas para contraerse. Con horror le peguntamos quien era, y con voz apenas comprensible el desdichado murmuró con una voz extrañisima: Masumi Yamamoto. Tokyo - AFP.

De Abaddón el exterminador - Ernesto Sábato.