Felipe VI y Mohamed bin Salmán ríen casi a carcajadas en el Palacio de la Zarzuela. Es una fecha, 12 de abril de 2018, que pasará a la posteridad y será juzgada con extrema dureza por las generaciones venideras. Seguramente, con mucha más severidad que aquella instantánea del ridículo y sanguinario dictador español junto al genocida nazi. Sobre todo, porque aunque Felipe VI reine gracias a Franco y se lo agradezca con creces a su familia y a su memoria, el retrato era infinitamente más innecesario. Las risas, qué decir.
Desconozco el motivo de las casi carcajadas. Quizá le estaba explicando el aspirante a sátrapa saudí que quedó satisfecho con los 141 millones de euros en munición comprados en 2017. Y que le daría buen uso, dado que España ha reconocido que no tiene forma de controlar el destino final de las armas que vende a un país que comete multitud de violaciones de derechos humanos y crímenes de guerra. Probablemente a Felipe VI le parecieran muy jocosos, para gustos los colores, los bombardeos de Arabia Saudí en Yemen, algunos en colegios, hospitales y mercados. ¡Cómo no! ¡Qué regocijo! Los cuerpos de los niños despedazados y mutilados y sus cortas vidas malográndose a borbotones entre un caos de metralla, casquillos, piedras, polvo. Alguno asfixiado y pisoteado en la desesperada huida. Otros sepultados para siempre bajo el colapso de hospitales. Quizá todos ellos bajo la munición española que tan alegremente vende España y que tantos beneficios le genera: casi 730 millones en armas para los asesinos saudíes.
Quizá yo soy un cenizo, pero se me revuelve el estómago. Casi me entran ganas de llorar pensando en los más de 10.000 muertos y los 17 millones de personas, entre ellos mujeres, ancianos y niños en riesgo de malnutrición. Esos cuerpos, sobre todo los de los pequeños, esos gritos de desesperación que genera la malnutrición infantil, y finalmente los cuerpos esqueléticos, casi fantasmagóricos, sostenidos en los brazos de exánimes padres o madres, que no solo tienen que cargar con casi su segura muerte, sino que están abocados al drama que supone saber [y consumar] la muerte de tu hija o hijo. Como una vela que se apaga lentamente. Esa condena a muerte, desgracia y drama la acaba de firmar Felipe VI con la venta de las cinco corbetas tipo Avante 2200 al futuro dictador saudí, pues ayudarán a aumentar el número de millones de personas en malnutrición. Eso merece chistes, risas y hasta unas cervezas, sin alcohol, claro está. Sobre todo, porque vamos a trincar 2.000 millones de euros a cambio de unos cuantos miles de muertos y unos millones de personas con malnutrición.
Puede que los déspotas, porque ambos lo son, se estén descojonando literalmente de risa de la información, el espacio y la relevancia de la visita otorgada por los defensores de 'La Verdad', también fustigadores de 'La Postverdad'. Ya se sabe: El País, El Mundo, ABC, La Razón, Telecinco, Antena 3, La Sexta, 'Las Reinas de la Mañana' y toda la tropa de periodistas que se encuentran a sus órdenes. Siempre marciales, siempre atentos, en primera línea de fuego. Ni rastro leo en La Vanguardia [copia y pega de EFE], por poner un ejemplo, de lo comentado. Será que lo escrito aquí se enmarca en la postverdad, será que soy un robot ruso o será que me equivoco y realmente el saudita es un digno dirigente mundial. De hecho, la ONU nombró a un saudí como líder del Comité de Derechos Humanos de su organización.
Puede que de lo que se estén riendo ambos es del atentado en Barcelona, pues los sauditas son el principal promotor del islamismo más radical que se encuentra en la génesis de los atentados terroristas en el mundo. Incluidos Europa y Estados Unidos. Y España, evidentemente. O quizá se rían al compartir una de las hazañas del rey Emérito, ese que tiene una fortuna de casi 2.000 millones de euros según The New York Times, pero ni 'Perry' es capaz de averiguar de dónde ha salido el dinero. Aunque las acusaciones por comisiones de petróleo y armas se amontonen encima de la mesa y casi todos los grandes casos de corrupción y torturas terminen con su nombre en alguna confesión.
Tal vez no sea eso y puede que se están partiendo el culo –de risa, claro– por la situación de la mujer en Arabia Saudí o por los esclavos que todavía existen en la petromonarquía o, a saber, quizá por la tradicional costumbre saudí de decapitar a opositores, ateos, adúlteros, homosexuales y demás 'peligrosos delincuentes' (146 en el año 2017).
Lo que es seguro es que a mí no solo no me hace gracia, sino que me avergüenza, me humilla y me entristece.
Porque ni Felipe VI ni el resto de la comitiva que participó de la recepción (Letizia y María Dolores de Cospedal) estaban representando a todos los españoles la pasada semana en tan infame acto. Al menos, no a mí. Felipe VI representaba sus obscenos intereses, los de su degenerado padre, los de una industria armamentista criminal y los de la mafia mundial que nos gobierna; para Letizia lo importante es que Sofía no se fotografíe con sus hijas, pero que su marido lo haga con un sátrapa ni le va ni le viene; y Cospedal, como no podía ser de otra forma, en espera de encontrar por fin a 'Cipollino', no llega más que a representar la corrupción de su partido y los Rosarios, el franquismo y los Cristos de su hipócrita existencia. Aunque esta vez, ciertamente, los tres fueron 'novios de la muerte' y solo les faltó dejarse los pulmones coreándolo. Pero no siempre es Semana Santa, esta solo fue una semana histórica. - Luis Gonzalo Segura - rt.com
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