Hay casi siempre margen para la interpretación, pero hay ocasiones en los que la verdad no admite ni el más mínimo de los matices. Y en Catalunya no ha habido violencia.
Acuso al Estado español de mentir. A los partidos, a los medios de comunicación, a los jueces, a los fiscales, a la policía y a la Guardia Civil y a quien quieran añadir. Acuso también al jefe del Estado de ser cómplice necesario en la traición a la verdad. Les acuso de dinamitar cualquier atisbo de confianza en las instituciones. Les acuso también por su falta de respeto a la democracia en nombre de la razón de Estado. Les acuso de ser irresponsables, cobardes y mezquinos. Les acuso de solazarse en la venganza y escupir en ambos platos de la justicia. Les acuso de utilizar la plantilla del terrorismo para acabar con el soberanismo. Les acuso de equiparar manifestaciones con asesinatos. Les acuso del oprobio que supone ser español en estos tiempos. Les acuso de fanatismo. Les acuso de falta de humanidad. Les acuso de acercarse a realidades complejas como aficionados en un campo de futbol. Les acuso de sinvergüenzas y de falta de dignidad. Les acuso porque en sus sueños más íntimos los catalanes nos pegamos entre nosotros y cuando despiertan hacen cuanto está en su mano para que así suceda. Les acuso de enorgullecerse de vivir en un permanente 'delirium tremens'.
Les acuso habiendo hecho lo propio en muchas ocasiones con el Govern al que más de una vez he tachado de irresponsable y temerario. Les acuso tras participar intensamente en ejercicios de severa autocrítica y autoflagelación soberanista. Les acuso con una tristeza que aún me acompaña por los hechos de octubre del año pasado en los que el Govern y el Parlament de Catalunya llevaron a la práctica actuaciones que indefectiblemente habrían de tener consecuencias jurídicas para sus oficiantes. Consecuencias que uno, en su infantilismo, creía hasta el último momento que iban a situarse en el terreno de la justicia y no en el de la venganza.
Les acuso de sellar todas las puertas de la moderación y del diálogo. De querer humillar al débil y al vencido clavando la bota del autoritarismo en la nuez del adversario. Les acuso de ser la peor y la más incapaz de las gentes en el peor momento posible.
Y aún así, hay que insistir en la moderación. Mantener la cabeza fría. No olvidar que la mejor manera de hacer frente a una injusticia es dejando a un lado las emociones sin traicionar las convicciones. Saber que las opiniones públicas son volátiles y que no basta con tener razón hoy, sino que también hay que tenerla mañana y pasado.
Quizá debiera decirle al lector que siento faltarle al respeto si comparte las tesis de la fiscalía y de todos aquellos que hoy celebran el acto de ensañamiento institucional contra los líderes del 'procés'. Verán, uno intenta, día sí, día también, entender a todas las partes y hacer lo posible desde su insignificancia para rehabilitar los espacios de convivencia y diálogo. Pero hoy solo podría dejar de ver las cosas del modo en el que las escribo si me arrancase los ojos. Hay casi siempre margen para la interpretación, pero hay ocasiones en los que la verdad no admite ni el más mínimo de los matices. Y en Catalunya no ha habido violencia. Matizar esta afirmación sería ya de por sí participar de la farsa de la mentira.
España miente
Josep Martí Blanch
elperiodico.com
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