Fue una jornada particular. Compleja, ruidosa y difícil. Eran tantos los temores, que al final los incidentes de la jornada resultaron asumibles. Hubo algunos detenidos, pues no todo el mundo lleva en su mochila el bocadillo. Y unos cuantos heridos leves, porque hay gente con ganas de sacar la adrenalina del cuerpo, lo que suele tener más relación con la falta de neurotransmisores que con la ideología. Sin embargo, el balance no resulta especialmente alarmante. Es más, hubo ciudadanos presumiblemente independentistas que ayudaron a la policía a imponer la calma en algunos enfrentamientos, lo que constituye un acto de sensatez, al tiempo que de coraje.
La socióloga Anna Rosling declaraba el pasado miércoles en La Contra que la gente se radicaliza porque prefiere sentir a razonar: “La política se vive como un espectáculo de identidades y pasiones cuando debería ser el resultado del análisis de datos y hechos desde la razón”. Y todavía añadía que damos por asegurado el bienestar futuro, cuando no lo está, y nos entregamos a la pasión política como a un espectáculo sin consecuencias. De todas maneras, ayer los ciudadanos se organizaron para que la jornada particular fuera sólo un día algo distinto, con menos circulación, actividad y convocatorias. Y los manifestantes que creían que debían expresar su protesta contra el Gobierno, aprovechando que se celebraba un Consejo de Ministros, por lo general lo hicieron pacíficamente. Los encapuchados fueron los menos, pero esos no van ni de emociones, ni de razonamientos.
Lo más triste del día no fueron las carreras o los enfrentamientos, sino las declaraciones de destacados dirigentes populares que producen sonrojo. Ayer, Alejandro Fernández, el nuevo líder del PPC, le llamó “Radovan Karadzic en potencia” a Quim Torra. Era una manera de calificarle poco menos que de criminal de guerra. La derecha se está quedando sin hipérboles. Y sin juicio. - Marius Carol - lavanguardia.com