Dice Albert Boadella que "Lucio Urtubia es un Quijote que no luchó contra molinos de viento, sino contra gigantes de verdad". Albañil de profesión, el hoy anciano Urtubia fue definido por amigos y enemigos como un moderno Robin Hood que robaba a los ricos para dárselo a los pobres: durante los años 60 se dedicó a vaciar bancos pero jamás derramó sangre. Finalmente, dejó el “oficio” porque quería evitar que algún empleado saliera herido.
−¿Cómo pasó al otro lado de la ley?
−Nací pobre en la España de los años 30. ¡Nos mataban de hambre! Ni alpargatas teníamos. Con 12 o 13 años ya me llevaban a la cárcel por hacer simples travesuras.
−Y decidió echarse al monte.
−Mi madre no podía pagar la multa de cinco pesetas, y allí me quedaba. Pero no guardo rencor a nadie. No sé odiar.
−Le hizo la guerra a la sociedad.
−No, más bien me empujaron a defenderme. Desde niño, cruzaba la frontera hispanofrancesa con mis hermanos para hacer contrabando por supervivencia. Después, en la mili, vacié un almacén de la compañía y tuve que huir a Francia.
−En París conoció a Bréton, Camus…
−Pero nunca olvidé mis orígenes: comencé a trabajar como albañil, que ha sido la profesión de mi vida. Me jubilé a pie de obra.
−¿No lo dejó ni después de robar su primer banco?
−Ese dinero era para causas justas, jamás para mí. ¡Era un honor y un placer vaciar la caja! Eso sí, sin hacer daño a nadie, en eso fui inflexible.
−¿Quién le enseñó el oficio?
−Durante algún tiempo, tuve al maquis Quico Sabaté alojado en mi casa. Yo era una esponja escuchándole. Fue un maestro para mí.
−También heredó su metralleta Thompson.
−Sí, la usaba en mis asaltos. A las tres era un pobre obrero con las manos sucias y a las cinco era millonario. Hacía esas cosas por pura ignorancia: era un inocentón. Un crío como yo, tan idealista, iba cagado y meado a atracar.
−¿Qué hacía con el dinero?
−Financiaba a gente sin recursos, organizaciones de lucha política, acciones sociales, sindicatos, protestas… Jamás me quedé ni un duro.
−¿Nunca hirió a nadie?
−Por suerte, jamás derramé sangre. En cuanto conocí otra forma de recuperarle medios al capitalismo, dejé los bancos.
−¿Se refiere a falsificar moneda?
−Me refiero a falsificar lo que hiciera falta. Por medio de la embajadora de Cuba, conocí al Ché Guevara en 1962 y le propuse un plan de falsificación de dólares a gran escala.
−¡Caramba! ¿Qué dijo el Ché?
−Me desilusionó. No creyó en mi idea. Pero se veía venir: al final, el Ché fue un pobre diablo: un monaguillo al servicio de Fidel Castro, que es un hombre perverso. ¡Todos los gobiernos del mundo son criminales!
«El Ché fue un pobre diablo: un monaguillo al servicio de Fidel Castro, que es un hombre perverso«. −Si usted lo dice…
−No lo digo yo, sino Maquiavelo: no hay gobierno sin crimen. Y esos señores se hicieron los dueños de Cuba. ¿Para qué? Para tener su rancho particular. ¿Eso es la revolución? ¡Claro que no!
−¿Aún se siente libertario?
−Jamás he dado un paso atrás en mis ideas. Creo en la posibilidad real acabar con las injusticias sociales. Y les digo a los jóvenes que se atrevan a cambiar el mundo.
−¡Pobres! Bastante tienen con sobrevivir.
−¡Mucho cuento es lo que hay! ¡Menos lloriqueos! Hace dos semanas, estuvo en mi casa Enric Durán, el Robin de los Bancos que se llevó casi medio millón de euros. Admiro a ese muchacho.
−La policía le elogió cuando le detuvo.
−A mí me pasaba lo mismo: los agentes me transmitían su admiración por mi idealismo y por respetar la vida de la gente. ¡A eso lo llamo hacer las cosas bien!
Esta entrevista de David Barba debió aparecer en la contra de La Razón pero fue censurada por Frank Marhuender por… bueno, por motivos evidentes. Barba fue despedido, o más bien, olvidado por el periódico después de este episodio, en 2010, así que le he pedido la entrevista para que aparezca en Strambotic, donde los anarquistas que roban bancos para repartir el botín siempre tienen cabida. -
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