En febrero de este año publiqué un escrito sobre el hombre de Manus, la historia del periodista kurdo Behrouz Boochani que lleva seis años retenido en una isla de Papúa Nueva Guinea en una especie de prisión por parte de las autoridades Australianas, que en su incongruencia no le dejan entrar en su país y al mismo tiempo le han dado un premio literario. Un premio que lamentablemente no pudo ir a recoger.
Nueve meses más tarde, Boochani es un hombre libre. Así se siente, camina y respira el periodista kurdoiraní erigido en símbolo de la crueldad del programa australiano para la detención de refugiados. Por conservar su libertad huyó este periodista de Irán hace seis años. Pero, en vez de darle refugio, Canberra lo recluyó en un centro de detención de una remota isla del Pacífico, donde se convirtió en portavoz de sus compañeros de cautiverio y en un escritor premiado, ironías de la vida, por el mismo país que le tenía retenido. A sus 36 años, ese galardón se ha convertido en el billete de salida para abandonar su encierro.
“Estoy muy emocionado por haber conseguido la libertad después de más de seis años”, tuiteó a su llegada el jueves pasado a un aeropuerto de Nueva Zelanda, donde ha sido invitado a un certamen literario en la ciudad de Christchurch. “Gracias a todos los amigos que hicieron esto posible”, añadió. Desde entonces, disfruta de su recién adquirida condición mientras pasea sin restricciones y planea qué hacer con su vida.

Behrouz Boochani ha conseguido un visado de Nueva Zelanda y tratará de viajar a otro lugar

Su atribulado periplo comenzó en el 2013, cuando las autoridades iraníes asaltaron las oficinas de la revista en lengua kurda Weyra , en la que trabajaba, y detuvieron a varios de sus compañeros, algo que denunció en sus artículos. Consciente de que corría serio peligro, puso tierra de por medio huyendo por el Sudeste Asiático hasta alcanzar Indonesia, desde donde se propuso llegar en bote a Australia para pedir asilo.
La primera vez, el barco volcó y fue rescatado por unos pescadores. La segunda, él y otros 75 compañeros de travesía fueron interceptados por la Armada australiana, que le transfirió al centro de detención de Manus, territorio de Papúa Nueva Guinea, en virtud del sistema para los refugiados tejido por el país oceánico. Desde el 2012, Canberra paga a pequeñas –y empobrecidas– naciones vecinas para que se hagan cargo de esos inmigrantes mientras se tramitan sus casos, con la esperanza de que su ejemplo haga desistir a otros de intentar llegar a sus costas.

Desde allí, Boochani documentó durante los últimos seis años para diferentes medios los abusos sufridos por los cientos de refugiados, principalmente de Oriente Medio y África, allí recluidos. En sus textos y redes sociales pintaba una cotidianidad miserable, sin acceso a cuidados sanitarios dignos y con unas condiciones de vida catalogadas de “inhumanas” en informes de la ONU.
También fue testigo de disturbios, asesinatos, ataques con disparos por parte de soldados borrachos y de un motín de 23 días durante el cual los internos se negaron a ser realojados en otro centro alternativo que consideraban inseguro, un incidente en el que él mismo acabó detenido. Pero sin duda, lo que más le marcó fueron la desesperación y la angustia que él mismo experimentó, algo que sumió a muchos en la depresión y, en ocasiones, derivó en autolesiones o suicidios.
Durante cinco años redactó todas esas vivencias en pequeños fragmentos escritos en farsi que enviaba periódicamente a su traductor, Omid Tofighian, por mensajes de WhatsApp. “Pensé que la mejor forma de expresar mis pensamientos y contar la historia del campo de prisioneros de Manus y las historias de las islas de Manus y Nauru (donde había otro centro) era escribir una novela”, dijo hace unos meses. El resultado fue el libro No friend but the mountains (Sin más amigos que las montañas), ganador en febrero de este año del premio literario Premier de Victoria, el mejor dotado de Australia, con 63.000 euros de recompensa.
En aquel momento, a Boochani no se le permitió asistir a la entrega de premios, celebrada en Melbourne. Pero este mes, Nueva Zelanda le otorgó un visado de treinta días para poder asistir a un festival literario al que ha sido invitado. Desde allí espera poder viajar a Estados Unidos, donde ha sido aceptado como parte de un acuerdo para reasentar a los refugiados que Australia mantiene en ultramar. Allá donde acabe, dijo que seguirá con su activismo a favor de los alrededor de 560 refugiados que todavía permanecen atrapados en Papúa Nueva Guinea y contra un sistema que causa “graves daños y torturas” de las que él mismo fue víctima. - la vanguardia.