En La parte maldita, Georges Bataille habla del misterio de las botellas de Keynes. Probablemente no es preciso aclarar que Keynes no es una marca de cerveza, sino el apellido del economista británico, uno de los más influyentes del siglo XX, que cambió radicalmente la manera de entender la relación entre la intervención estatal y la economía del libre mercado. Pero tal vez no está de más recordar que las botellas que se mencionan son las que aparecen en un ejemplo que este economista propuso en su obra más célebre, la Teoría general de la ocupación, del interés y el dinero (1936).
Por medio de este ejemplo, Keynes planteaba a los lectores un experimento mental. Se trataba de imaginar una situación hipotética en la que el tesoro público decide llenar con billetes de banco una cantidad ingente de botellas viejas y hacerlas enterrar bien cubiertas de escombros en unas minas abandonadas para, a continuación, encargar a la iniciativa privada que, con las licencias pertinentes y de acuerdo con los principios del laissez-faire , recupere el dinero. Keynes afirmaba que esta operación provocaría no sólo la desaparición del paro, sino también el aumento del patrimonio y de la renta real de la sociedad. Y añadía que, a pesar de que, por supuesto, resultaría más razonable construir viviendas o hacer otras cosas parecidas, si, por razones políticas o dificultades prácticas, no se pudieran llevar a cabo alternativas más sensatas, enterrar botellas sería mejor que no hacer nada.
En general, los historiadores y economistas mantienen que la Segunda Guerra Mundial acabó haciendo el papel que en el ejemplo de Keynes interpretaban las botellas y que, en este contexto, las políticas keynesianas sacaron la economía de la depresión. Esta visión de la historia se refleja en algunas de las columnas y de las intervenciones televisivas del famoso economista Paul Krugman durante la última crisis económica. En una entrevista a la CNN, jugaba con la idea de usar la invención de la inminente amenaza de una invasión extraterrestre como pretexto para iniciar una ambiciosa política de estímulos económicos y fiscales de las actividades que podrían contrarrestarla, que serviría para reactivar la economía.
Con esta fabulación, inspirada en un episodio de La dimensión desconocida , Krugman señalaba implícitamente la autonomía de los fines económicos que una política económica busca lograr respecto a los objetivos políticos que la justifican ante la opinión pública. En el contexto televisivo en que la expuso, todos asumían el carácter ficticio de la amenaza alienígena. Pero se podría imaginar un escenario en que, lo supieran o no quienes la usaban como pretexto, esta amenaza fuera real. Y, en este otro escenario, la relación entre el logro de los fines económicos previstos y el resultado de la guerra sería más bien incierta. Ahora que llega el tiempo de las agendas verdes, conviene sacar el polvo a los ejemplos que evocan el carácter laberíntico y complejo de las relaciones entre los fines económicos y los fines o los pretextos no económicos de las políticas económicas. - Josep Maria Ruiz Simon - lavanguardia.com
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