Fotomontaje de Manuel Adlert - |
Llevamos muchos años de política panfletaria. Problemas muy complicados se intentan resolver con acciones callejeras, pacíficas o violentas, declaraciones de cara a la galería particular de cada uno, propuestas políticamente correctas que se quedan en la superficie y directrices tan a largo plazo que la memoria las borra. La unión intelectual de que los problemas se solucionan pensando y no vomitando en la calle se ha esfumado
La sociedad española, la catalana en concreto, ha entrado en una rutina peligrosa. Las rutinas diarias son la mejor forma de conducir un proyecto al éxito. El problema es cuando ese éxito se inspira en la destrucción de cualquier tejido, sea empresarial, cultural, comunicativo o pedagógico.
Salimos de unos años en que la movilización ciudadana ha sido lo cotidiano. La aceptación de la idea de que las calles tenían una propiedad ciudadana se consolidó como un hecho democrático. Sin menospreciar la decidida evidencia del derecho a la manifestación, se olvidó que la rutina de la agitación callejera solo conduce a una apropiación del espacio público para unos y no para todos. El peligro está en acostumbrarse a esa fórmula de reivindicación, no a la reivindicación en sí. Ese hábito de protesta se institucionalizó. Y así, cuando Quim Torra en sus días de president animó a los suyos a la reiteración de la acción en la calle, se abrieron las puertas a los cortes de autopista y a la toma de aeropuertos, entre otros disturbios.
Las manifestaciones violentas de los últimos días por la entrada en prisión de un rapero apólogo de la violencia, Pablo Hasél, fueron la vuelta a una normalidad de quema de contenedores a la que hemos llegado a través de una rutina. La política de guante blanco se ha esfumado. Y con ella, la unión intelectual de que los problemas se solucionan pensando y no vomitando en la calle. El acto unitario ayer de todo el entramado empresarial para decir basta a este sinsentido es loable, interesante y necesario. Ahora faltan las directrices para acabar de no repetir los errores de los últimos años.
No se trata de visualizar las equivocaciones del otro. Eso es relativamente fácil e inútil. La cuestión es encontrar los errores propios de aquellos que consideran, entre crisis institucionales, procesos al infinito y más allá, pandemias no previstas, ERTE, ERE, crisis, poco consumo, miedo, radicales dirigidos, radicales gubernamentales, comercios clausurados con planchas metálicas y clubs de fútbol que contratan sociedades cuyas oficinas están en una caravana, que esto está al borde del caos.
¿Alguien tiene interés en que esta sociedad no funcione? Por supuesto. Por ello es preciso un trabajo de diagnóstico para detectar quiénes son y ponerlos de cara a la pared. - Al borde del caos - Álex Sàlmon
Y mientras tanto, los responsables en atender los problemas de la ciudadanía, los gestores de la convivencia, los que deben garantizar el orden público, pasan de todo y se lavan las manos. ¿Cuánto peor, mejor? ¿Del caos vendrá un orden nuevo? Todo esto a lo único que conduce es al desastre.
ResponderEliminarUn saludo.
De eso va la política actual, cuanto peor mejor y la culpa siempre es del otro. Y así nos va.
ResponderEliminarSaludos.