No digo que no deba ser así, en Twitter y en las redes sociales en general, debe poder decirse todo, opinar de todo, hablar de todo, pero no de cualquier manera. No me vale el argumento de que, en las redes, todo el mundo es libre de estar y de decir lo que quiera, porque sucede que acaban escribiendo a menudo barbaridades desde el anonimato que les permite impunemente insultar, descalificar o calumniar. La expresión libre es un derecho que conlleva la obligación de asumir los efectos de lo que decimos en la red. Detrás del anonimato se esconde la cobardía a menudo producto de la frustración. Y detrás del anonimato colectivo se esconde la amenaza de la degradación de la sociedad como marco de convivencia. La barbarie. Escribir un mensaje con 140 caracteres debería constituir una exigencia de seriedad, como el ejercicio de cualquier derecho respetando siempre al otro. Porque con el insulto no se puede construir nunca una sociedad que pretenda vivir en libertad. 
En la sociedad del tuit sólo hay impulsos, arrebatos temporales. Olas de conciencia que rompen antes de llegar a la orilla. Calma tensa ante un tsunami que aunque no se ha anunciado, todo el mundo ve que está a punto de llegar.