Ayer al mediodía, una señora mayor, con su carrito de la compra, su bastón y un perrito, cruzaba la calle por un lugar no habilitado a peatones sin mirar si venían coches. Uno estuvo a punto de atropellarla. El coche era de la Policía Municipal; el policía salió del coche muy enfadado mientras la señora se disculpaba después de recuperarse del susto, mientras el policía le decía: Señora, no nos dé más trabajo que ya tenemos bastante y pase por el paso de peatones, en vez de por en medio de la calle, y a poder ser con el semáforo en verde.

Cuando le pregunté a mi mujer que fue quien lo vio todo, por qué la mujer que estuvo a punto de ser atropellada recibía la bronca, me explicó que la mujer no había mirado, con la creencia de que, como ella no veía a los coches, sería como si no estuviera, y eso que miro a derecha e izquierda antes de atravesar la calle. Como los niños que se ponen las manos delante de los ojos y dicen “no estoy”. En la serie SOAP (Enredo) el marido de la familia Tate, Chester, cada vez que hay un problema, hace un gesto pasándose la mano por delante de la cara y cree que así se vuelve invisible, ¡vaya!, que nadie le ve.

Más o menos sucede lo mismo en estos tiempos en que cada vez más gente se empeña en negar la evidencia. En tiempos del COVID, había negacionistas de las vacunas, algunos de ellos muy famosos, que no se han bajado del burro a pesar de que las vacunas han salvado muchas vidas y han revertido una situación de verdadera pesadilla.

Hoy tenemos a los negacionistas del cambio climático, a pesar de que acabamos de vivir, según los informativos, la noche más cálida de la historia -y los que nos queda- y de que cada día nos encontramos con fenómenos meteorológicos imprevisibles y tan tremendos como incendios imposibles de controlar, inundaciones o granizadas con piedras como pelotas de golf en pleno mes de julio. Si esto no es un cambio, que venga Dios y lo vea. Y hay más negacionistas. Están los terraplanistas, que han pasado de ser una mera anécdota a ser algo visible. También quienes niegan acontecimientos históricos tan documentados -por desgracia- como el Holocausto, los atentados de las Torres Gemelas o la llegada del hombre a la Luna. Su fin puede ser interés, espíritu de contradicción o simple estupidez humana, capaz de llegar muy lejos, pero las redes sociales hacen que tengan una repercusión que los convierte en un peligro.

Entre estos negacionistas peligrosos hay un grupo que debería preocuparnos especialmente, los negacionistas de la violencia de género. Personas que, pese a la realidad que vivimos en todos los jugados de España diariamente, pese a las mujeres asesinadas cada año, y pese a los menores que quedan huérfanos, insisten en repetir mantras como el de que “la violencia no tiene género” y se niegan siquiera a regalar un minuto de silencio a las víctimas mortales de esta tragedia.

No podemos dejarlos que actúen impunemente y actuar como si fuéramos Chester, o nos pasará como a la señora que cruzaba la calle sin mirar, y no siempre habrá un policía que frene a tiempo su vehiculo.