En el ensayo Una idea de Europa, George Steiner disecciona con admirable inteligencia los rasgos comunes del alma europea. Lo que de verdad une a húngaros y franceses, italianos y escandinavos, españoles y alemanes. Europa son los cafés, la geografía amable y la fusión de la tradición grecoromana y la judeocristiana. Los cafés existen en toda Europa, dice Steiner. Son los verdaderos templos del pensamiento europeo, desde los que se han fraguado las conspiraciones y buena parte de las grandes ideas. Hasta que llegó Starbucks solo han existido en Europa. 
De igual forma, Europa es caminable; de norte a sur, de este a oeste. África, Asia y las Américas no son tan amables para el caminante. Europa es el camino de Santiago y muchas otras rutas de peregrinos. Es también el lugar del recuerdo a lo antiguo. Mientras que en Estados Unidos las calles llevan nombre de árboles, o les ponen números, en Europa preferimos darles el nombre de personas fallecidas e ilustres. Y, por último, Europa es, sobre todo, la sintonía imperfecta de la Ilustración y la religión. La convergencia entre Jerusalén y Atenas, entre la fe y la razón. Pero Steiner olvida otro rasgo que define a Europa, quizás más que ningún otro. Somos el resultado de la guerra y la paz. El continente es un mosaico de culturas diversas, que a lo largo de los siglos han forjado rivalidades eternas. Desde la edad media ha existido un anhelo constante en las grandes naciones (Alemania, Francia, Inglaterra, España… y Rusia) de ordenar esa diversidad bajo un único liderazgo, lo que ha desencadenado conflictos y guerras. Pero, junto a la guerra, también forman parte de nuestro patrimonio común los esfuerzos por construir un equilibrio de poderes que asegure una paz duradera.

La UE es fruto de ese esfuerzo. Fueron las terribles consecuencias de la II Guerra Mundial las que propiciaron el deseo, canalizado por figuras como Schuman y Adenauer, de crear un espacio de relaciones comerciales en el que las rivalidades entre países se resolvieran necesariamente de manera pacífica.
¿Es posible fomentar un patriotismo paneuropeo? ¿Por qué nadie lo ha promovido?. Así llegamos hasta hoy, un tiempo marcado por un inicio algo anómalo de la presidencia española y una aterradora guerra en el Este de Europa. Si alguien preguntase sobre los principales retos que tenemos los europeos en este momento histórico, la respuesta podría seguir siendo la misma de antaño: lograr el equilibrio de poderes y articular la paz. La paz en Ucrania, o lo que es lo mismo, la contención de Rusia. Pero también llega el momento de reencontrar un equilibrio estable entre las economías de un norte rico y ahorrador, y un sur, el nuestro, pobre y endeudado, y también entre Francia y Alemania, las dos únicas grandes potencias europeas tras el Brexit, hoy cada vez más distanciadas.

Esos dos desafíos desempeñarán un papel fundamental para unir a los europeos, al igual que la guerra y la paz lo hicieron en el pasado. Y quién sabe, tal vez en esta ocasión florezca por fin una auténtica conciencia común europea que emane de las emociones de la gente, en contraposición a una articulación meramente intelectual proveniente de las élites. ¿Existe la posibilidad de fomentar un patriotismo paneuropeo? ¿Por qué hasta ahora y de forma inexplicable nadie se ha atrevido a promoverlo? Mientras tanto, nos encontramos hoy con la pregunta que Steiner se planteaba hace décadas: ¿Qué es lo que realmente nos une, más allá de la proximidad geográfica? ¿Qué significa ser europeo? - Una nueva idea de Europa - Jaime Malet, Presidente de AmchamSpain.