LÁGRIMAS PERFUMADAS DE GINEBRA


George Orwell, en su novela 1984, imaginó una sociedad vigilada por una especie de Gran hermano que dominaba acciones, decisiones y pensamientos. La obra era una crítica a los totalitarismos y su control absoluto de las libertades. Hoy, en un período de aparente libertad conquistada por nuestras sociedades, vivimos a merced de otro tipo de control, de forma voluntaria y sin apenas darnos cuenta. Cada vez que encendemos nuestro teléfono móvil, cada vez que hacemos una compra por internet, buscamos un lugar donde marchar de vacaciones o contratamos un seguro, estamos cediendo voluntariamente datos. Y, cada día, mostramos en las redes sociales nuestra vida y la de nuestra familia, nuestros gustos, nuestras aficiones y hasta nuestros pensamientos y preferencias. ¿Sabemos qué se hace con toda esa información que nosotros mismos ofrecemos? ¿Conocen lo que consumimos, donde viajamos, nuestros gustos, afinidades o preferencias políticas? ¿Quién controla a quien nos controla? 

Unos años más tarde, nos advirtió Andy Warhol: "En el futuro todo el mundo será famoso durante quince minutos. Todo el mundo debería tener derecho a quince minutos de gloria". A menudo hay dudas en cuanto el tiempo, que si cinco minutos, que si un cuarto de hora, pero siempre que se menciona esta frase, se omite decir "Imbécil". Posiblemente, porque estamos rodeados de imbéciles, de hecho la sociedad en sí, es imbécil, desde el más modesto y humilde de los ciudadanos, hasta los gobernantes, que suelen rozar también la paranoia, aparte de una indolencia mental congénita.
Los hechos del once de septiembre en Estados Unidos acabaron con la poca libertad de la que disfrutamos para instalarnos en un estado antidemocrático, policial, donde el ciudadano que supuestamente el Estado dice querer proteger, envolviéndolo de normas restrictivas y estúpidas (siempre por su bien) está indefenso frente a esta maquinaria. Maquinaria que en cualquiera de los casos considera a este ciudadano como sospechoso y culpable, sin presunción de inocencia. Un Estado incapaz de solucionar los problemas de estos ciudadanos que se limita a dictar normas y más normas restrictivas en forma de leyes a las que más estúpida e inútil.
Es el Estado que te regaña si fumas mientras te vende el tabaco, si estás gordo o delgado, si piensas, si vas a más de ochenta por hora, si no separas la basura adecuadamente antes de bajarla a una hora determinada, etc etc, Si haces lo que sea que esté fuera de las normas estúpidas, establecidas por estúpidos. Es el Estado de la esquizofrenia paranoica, de la indolencia mental, donde hay individuos que son Ministros que todos sabemos, no pueden ser más que Ministros de la nada. Está claro que sí, son el más claro representante de todas las no virtudes que acabo de mencionar, la indolencia e imbecilidad en estado puro. La máxima consecución de la estupidización de la especie humana, aunque he de reconocer que tienen muchos y calificados competidores. Y esto sucede porque hemos dejado que el papa Estado controlara nuestras vidas hasta límites esquizofrénicos, nos tratan como criaturas, nos vigilan como criaturas y nos castigan como criaturas, y es curioso que a las criaturas apenas podemos ni castigarlas. El abandono y adocenamiento como ciudadanos nos ha llevado hasta aquí, y ahora no hay manera de salirse de este callejón sin salida, de desempolvarnos de este cul de sac y recuperar las libertades perdidas.
He empezado con Orwell y quiero acabar con él. Cuando Winston después de tantos años de lucha, como nosotros se rinde...

"La voz de la telepantalla todavía estaba vertiendo información sobre prisioneros, botines, matanzas, pero el griterío exterior se había reducido un poco. Los camareros habían vuelto al trabajo. Uno de ellos se le acercó con una botella de ginebra Winston, sentado en medio de un sueño de bienaventuranza, ni se fijó, que le estaban llenando de nuevo el vaso. Ya no corría ni gritaba entusiasmado. Había regresado al Ministerio del Amor, se lo habían perdonado todo y tenía el alma blanca como la nieve. Estaba en el banquillo, lo confesaba todo e implicaba a todo el mundo. Más tarde estaba caminando por un pasillo revestido de ladrillo blanco, tenía la sensación de andar bajo los rayos del sol, con un guardia armado detrás de él. La bala tanto tiempo esperada le entraba por el cerebro. Levantó la mirada hacia ese rostro enorme. Le había costado cuarenta años aprender qué clase de sonrisa se escondía detrás del bigote oscuro. ¡Qué malentendido tan cruel e innecesario!. ¡Qué exilio tan terco como obstinado, lejos del pecho amoroso!. Dos lágrimas perfumadas de ginebra le manaron a ambos lados de la nariz. Pero ahora ya estaba todo bien, todo era correcto, la lucha había terminado. Había obtenido la victoria sobre sí mismo. Amaba al Gran Hermano"

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