Alberto Núñez Feijóo abrió la sesión parlamentaria acusando al Gobierno de Pedro Sánchez de censura y persecución de periodistas, en alusión al programa de mejora de la calidad democrática presentado el día anterior en La Moncloa. “No se veía una cosa así desde Franco”, sentenció. Ay, señor Feijóo, debería templar muchísimo sus catilinarias. Comparar el plan de transparencia en materia informativa del Gobierno con la dictadura de Franco es una cipotá, que así es como llaman en Andalucía oriental a las majaderías notorias. Si alguna crítica merece esa propuesta es por su modestia, apenas una transposición del reglamento europeo aprobado en Estrasburgo por el mismísimo PP, y por la dilación de su puesta en práctica, tres años. 

Veamos, señor Feijóo. A mí no me parece liberticida que los lectores, los radioyentes y los telespectadores sepan quiénes son los dueños de los medios que siguen habitualmente y a los que suelen dar credibilidad. Al contrario, recelo, y mucho, del camuflaje, la opacidad, la falta de transparencia. El que va con la verdad por delante no teme que se conozca su identidad. 

Tampoco me parece liberticida que se intente dificultar que gobernantes locales y autonómicos financien a sus medios vasallos a través de la publicidad institucional, esto es, con el dinero de todos los contribuyentes. Nos cuesta mucho ganar ese dinero para que, en vez de en servicios públicos como la sanidad o la educación, se malgaste en pagar a propagandistas y predicadores. Que cada palo aguante su vela, compitamos los periodistas y los medios en auténtica libertad, sin que unos estén dopados con la pasta de nuestros impuestos por la gracia de una reina del vermú cualquiera.

Señor Feijóo, lo que sí encuentro absolutamente liberticida es que un rapero lleve ya tres años y medio en el trullo por unas letrillas de peor o mejor gusto sobre la monarquía. O que una revista humorística reciba, un mes sí y otro también, una querella judicial por herir supuestamente los sentimientos religiosos de unos abogados que se dicen cristianos. Como ciudadano y como periodista, me siento amordazado por no poder decir tan educada como claramente lo que pienso de la monarquía y la religión. Tengo que morderme la lengua en una España en la que, en cambio, despotricar de los progresistas de modo zafio y mentiroso se considera un noble ejercicio de la libertad de expresión.

Cree el ladrón que todos son de su condición. Ayuso afirma estos días que el Gobierno de Sánchez amenaza a los periodistas con sus tímidos intentos de combatir la máquina del fango. Disculpe, señora Ayuso, ¿no fue más bien su jefe de gabinete, Miguel Ángel Rodríguez, quien amenazó a elDiario.es con triturarlo y cerrarlo?  Y ahí sigue el llamado MAR, cobrando de nuestros impuestos y dictándole a usted por el pinganillo la cipotá del día. 

Me duele esta España del doble rasero en relación con la verdad. Unos contrastamos las noticias, otros se las inventan tan ricamente. La economía crece, se crea empleo, llegan muchos turistas extranjeros, Cataluña está más tranquila que en tiempos de Rajoy… Todos estos son hechos ciertos y verificables. Como también lo son estos: la vivienda es el gran problema de la juventud española, se acelera la crisis climática, persiste la criminalidad machista, necesitamos inmigrantes y necesitamos ordenar su llegada… 

Pero a muchos medios y redes sociales suelen llegar otro tipo de cosas: informaciones sesgadas o directamente falsas, cuentos de intención politiquera. Si es para meterte con los rojos, los separatistas, las feministas, las minorías sexuales y los moros, aquí puedes publicar lo que te venga en gana. Por ejemplo, puedes acusar a un magrebí de ser el autor de un crimen, y no pasa nada. Aunque el asesino sea un desequilibrado español de toda la vida.

Los medios que publican los titulares que le gustan a Ayuso, como que Sánchez se va a traer un cuarto de millón de mauritanos, y que ella financia con el dinero de los contribuyentes, se han puesto como una hidra ante las medidas anunciadas por el Gobierno. Quien se pica ajos come, dice la vieja sabiduría española. Y es que a esos medio les ampara la misma libertad de expresión que lleva a Trump a afirmar que los inmigrantes van a Springfield a comerse los perros y los gatos, nuestras queridas mascotas. Ah, ya lo dijo Goebbels: cuanto más grande es el embuste, más fácil es que se lo crea gente poco ilustrada.

Bienvenidos sean los objetivos del Gobierno para intentar conseguir un poco más de transparencia en el universo mediático y un poco más de libertad de expresión para todos. A mí me parecen más bien pacatos, ya lo dije, pero no se me escapa cuál es la correlación de fuerzas. Basta con recordar que nuestra televisión privada es un duopolio: dos grandes empresas de ideología conservadora son propietarias de la mayoría de las cadenas que uno va recorriendo cuando pulsa su mando a distancia. ¿Cómo extrañarse de que pongan el grito en el cielo ante cualquier intento de reforma del sistema?

Sigamos siempre la pista del dinero: el que paga manda. Lo dijo Albert Camus cuando le preguntaron por qué había dejado el diario Combat: “He dejado Combat, señora, porque, tres años después de su fundación, ese periódico tenía necesidad de capitales. Y en la historia del periodismo en todo el mundo, los capitales no llegan nunca sin servidumbres. Así que renuncié a las servidumbres al mismo tiempo que a los capitales, y me retiré del periodismo”. Yo no pienso retirarme, pero soy muy mayor para creerme cuentos de hadas sobre la virginidad del universo mediático por obra y gracia del Espíritu Santo.  

Javier Valenzuela en eldiario.es - Periodista y novelista, Javier Valenzuela trabajó 30 años en 'El País', donde fue cronista de sucesos, corresponsal en Beirut, Rabat, París y Washington y director adjunto. Fundador de la revista tintaLibre. Ha publicado 15 libros, el último 'Demasiado tarde para comprender'.