Ciorán nunca le perdonó a Dios que no existiera, decía Fernando Savater cuando aún no había enloquecido. «Soy un extranjero para la policía, para Dios, para mí mismo». Este es quizá el lapidario y fulgurante carnet de identidad de Emil Cioran, nacido el 8 de abril de 1911 en Rasinari, en la Transilvania rumana. Emil Cioran, el ateo creyente, según el Cardenal Gianfranco Ravasi.

"Monseñor Ravasi tiene relativamente claro que pese a sus múltiples declaraciones de ateísmo, Ciorán, bajo esa increencia, más que un posicionamiento a-teista, lo que denotaba era por un lado, una profunda crítica al modelo occidental cansado y seguro de sí mismo, que se había cimentado sobre un cristianismo -siquiera cultural desde la modernidad-, pero aun ampliamente extendido en todo el siglo XX, muy en la línea de Niestzche.

Cioran acusa a Occidente de un delito extremo, el de haber extenuado y disecado la potencia regeneradora del Evangelio: «Consumado hasta los huesos, el cristianismo ha dejado de ser una fuente de maravilla y de escándalo, ha dejado de desencadenar vicios y fecundar inteligencias y amores».

Pero junto a ese posicionamiento “sociológico”, Ravasi ahonda en otra actitud mucho más interesante y central para nuestro interés, que es la de entender el ateísmo de Cioran como una cierta impotencia en creer en un Dios presentado como excesivamente conocido: Siempre he dado vueltas alrededor de Dios como un delator: al no ser capaz de invocarle, le he espiado.[7] En “De lágrimas y santos”,[8] escribía: Cuando escucháis a Bach, veis nacer a Dios… Después de un oratorio, una cantata, o una ‘Pasión’, Dios debe existir… ¡Y pensar que tantos teólogos y filósofos han derrochado noches y días buscando pruebas de la existencia de Dios, olvidando la única!

Nos compara Ravasi a Cioran con un Qohelet-Ecclesiastés moderno que realmente sería una especie de «místico de la Nada», que en su apertura a la nada lo que dejaría entrever es el escalofrío de las «noches del alma» de ciertos grandes místicos, como Juan de la Cruz o Angelus Silesius, remontando hasta el desconcertante cantor del nexo Dios-Nada, el famoso Maestro Eckhart de la Edad Media. «Era todavía niño, cuando conocí por primera vez el sentimiento de la nada, tras una iluminación que no lograría definir», nos cita el autor al propio Cioran.

La nada como experiencia trascendente que se convierte en el nombre de un Dios, ciertamente muy diferente al Dios cristiano, y sin embargo dispuesto como él a recoger el malestar existencial de la humanidad. Escribía Cioran, evocando la «psicostasía» del antiguo Egipto, es decir, el momento en el que se pesaban las almas de los difuntos para verificar la gravedad de sus culpas: En el día del juicio sólo se pesarán las lágrimas. En el tiempo de la desesperación, de hecho, ciertas blasfemias –declaraba Cioran siguiendo a Job– son «oraciones negativas», cuya virulencia es más acogida por Dios que la acompasada alabanza teológica.

La tesis de Ravasi es clara: Cioran es un ateo-creyente sui generis. Su pesimismo, es más, su negacionismo se debe más bien a la humanidad (…). El hombre hace que pierdas toda fe, es una especie de demostración de la no existencia de Dios y desde esta perspectiva se explica el pesimismo radical de Cioran. Y con ciertos matices, nos parece una postura muy válida.

Entenderíamos que Cioran es -mutatis mutandi…- una posición próxima a la de nuestro Unamuno, incapaz de creer no tanto ya como nuestro don Miguel por un proceso racional, sino más bien porque su experiencia de desasosiego ante el sinsentido que encuentra en cuanto existe, le abre a una consideración apofática de Dios, pero no desde la fe, sino desde la protesta. 

Así pueden entenderse sus manifestaciones contra Dios que dispersas por su obra, son como el grito del que culpa en definitiva a una idea de Dios de cómo ve él el mundo, lo cual le lleva a rechazar esa idea de Dios extendida y comprendida generalmente como creador, providente, benévolo y bondadoso.

Es inconcebible que ese Dios del que se habla sea como se dice, si cuanto existe no es sino un vacío absoluto de sentido. El grito ético en cierta forma, es el que le lleva a la negación de un Dios demasiado controlado y manejado, demasiado comprendido.

Pero lo más interesante de todo es que pese a todo ello, no puede apartarse de una apertura radical… Ravasi lo apunta con esa indicación de una Nada que está incluso por encima de Dios y que remite a los místicos cristianos y judíos.

Se une ciertamente que fue educado en el cristianismo ortodoxo -ya dijimos que su padre era un Pope rumano- pero más allá de su rechazo también familiar, y de su educación obviamente, el grito trascendente de Ciorán se nos presenta como un grito apofático del que le es imposible separarse, aunque no lo comprenda, o aún se revele contra él mismo…

Y no querríamos caer en un fácil movimiento de atraer el agua a nuestro molino, incorporándolo en una especie de creyente sin saberlo, anónimo, pero es innegable para cualquiera que lea sus obras alejado de una visión ideológica sesgada o partidista, que el grito de Ciorán sobre Dios es un grito concreto y a alguien concreto… un grito que habla de protesta, de desasosiego, de pesimismo, de queja profunda. Como Job". 

                     Pero ¿qué grita Cioran?


Un artículo de POSMODERNIA: Ciorán o el Deseo de la Verdad

Cioran: UN NIHILISTA EN BICICLETA