El lector ideal es el personaje fundador de la novela. O invirtiendo el atributivo, el padre de la novela moderna es un lector que cruza la cuarta pared, como el Quijote o Madame Bovary. Eso contó esta noche el escritor Javier Cercas (Ibahernando, Cáceres, 1962) en su discurso de ingreso en la Real Academia Española, donde tomó posesión del sillón erre mayúscula, que ocupara Javier Marías hasta su muerte y a cuya glosa Cercas dedicó, en ejercicio de responsabilidad, dijo, la primera parte de un discurso que giró después hacia un elogio del lector como el jefe de obra que convierte la idea del arquitecto novelista en edificio real para el mundo. “No me cansaré de repetirlo: una novela es una partitura, y es el lector quien la interpreta”.

Porque Cercas quiso que su discurso girara en torno a lo que llamó “malentendidos” o “supersticiones” de la literatura y que bien podríamos llamar “lugares comunes” –o, con coquetería de frívolos inquilinos de la postmodernidad, “pensamientos prêt-à-porter ”–. El primero de esos malentendidos es el que sitúa al escritor como un habitante de una torre de marfil, una imagen milenaria cuya primera referencia halla Cercas en el Cantar de los Cantares , es decir, en ese legendario libro dictado por Dios, pero cuyo éxito como idea que tabula la comprensión literaria pertenece a las dos últimas centurias. Eligió el escritor para desmontar el equívoco la figura que mejor encarna ese pretendido egotismo, Marcel Proust, y aunque recordó la repetida anécdota de que hizo forrar de corcho su estudio para aislarlo del fragor del mundo, también adujo su compromiso con lo contemporáneo expresado en su implicación en el caso Dreyfuss, “en apoyo del oficial difamado”, o en sus desvelos ante la I Guerra Mundial. Para desdecir el mito también citó el compromiso de Kafka con el anarquismo o, en fin, de tantos escribanos concentrados en lo suyo con el alrededor. Cercas recordó que el aislamiento del escritor es la soledad del científico, de cuya concentración penden los bienes que provea al mundo. Y fue más lejos: “La palabra idiota procede del griego idiotes , que significa persona que solo se ocupa de lo suyo y se desentiende de lo común, es decir de lo público, es decir de la política. Hoy como siempre, un escritor de verdad puede ser cualquier cosa, menos un idiota”.

Una vez mas y van ya... Cercas manipula la palabra idiota, aferrándose a su lejano origen griego. Pero en la vida cotidiana y el lenguaje corriente, muchas veces la idiotez remite a una falta de inteligencia o a un defecto del pensamiento. Se trata de una concepción que alcanzó gran precisión en la psiquiatría clásica y que no se halla totalmente ausente de la filosofía contemporánea. Sin embargo, a juicio de Deleuze y Guattari, el idiota constituye el personaje filosófico por excelencia. ¿En qué medida este personaje supone o permite construir una concepción alternativa de la idiotez? En realidad, existen tres tipos de idiotas en la obra de Deleuze: uno que se identifica con el tonto, otro que se identifica con el loco y un tercero que ríe de la creencia en este mundo. Intentaremos ofrecer una respuesta al interrogante anterior analizando cada uno de estos tres personajes.

En cualquier caso, Cercas osa contradecir a Shakespeare, cuando este decía que la vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ira y furia, que no tiene ningún sentido. Porque Shakespeare está hablando de la cosa pública al referirse a este idiota.  Y finalmente recordar a Cercas que hay muchos escritores idiotas. Cuál de ellos sería Cercas para el lector de los tres que define Deleuze.