CASARSE EN EL PATICANO


Joana y Juan se han dado el ‘cuac, cuac, cuac’. Es decir, lo que sería el ‘sí, quiero’ en una iglesia convencional. Aquí, en El Paticano, Jesús es amarillo y huele a plástico, los doce apóstoles se han reencarnado en figuras históricas y el portal de Belén está situado entre los escombros de Gaza. Hacen bodas, bautizos, divorcios e incluso entierros.
Hasta la fecha, seis personas han celebrado su funeral en este angosto local de 28 metros cuadrados en el barrio de Lavapiés. “Cuando tienes delante la urna con cenizas y a toda su familia llorando, es muy difícil hacer comedia, pero he de ser fiel a lo que me han pedido”, cuenta Leo Bassi (73), payaso y actor encargado de dirigir las ceremonias. Tras doce años al frente de este proyecto, asegura haber aprendido a mezclar la muerte con la comedia. Y es que, lo que comenzó como una broma en 2012, se ha convertido en un modo de vida para el neoyorquino a día de hoy, que oficia unas 15 bodas a la semana. No lo hace solo, pues si algo ha aprendido con el tiempo es a caminar de la mano de su dupla profesional, Laura Inclán (55). Actriz y cómica, La Verbenísima -nombre artístico de Inclán- supone la otra mitad de la Iglesia Patólica.
A ritmo de cuplé y en tono reivindicativo, hace pasar por el altar a decenas de parejas cada fin de semana. “Tras actuar en el musical La bella y la bestia descubrí la destrucción artística que supone trabajar en una multinacional como Disney, tanto para los actores como para el imaginario colectivo”, dice. La historia de Leo y Laura como dúo teatral ha pasado por un intento de asesinato en el teatro Alfil y un incendio que casi destruye el templo de los patos de goma en la capital. De familia circense y educado en la peculiaridad, Bassi reconoce haber batallado con la ultraderecha católica española: “El 1 de marzo de 2006 me dejaron un kilo de explosivo en mi camerino porque la obra se burlaba de la religión”. Tras varias semanas de amenazas y manifestaciones en la puerta del edificio, uno de los técnicos se topó con la bomba: “Si no, yo estaría muerto”. Diez años después, los hechos se repitieron, esta vez en la meca del 'patolicismo'. Alguien lanzó un objeto en llamas dentro del local, quemando la entrada: “No hay culpables. Sobrevivió solo uno, el Morenito de San Lorenzo, lo guardé en un altar como recuerdo del ataque fascista”. Una aparición, como si de la propia virgen se tratase, cambió el rumbo de sus vidas. “El pato se nos apareció y nos dijo: 'Vosotros tenéis que fundar la religión patólica'. Bassi, por ser uno de los mejores clowns del mundo que aún está vivo, y yo por ser la única cupletista que puede contar en el siglo XXI la relevancia de este colectivo para el feminismo”, explica ella. Esa misma deidad ha presenciado el enlace de Joana y Juan, en el que han intercambiado anillos con un ánade en su parte superior tras repartir a sus amistades entre los recovecos de esta capilla.
Aquí, en el número 3 de la travesía Primavera donde hasta el ruido más tímido es capaz de inundar la atmósfera, el ya matrimonio pronunció los diez mandamientos. Santificar las fiestas, no robar a Hacienda ni hacerse con chistes ajenos o matar a alguien, solo si es de risa, son algunos de ellos. En el caso de los bautismos, la pila se intercambia por una tarta de nata que, con toda probabilidad, acabará en la cara del nuevo miembro. El siguiente paso, según su creador, es escribir una Biblia Patólica, donde plasmar la cronología que les ha llevado a fundar esta doctrina: “Quiero ponerlo todo por escrito. Lo que comenzó siendo una burla a la iglesia convencional nos permite ahora explorar el amor que sentimos por ellos”.
"Al final el patito era yo". Ambos definen la figura amarilla como una pequeña divinidad de carácter inofensivo pero con fuertes convicciones. “Nos dijo que llevásemos el mensaje de la inocencia por bandera, el orgullo de ser pequeño en un mundo tan salvaje y competitivo”, señala Leo. Ella, por su parte, cree esencial la idea de valorar las cosas pequeñas y estar orgullosa de no tener poder a pesar de vivir en un mundo “dominado por el dinero”. La fuerte convicción que los dos cómicos sentían por su trabajo hizo germinar en sus cabezas la identidad del pato.
El significado fue creciendo, y su círculo terminó creyendo en él de verdad. “Al final el patito era yo”, espeta él recalcando la intrascendencia que rige esta tendencia. “No es casualidad que se multipliquen las tiendas que venden patitos. La gente se identifica con algo ínfimo”, añade. Payaso y cupletista se alejan cada vez más de la congregación cristiana, y lo hacen rindiendo homenaje al sentido del humor.
Inclán, además, lo hace rompiendo con el machismo instaurado en cualquier religión: “El mensaje del catolicismo siempre ha colocado a la mujer en un plano secundario. Hago quebrar los pilares del clero porque en el siglo XXI aún no hay mujeres curas. Soy un demonio para la narrativa monoteísta”. 

Una aparición, como si de la propia virgen se tratase, cambió el rumbo de sus vidas. “El pato se nos apareció y nos dijo: 'Vosotros tenéis que fundar la religión patólica'.
Bassi, por ser uno de los mejores clowns del mundo que aún está vivo, y yo por ser la única cupletista que puede contar en el siglo XXI la relevancia de este colectivo para el feminismo”, explica ella. Esa misma deidad ha presenciado el enlace de Joana y Juan, en el que han intercambiado anillos con un ánade en su parte superior tras repartir a sus amistades entre los recovecos de esta capilla. Aquí, en el número 3 de la travesía Primavera donde hasta el ruido más tímido es capaz de inundar la atmósfera, el ya matrimonio pronunció los diez mandamientos. Santificar las fiestas, no robar a Hacienda ni hacerse con chistes ajenos o matar a alguien, solo si es de risa, son algunos de ellos. En el caso de los bautismos, la pila se intercambia por una tarta de nata que, con toda probabilidad, acabará en la cara del nuevo miembro. El siguiente paso, según su creador, es escribir una Biblia Patólica, donde plasmar la cronología que les ha llevado a fundar esta doctrina: “Quiero ponerlo todo por escrito. Lo que comenzó siendo una burla a la iglesia convencional nos permite ahora explorar el amor que sentimos por ellos”. "Al final el patito era yo". Ambos definen la figura amarilla como una pequeña divinidad de carácter inofensivo pero con fuertes convicciones. “Nos dijo que llevásemos el mensaje de la inocencia por bandera, el orgullo de ser pequeño en un mundo tan salvaje y competitivo”, señala Leo. Ella, por su parte, cree esencial la idea de valorar las cosas pequeñas y estar orgullosa de no tener poder a pesar de vivir en un mundo “dominado por el dinero”. La fuerte convicción que los dos cómicos sentían por su trabajo hizo germinar en sus cabezas la identidad del pato. El significado fue creciendo, y su círculo terminó creyendo en él de verdad. “Al final el patito era yo”, espeta él recalcando la intrascendencia que rige esta tendencia. “No es casualidad que se multipliquen las tiendas que venden patitos. La gente se identifica con algo ínfimo”, añade. Payaso y cupletista se alejan cada vez más de la congregación cristiana, y lo hacen rindiendo homenaje al sentido del humor. Inclán, además, lo hace rompiendo con el machismo instaurado en cualquier religión: “El mensaje del catolicismo siempre ha colocado a la mujer en un plano secundario. Hago quebrar los pilares del clero porque en el siglo XXI aún no hay mujeres curas. Soy un demonio para la narrativa monoteísta”. Desde la sombra, Laura ha tomado el testigo de una generación de mujeres que rasgaron sus telas y alzaron la voz en teatros mayoritariamente masculinizados. “Soy una cupletista y no me he muerto. Estoy aquí”, manifiesta. Durante los dos primeros años de actividad de El Paticano, ella se dedicó a la crianza de su hijo. Fue entonces cuando descubrió el cuplé, una forma de cabaret que iniciaron las mujeres de Lavapiés. Bordadoras, prostitutas, tabacaleras y lavanderas de día. Artistas en minifalda que llenaban teatros hablando de sexo a través del ingenio: “Se llegó a considerar un género por sí mismo, el ínfimo. Aquí es donde La Verbenísima toma sentido en el proyecto. Siento el deber de contar que esto existió, ellas fueron las primeras payasas de nuestra era”. Abanico en mano, la madrileña bendice a los asistentes con algunos cuplés auténticos, cargados de casticismo y descaro en su enésima potencia: “El sentido del humor puede desarmar cualquier dogma de una forma pacífica y bufona”. Joana y Juan representan el cliente potencial de la Iglesia Patólica. Jóvenes de entre 18 y 30 años, mayoritariamente mujeres, y procedentes de España y el extranjero a partes iguales. “No tenemos apenas asistentes mayores, es cosa de una generación. Las que se interesan primero son ellas”, detalla Bassi, quien asegura haber recibido reservas desde Latinoamérica. Así mismo, Inclán confiesa sentir admiración por el conglomerado que conforma su audiencia: “El hecho de que vengan personas de tan corta edad, incluso desde otros países, me emociona. No conocen la cultura española. Cuando hacemos las misas, los asistentes se asombran”. Las largas colas a las puertas del local son comunes y no cobran por su entrada. Al final de la ceremonia, un cepillo recoge la voluntad de los allí presentes. Algunos han llegado a repetir hasta en diez ocasiones. “Solemos pedir cinco euros por persona”, comenta Leo. Orgulloso de su creación única a nivel mundial, camina con cautela hacia la expansión: “Me han pedido la licencia para abrir un local igual en México, pero necesito asegurarme de sus intenciones”. Lo último que quiere es convertir a sus patitos en una franquicia. De la misma forma que cada religión tiene sus figuras de referencia, los payasos de Lavapiés santifican tres nuevos rostros cada año. De David Bowie a Marie Curie, pasando por Rosa Parks, Cervantes o Sócrates. Una amalgama de eminencias que han marcado la historia de alguna forma. Emocionados, echan la vista atrás, cuando abrieron el portón de la capilla. Un equipo formado por profesionales de la actuación y decoradores, amigos de la pareja, se puso manos a la obra para conseguir dar con un espacio inolvidable para cualquiera que cruce el portal. “Tras hacer las primeras misas me di cuenta de que hay un vacío espiritual en las nuevas generaciones. Los sistemas religiosos no han seguido el desarrollo de la ciencia y el nuevo mundo”, relata. Llenar ese vacío es la misión del neoyorquino y la madrileña. No saben si lo conseguirán. Aunque, a juzgar por la pasión depositada en cada ceremonia, los patos acabarán dominando el mundo.

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