Lebensraum, en lengua alemana. El ‘espacio vital’ de las naciones y de los imperios. La sed de conquista. La adquisición de nuevos territorios para mantener cohesionada una sociedad que podría descomponerse. El sueño de la nueva frontera para sofocar tensiones internas y dar sentido a la existencia colectiva por encima de la religión y con la ayuda de la religión. Ese impulso está regresando. En tres años hemos visto la brutal invasión de un país cuya mayoría social desea ser europea. Hemos asistido a la sistemática aniquilación de miles de personas en un territorio que podría convertirse en un lujoso resort a orillas del Mediterráneo, en nombre de una represalia contra el terrorismo. Y estamos perplejos ante el ascenso al poder de un presidente de los Estados Unidos que acaba de desafiar a más de medio mundo. Vamos a hablar hoy del regreso del ‘espacio vital’ con la ayuda del geógrafo Santiago Fernández Muñoz, profesor en la universidad Carlos III de Madrid, que colabora periódicamente con Penínsulas.
Hay que volver la mirada al siglo XIX. Hay que fijarse en autores que expusieron sus teorías entre 1875 y 1900, los años de la unificación nacional de Alemania e Italia, de la triste depresión española, del apogeo imperial británico y del reparto del continente africano con escuadra y cartabón. En aquel momento, los estados nación se consolidaban mediante la adquisición de nuevos territorios y la consolidación de los mercados interiores. Mercado nacional unificado y ambición de nuevas fronteras. Fábricas, guardias nacionales, geógrafos, exploradores, poetas, novelistas y tropas expedicionarias. Se fabricaron entonces algunas de las lentes con las que Donald Trump mira hoy a Groenlandia, y Vladímir Putin persigue, desde hace años, la reconquista de Ucrania.
El padre del ‘espacio vital’ aplicado a la vida de las naciones fue el geógrafo alemán Karl Friedrich Ratzel (1844-1904). Hijo de un mayordomo de la corte del Gran Ducado de Baden, Ratzel construyó una idea del mundo. Gente de origen humilde que se atreve a pensar el mundo a lo grande, que lo zarandea, que lo sacude. Hay mucha fuerza en esa tensión psicológica. Se formó primero como farmacéutico y después estudió zoología y geografía, muy influenciado por las teorías de Darwin. Viajó por Europa y Estados Unidos, donde quedó impresionado por la doctrina del destino manifiesto: el mandato divino de conquistar el Oeste. Un término acuñado en 1845 por el periodista John L. O’ Sullivan, según el cual el destino manifiesto de los Estados Unidos era expandirse por el continente asignado por la Providencia. Ratzel llegó a la conclusión de que las naciones al igual que las personas necesitan un espacio en movimiento para vivir y desarrollarse. Así lo dejó escrito en su Geografía Política, publicada en 1897.
Ratzel identificó siete leyes del crecimiento espacial de los Estados, a los que atribuye una tendencia innata a la expansión territorial en su búsqueda del equilibrio entre recursos y población; entre economía, cultura y territorio. El Estado se asimila a un organismo vivo en competencia por el espacio. “A medida que el territorio de los Estados crece, no es solo el número de kilómetros cuadrados lo que se incrementa, sino también su fuerza colectiva, su riqueza, su poder y, finalmente, su duración”. Atribuye a la expansión territorial un carácter renovador. “La adquisición de un territorio nuevo, al obligar a los pueblos a emprender nuevos trabajos, al extender su horizonte vital, ejerce sobre ellos una acción verdaderamente liberadora. Es esto lo que determina el renacimiento de los pueblos que, tras la guerra, se enriquecen con nuevos países, premio de su victoria”.
El concepto de Lebensraum, el espacio vital de Ratzel, fue reinterpretado por el politólogo sueco Rudolf Kjellén (1864-1922), quien acuñó por primera vez el término Geopolítica. Kjellén veía al Estado como un organismo vivo que necesita crecer para sobrevivir. El Estado debe ser fuerte y autosuficiente. Las grandes potencias deben controlar su ‘espacio vital’ para no depender de otras. La política del Estado moderno debe articularse con la Geografía. Las ideas de Ratzel y Kjellén germinaron en la Alemania humillada por el Tratado de Versalles después de su derrota en la Primera Guerra Mundial. La Geopolitik se convirtió en divisa del desquite.
El general Karl Ernest Haushofer fue una de las figuras centrales de este movimiento. Fundó en 1924 la revista Zeitschrift für Geopolitik (Revista de Geopolítica) y promovió activamente la idea del Lebensraum como objetivo del Estado para superar los corsés del Tratado de Versalles. Él fue quien inculcó esa visión al joven nacionalista Rudolf Hess, futuro lugarteniente de Adolf Hitler. Este pilló la idea al vuelo y la incorporó al Mein Kampf. Haushofer tuvo un destino trágico. Apoyaba la expansión de Alemania hacia el este, pero también sugería un pacto con Rusia. Su esposa, Martha Mayer-Doss, era hija de padre judío, lo cual despertó la hostilidad de los nazis. Su hijo Albrecht participó en el atentado contra Hitler en 1944, la fallida Operación Valkiria, y fue ejecutado. Sus ideas legitimaron la política nazi y el monstruo le arrolló. Al acabar la guerra se suicidó junto con su esposa.
Recapitulemos: la fascinación de Ratzel por la doctrina norteamericana del ‘destino manifiesto’, la expansión guiada por la Providencia; el darwinismo aplicado a la teoría del Estado, el salto hacia adelante del sueco Kjellén con el concepto ‘geopolitica’, y el aterrizaje programático del general Hausenhofer que proporcionó una valiosa herramienta a Hitler. Al concluir la Segunda Guerra Mundial estaba mal visto hablar de geopolítica y todavía más del espacio vital. La palabra Lebensraum quedó prácticamente proscrita en Alemania. Eran banderas de los perdedores. Pero esas ideas nunca murieron. Se infiltraron en la capa freática de la Historia dispuestas a reaparecer en el momento oportuno. Las ideas de Hausenhofer sobre la necesaria formación de bloques continentales sin duda influyeron en las estrategias de la Guerra Fría. La pugna por los ‘espacios vitales’ quedó en suspenso en la Europa Occidental con la progresiva desaparición de los dominios coloniales explícitos en Asia y África y la formación en 1957 de un imperio de nuevo tipo llamado Comunidad Económica Europea. Sin embargo, la lucha por las zonas de influencia se cobró millones de vidas en las periferias: Corea, Vietnam, Laos, Camboya, Indonesia, África, Latinoamérica...
El lebensraum regresa ahora de manera desinhibida. En la última campaña electoral en el land alemán de Sajonia (antigua RDA), el partido de extrema derecha Alternativa por Alemania (AfD), formación alentada por Elon Musk desde la red social X y silenciosamente apoyada por Putin a través de las eficientes redes de la propaganda rusa, colgó un cartel con la siguiente inscripción: Lebensraum erhalten windkraft stoppen!. “Preservar el espacio vital (Lebensraum), parar la energía eólica!”. Lo importante era volver a poner en circulación la palabra proscrita. Los aerogeneradores modifican el paisaje, la pureza del paisaje, por lo tanto dañan el espacio vital. A ningún ecologista español se le ha ocurrido invocar el ‘espacio vital’ de España para aponerse a un parque eólico o un parque fotovoltaico que considere dañino. En la película As bestas nadie menciona del ‘espacio vital’ de Galicia. AfD escogió bien la provocación. Los molinos eólicos pervierten el espíritu alemán. Queremos seguir quemando gas y petróleo sin alterar nuestro entorno inmediato. Recuperar el Lebensraum no es un tema menor en Alemania. Significa recuperar una de las banderas del nazismo.
Y Estados Unidos regresa a mil por hora al ‘destino manifiesto’. Regresa al mito de la nueva frontera. Ahora es el Norte. Antes fue el Oeste, la expansión de la frontera agraria y política desde los pequeños 13 estados de la costa atlántica hasta que el país adquirió una dimensión continental de costa a costa, desde los grandes lagos al Golfo de México. La colonización del Lejano Oeste se relata en Estados Unidos como un proceso de avance de sucesivas líneas de frontera que van superando los obstáculos naturales y suponen una renovación constante de la nación al incorporar nuevos territorios. Los espacios libres (se olvidan con mucha frecuencia que estaban habitados por poblaciones indígenas) se fueron poblando en oleadas de pequeños colonos que ocupaban u obtenían la tierra a precios muy bajos. El protagonista de la conquista es el pequeño colono, el farmer que con un esfuerzo individual y muchas veces heroico consigue hacer prosperar la pequeña explotación agrícola y expande la nación sin ayuda pública. Sin Estado. “El individualismo de la frontera ha fomentado la democracia desde el principio”, decía Frederick Jackson Turner, uno de los principales historiadores norteamericanos de la frontera. El cine se ha encargado de mantener vivo ese mito fundacional. La serie televisiva Yellowstone es una de las últimas aportaciones a ese gran relato. Un vibrante mito que ahora el presidente Trump exaspera gritando: “¡Al Norte, al Norte!”. Un Norte que también aparece en la mística del nacionalismo ruso.
Es difícil no encontrar en la retórica de Putin y Trump un vínculo profundo con el mundo previo a la Segunda Guerra Mundial. Son necesarias gafas del siglo XIX para seguir la curva que dibuja el mundo actual. Son necesarias las herramientas tecnológicas del siglo XXI para entender su aceleración. La tecnología comprime la geografía, la tecnología intensifica la sensación de un presente perpetuo. Todas las interconexiones devienen críticas. “Estamos viviendo un Weimar global. Evitar el destino de Weimar es ahora la gran tarea del mundo”, escribe Robert D. Kaplan en su último ensayo, Tierra baldía. Imaginemos qué sería de Europa si se derrumbase la compleja arquitectura unificadora de la UE. Habría un pestilente choque de ‘espacios vitales’. Otra vez. - Enric Juliana en la vanguardia.com
Enric Juliana es sesudo, algunas veces lo vi en un programa creo que de la Sexta, hace años, y era el que más aportaba y con mesura.
"Lebensraum, en lengua alemana. El ‘espacio vital’ de las naciones y de los imperios. La sed de conquista. La adquisición de nuevos territorios para mantener cohesionada una sociedad que podría descomponerse. El sueño de la nueva frontera para sofocar tensiones internas y dar sentido a la existencia colectiva por encima de la religión y con la ayuda de la religión. Ese impulso está regresando", he ahí la clave actual. Y ya sabemos cómo acaba todo eso.
Bien, no acaba, vista la situación global y tal como están las cosas, puede acabar peor para todos.