Hace años que la voz del expresidente no se reconoce ni se escucha entre la militancia o la dirigencia del PSOE y tampoco es la que representa a todos los que le acompañaron en sus gobiernos, como es el caso de Solana, Solchaga, Maravall, Almunia, Serra, Moscoso (padre), Borrell o Abel Caballero. - Esther Palomera en el diario.es

En España hay aproximadamente 17 millones de personas que nacieron después de 1996, el año en el que Felipe González salió de la Moncloa, después de 13 años y 155 días como presidente de Gobierno. Algunos de ellos no sabrán de su innegable aportación a la democracia. Ni que fueron sus gobiernos los que construyeron el Estado del Bienestar. Ni que dejó un innegable legado de estabilidad y de progreso. Tampoco que fue un líder que subordinó el PSOE al culto a su personalidad. O que durante sus mandatos fueron muchos los casos de corrupción que fueron juzgados y sentenciados. Todo arrancó con Juan Guerra, el hermanísimo de su todopoderoso vicepresidente, pero luego vinieron los casos Filesa , Ibercorp, Roldán, las escuchas del Cesid, el terrorismo de estado y hasta la entrada en prisión de uno de sus ministros del Interior, tras ser condenado por secuestro.

Su historia tiene tantas luces como sombras, pero hay varias generaciones de españoles que no guardan recuerdo alguno de ese personaje avinagrado que de vez en cuando asoma por la escena pública para proyectar solo tinieblas. Como mucho, habrán oído hablar de un tal González como el hombre que se prodiga en momentos muy puntuales por los medios de comunicación -siempre en los alineados con la derecha política- para poner a caldo a Pedro Sánchez. Siempre la crítica feroz. Nunca un elogio. Siempre todo mal. Nunca una medida puesta en valor.

Este jueves, precisamente este jueves que se conocía la sentencia del Constitucional que avala la ley de amnistía, tenía programada una entrevista en Onda Cero en la que lo ha vuelto a hacer: “Esta autoamnistía es una vergüenza para cualquier demócrata. Es un acto de corrupción política en el peor sentido de la palabra. Si esto se consolida tal como lo ha predicho el presidente del Gobierno, conmigo nunca contará nadie que haya participado en esto, que es pedirle perdón a los que han hecho la barrabasada. No es perdonarlos, es pedirles perdón. Es el Estado el que se somete”.

Y añadía, para rematar, que no votará al PSOE si Pedro Sánchez es el candidato. En otros tiempos, sus palabras hubieran hecho temblar los cimientos del socialismo, la dirigencia hubiera entrado en pánico y habrían saltado todas las alarmas en las sedes del partido. Hoy no es el caso. Sus palabras ya no solo computan entre la militancia a beneficio de inventario, sino que son también un acicate para el cierre de filas con Sánchez.

Será porque, como dice Patxi López, ha abrazado el argumentario completo de la derecha. Será porque se ha perdido en el laberinto del tiempo y no sabe que la España de 1982 no es la de 2025. Será porque no ha habido una sola vez en 8 años que haya utilizado el verbo para destacar un solo acierto. Será porque ese tal González, al que los socialistas un día idolatraban, hoy es una voz agotada para una militancia que no se inmuta porque no la reconoce como propia. O será porque ya no es Dios, como se refería a él en los noventa del siglo pasado el ya desaparecido Txiqui Benegas.

Y no únicamente por una cuestión generacional, sino también porque ese tal González del que no guardan recuerdo alguno millones de españoles, no es la voz de todos sus coetáneos socialistas, por más que así la presenten algunos medios. Habrá, claro, quien comparta con el expresidente aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor, que los de entonces eran mejores políticos, más listos y más estadistas y que Sánchez es el anticristo, el enemigo de España y un presidente que tiene que dimitir ya. Pero no es esa la opinión mayoritaria ni de la militancia ni de la dirigencia. Y tampoco la que representa a todos los que formaron parte del círculo más estrecho del propio González durante su primer gobierno. No es, desde luego, la de Javier Solana, ni la de Carlos Solchaga, ni la de José María Maravall, ni la de Joaquín Almunia, ni la de Narcís Serra, ni la de Javier Moscoso (padre), ni la de Enrique Barón… Y tampoco la de otros exministros que formaron parte de sus posteriores gabinetes, como Josep Borrell o Abel Caballero.

Felipe González anuncia que no votará al PSOE “si se consolida” la ley de amnistía

Y esto es algo sobre lo que llama la atención un veterano socialista que formó parte de la estructura de sus gobiernos, que recomienda a González que relea -porque le consta que ya lo hizo- Memorias de Adriano, una reflexión sobre el poder, la muerte, la amistad y la búsqueda del conocimiento a través de la mirada de un emperador sabio pero melancólico. Quizá para que recuerde que un día dejó de ser Dios, y no se enteró.