TRES SILENCIOS


 Mi abuelo tenía un pequeño y limpio agujero en la frente. Cuando yo era niña, le pregunté muchas veces cómo se lo había hecho. Acercaba mi dedo lentamente hasta tocarlo y le preguntaba. Y él siempre me respondió lo mismo: “Me lo hicieron los sioux con una flecha”. Cuando murió, alguien, tal vez mi madre, su nuera, me contaría que se lo había hecho un rebote de metralla durante la guerra. Pero mi abuelo nunca pronunció delante de mí esa palabra, y tampoco dictadura. Casi todos mis abuelos murieron cuando yo era joven para hacer algunas preguntas y lo era, quizá, para saber encajar las respuestas. Y el agujero de su frente, como la Historia, como su identidad para mí y, por extensión, una parte de la mía propia, su nieta, quedaron en la oscuridad para siempre.

Su silencio no era el silencio de nuestra casa, esa forma de estar callado venía de otra parte, esa respuesta de siempre no a la pregunta de, cuéntame cosas de la guerra y de la dictadura se extendió por millones de familias de abuelos y abuelas callados que no se sentían orgullosos de haber participado en una contienda que se convirtió en una herida cronificada y no suturada durante décadas. Que venía del miedo a la represión y al señalamiento, de un silencio impuesto desde fuera y desde arriba. Sus hijos, nuestros padres, educados por ese eslabón anterior, se lanzaron a vivir su vida adulta en una España más luminosa, con ansias de pasar la página y de vivir en libertad. Atrás quedaba un relato de décadas, represión y cientos de miles de víctimas olvidadas. Y mi generación, aquella que nacía y crecía a la vez que se conquistaba la democracia y a la que nadie contaba qué había pasado aquí, convirtió a Franco en el protagonista de una canción escatológica con la melodía del himno del país.

Encima de ese silencio natural hay otro, de graves consecuencias que tocan este presente. Es el silencio de las escuelas. La falta de formación académica en Historia contemporánea de la España del siglo XX. La dictadura franquista fue la gran elipsis de nuestros libros. Nunca se llegaba a los temas que narraban la Guerra Civil ni a los casi 40 años de Régimen dictatorial. Incluso, a veces, se saltaban sin tocar y se pasaba directamente al relato de una Transición modélica que había traído una Constitución nueva y una monarquía parlamentaria. Se decía que muchos profesores de los años ochenta y noventa no se sentían cómodos explicando el franquismo, porque podían herir sensibilidades familiares y se refugiaban en el espíritu de la supuesta reconciliación, que ayudaba a quedarse al amparo del relato transicional oficial.

El último silencio, el más grave, es el silencio político. Desde la muerte de Francisco Franco, esa España en la que crecimos, que atravesó gobiernos de distinto signo, unos radicalmente opuestos e incómodos con que la memoria desvelara sus herencias, y otros tibios en su forma de nombrar y su concreción, tardó 75 años tras la Guerra Civil en exhumar la primera fosa común, 32 años en aprobar la primera Ley de Memoria Histórica, 47 desde la muerte del dictador en ampliar esa ley y declarar nulos los juicios de los tribunales militares de la dictadura o en prohibir la exaltación del franquismo o de sus dirigentes en espacios públicos. Era el año 2015, el entonces líder del Partido Popular, nacido el mismo año que yo, dio quizá la respuesta más despreciable en cuanto a la memoria: “Los de izquierdas son unos carcas, todo el día con la guerra del abuelo, siempre con la fosa de no sé quién”.

Desde siempre, la derecha se ha ausentado de los actos y homenajes que tienen que ver con la reparación de las personas que sufrieron la represión en este país que es el suyo, estableciendo categorías de víctimas. Y la memoria democrática, que no es un continente abstracto y vacío, que no es solo una palabra manoseada políticamente para dar la batalla cultural, tiene todavía hoy dificultades para sostenerse sobre sus tres pilares. No ha habido ninguna comisión de la verdad, no ha habido justicia transicional y solo ahora parece que comienza a haber ciertas reparaciones simbólicas que llegan muy tarde.

La memoria de una democracia moderna y salubre es identidad nacional y es una palanca poderosa porque ubica nuestros relatos íntimos y familiares dentro de un contexto mayor, es clave para relacionarnos y sentirnos parte de ese territorio en el que nos ha tocado convivir. Es un derecho de los pueblos. No se remueve nada porque todo sigue agitado desde entonces y es indispensable para entender la política actual. No hay patria posible que desestime el relato de quienes sufrieron represalias y violaciones de Derechos Humanos.

Me consta que mirar hacia el pasado causa pereza y distancia en mucha gente de mi generación, que lo ve tan carca como aquel político, y se sostiene así el desentendimiento. Pero quizá debamos asumir nuestra propia responsabilidad dentro de esa historia infinita que comienza antes que nosotros y terminará mucho tiempo después. Es tiempo de cuestionar cómo se hicieron algunas cosas para no sorprendernos porque aquellos que nos siguen y que han nacido ya en el siglo XXI, entiendan que lo revolucionario y lo punk hoy es la extrema derecha y no les parezca mal una dictadura como la que dejamos atrás. Quizá sea tarde cuando perdamos derechos, por ejemplo, las mujeres, los colectivos minoritarios, los migrantes, y perdamos libertades, por ejemplo, la de expresión, cuando nos manden callar, cuando no podamos escribir de ciertas cosas y nos vuelva a caer encima otro silencio más. No es una exageración, solo hay que abrir las ventanas y poner los ojos en algunas afueras. Aroa Moreno en el País.

5 comentarios:

  1. En el Preuniversitario(el último año ante de la carrera),muy fuerte, de los años sesenta, sí, que estudiábamos la Historia de España que correspondía al siglo XIX y XX, Monarquía , Primo de Rivera, Segunda República, hasta el Alzamiento Nacional(como se decía entonces).No creo que un alumno de hoy día, esté mejor preparado en estos asuntos. Los detalles, las injusticias, las barbaridades es verdad que se evitaban hablarlas en familia y mucho menos delante de los hijos. Recuerdo que mi madre tenía una frase: "que hay ropa tendía", cuando se daba cuenta que ponía el oído a lo que se estaba hablando. Hay que tener en cuenta que muchas familias, les había tocado zonas diferentes, no se elegía, tenían muertos en los dos bandos.
    Hoy toca garbanzos con bacalao, no es mi día de guiso , así que espero a que me llamen
    Saludos

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  2. Así fue, mi padre no hablo de nada de la guerra hasta ya muy mayor, y mi suegro nunca dijo nada de lo que le pasó en la guerra.
    Buen provecho

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  3. Efectos colaterales tras una larga dictaduraxwue ompusobelns

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  4. Que impuso el silencio y el miedo. Odio teclear con el móvil

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  5. Yo también, y si intento hacerlo en catalan, peor aún, me traduce las palabras al castellano, pero a un castellano macarrónico.

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