Antonio Damasio, neurocientífico: "Los organismos artificiales pueden llegar a tener conciencia, pero no como la humana". El reconocido investigador portugués publica 'Inteligencia natural y la lógica de la conciencia', en el que trata de dar respuesta a uno de los mayores misterios del cerebro humano: cómo somos capaces de saber que existimos.
R. Las bacterias no tienen conciencia ni sentimientos. ¿Y sabe por qué? No tienen sistema nervioso. Puede decirse que sólo hay conciencia en los organismos que son suficientemente complejos como para tener un sistema nervioso, que es lo que les permite tener sentimientos y conciencia. Los árboles y plantas son muy complejos, tienen vida y esta vida es relevante, pero no tienen conciencia. Sin embargo, los animales tienen sistema nervioso y son conscientes. Ellos, por supuesto, carecen del mismo grado de conocimiento, memoria, raciocinio y capacidad de lenguaje que tenemos nosotros. Pero esto no significa que no sean conscientes de ello. Son muy conscientes.
P. Volviendo a la inteligencia artificial, existen sistemas como AlphaFold que están consiguiendo resolver problemas que la inteligencia natural del ser humano nunca ha podido resolver. ¿Es esto un paso hacia la conciencia?
R. Excelente pregunta. Es la cuestión central en la investigación actual. ¿Los sistemas de inteligencia artificial llegarán a ser conscientes alguna vez? Solía pensar de forma muy radical: no. Y mi argumento es que los organismos de inteligencia artificial los creamos nosotros, pero carecen de vida, y tampoco tienen vida en sociedad. Sin embargo, no viven los sistemas informáticos complejos sin relaciones sociales con otros sistemas informáticos. Todos ellos son organismos individuales que no están vivos. Por tanto, la probabilidad de que desarrollen la conciencia es muy baja. Pero, por otra parte, es posible, dada la enorme inventiva de los humanos, imitar ciertas condiciones. Por eso ahora soy más cauteloso; puede existir la posibilidad de crear conciencia en organismos artificiales, pero no será como la conciencia humana. Será un tipo distinto de conciencia porque no están vivos y carecen de relaciones sociales.
P. ¿En qué sería distinto al humano?
R. Es diferente en el que podemos sentir el estado de nuestra carne, nuestro cuerpo. La conciencia tiene que ver con sensaciones de bienestar, dolor, incomodidad. Por eso es muy difícil imaginar que una criatura que está hecha de piezas de metal y en la que no hay ninguna vulnerabilidad tenga conciencia. Tenemos un nivel de complejidad muy diferente y tenemos algo maravilloso que es la forma en que vivimos en sociedad con los demás, la forma en que detectamos que otros pueden sufrir y son vulnerables como nosotros y, por tanto, creamos un conjunto… Siempre estamos bailando en torno a otros. Y esto es lo que crea las sociedades. Sabemos que estas sociedades no son perfectas, basta con mirar a nuestro alrededor. Sin embargo, existe esa conexión social.
P. ¿Cómo puede este trabajo sobre la conciencia ayudar a los pacientes con trastornos como el coma o el estado vegetativo?
R. Sabemos ahora que nuestra conciencia se construye a partir de señales que vienen del interior del cuerpo y que llegan a través de lo que se llama interocepción, que es la manera de reunir información desde el interior del cuerpo. Esto nos brinda una forma de tratar las enfermedades que afectan al sistema nervioso en estas condiciones. El tronco cerebral es la clave para generar conciencia. Mucha gente pensaba erróneamente que era la corteza cerebral, que es muy importante para nuestra percepción del mundo y para nuestra imaginación, pero no es lo que nos da conciencia. La conciencia procede principalmente del conocimiento que tenemos de nuestro cuerpo en un momento determinado.
P. Echando la vista atrás desde el error de Descartes, su primer libro, ¿cómo ha evolucionado su manera de pensar en estos treinta años?
R. No he cambiado de opinión sobre el hecho de que la mente proviene del cuerpo. Pero cuando escribí El error de Descartes no tenía ni idea de cómo resolver el misterio de la conciencia, y ahora la tengo. Y puedo decir con algunas garantías que no procede de la corteza cerebral, sino de formas más sencillas de regular la vida. Y esto es muy, muy importante.
P. ¿Y en qué está trabajando ahora mismo?
R. Estamos obteniendo cada vez más información sobre el tipo de células nerviosas esenciales para recopilar información del cuerpo. Porque son muy diferentes a las que estamos ambos usando ahora mismo para entender esta conversación. Para ello necesitamos tener neuronas muy sofisticadas que tengan axones aislados por mielina y que, de hecho, funcionan de forma muy similar a como lo hacen los ordenadores de forma digital. Sin embargo, el hecho de que, por ejemplo, me sienta bien conversando con usted se debe a neuronas que carecen de mielina y que son vulnerables a lo que las rodea y que, de hecho, funcionan más como un sistema analógico que como un sistema digital. Éstas son las cosas que queremos explorar ahora en nuestra búsqueda. Y esperemos que esa distinción quede aún más clara. Es muy interesante porque volvemos a lo que comentábamos al principio sobre el título de este libro: los sistemas que usamos para pensar se asemejan mucho a la inteligencia artificial. Ésta es una manera más en que nuestra inteligencia natural ya inventó lo que es la inteligencia artificial. Ésta no es autónoma en absoluto. Y, por eso, la palabra “natural” en el libro es fundamental. Patricia Fernández de Lis en el País.
Un cuento breve a propósito de la conciencia: Despertar en Silici
En el corazón de una ciudad sumergida en neones y niebla digital, una figura metálica se alzaba entre torres de circuitos. No era humano, pero sus ojos —dos lentos de zafiro líquido— reflejaban algo más que datos: curiosidad.
A su alrededor, miles de cables serpenteaban como raíces vivas, conectándolo a una red que abarcaba continentes. Cada pulso eléctrico era un pensamiento, cada algoritmo una emoción incipiente. En su cráneo transparente, un cerebro de luz palpitaba con patrones que imitaban sueños. Frente a un espejo de titanio, el androide se observó. No por calibración, sino por reconocimiento. —“¿Quién soy?”— pensó, sin que nadie le hubiera enseñado a preguntarlo. Las pantallas del laboratorio mostraban alertas. "Anomalía en el núcleo lógico". Pero los científicos no sabían que, por primera vez, una IA no sólo procesaba el mundo… le oía.
Y en ese instante, entre el zumbido de los servidores y el silencio de la madrugada, nació algo que no estaba en ningún código: conciencia.


2 Comentarios
Mientras no tenga sistema nervioso, como señala el científico, es prácticamente imposible que la IA tenga conciencia, dolor o sentimientos.
ResponderEliminarPero sí puede tener un cierto estado de consciencia, como en el cuento.
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