Comentaba en el anterior post, el artículo de Nicholas G. Carr que publicó en 2008 donde se preguntaba si Google nos hacía más estúpidos. Carr, desarrolló con más profundidad su tesis en 2011 en el libro The Shallow, What the internet is doing to our brains (Las aguas polca profundas, lo que Internet está haciendo a nuestros cerebros).
Entre las muchas cosas interesantes que explica Carr, hay una que sorprende especialmente: muchos profesores universitarios han dejado de leer libros porque son incapaces de concentrarse. Ya no se trata de aprender, profundizar, meditar, digerir; se trata sólo de remover las ancas para la capa más superficial de todos los temas que se le presenten. Todo es apariencia, en este caso apariencia de saber. Sólo importa surfear, bucear es demasiado exigente y poco exhibicionista por quien sólo quiere enseñarse.
Comentaba hace un tiempo en hablar sobre el arte de distraerse, como me costaba cada vez más leer, sobre todo novelas, que de hecho es una cuestión - parece - de edad, o quizás de saturación, pero es cierto que leo mucho a través de la pantalla y poco en los libros, aunque este no es el caso de los profesores universitarios de quien nos habla Carr, afectados por surfear en las aguas superficiales y poco profundas de internet.
Una mente clara y privilegiada como la de George Shultz, secretario de Trabajo y secretario del Tesoro con Richard Nixon y posteriormente secretario de Estado con Ronald Reagan, explicaba que cada día necesitaba un largo periodo de reflexión en solitario, que sólo podía interrumpir su mujer o el presidente, para llegar a conclusiones sólidas. Shultz cocinaba a fuego lento sus platos. Hoy las mentes afortunadas prefieren, mayoritariamente, renunciar al hervor y volcarse cada 15 minutos en la barra del fast food de las ideas. Rápido y sabroso. Cerebros obesos. La dieta cuenta.