EL MAL ESPÍRITU


  • ¡No os reprimisteis, compañeros, ni cuando la sangre de los muertos de la Rambla era tibia!

Más allá de los formales lamentos y de las declaraciones de condolencia, constato cierta frialdad española ante los ataques terroristas en Catalunya. En los balcones y plazas de España, no veo muchos gestos emotivos como el de Turistmadrid, que iluminó Cibeles con la senyera. Las redes sociales hierven de solidaridad, pero no de fraternidad. Abunda la condolencia educada: palabras de impoluto tanatorio. El mismo tono correctísimo, gerencial, del presidente Rajoy, que no ha pronunciado una sola palabra viva, tan sólo fórmulas convencionales. No lo digo en pose melindrosa o para contribuir al victimismo. No me quejo, no recrimino. Lo constato. La realidad nunca se equivoca: la agria batalla política no ha pasado en vano.

No han pasado en vano estos últimos años de independentismo hegemónico, en el que abundó en Catalunya el estúpido recurso a la demonización de España. Pero tampoco han pasado en vano los tres lustros de amonestaciones, reticencias y críticas constantes que la política catalana ha recibido por parte de la España mediática y política debido a la política lingüística o a la renovación del Estatut. No han pasado en vano los silbidos al himno español, ciertamente. Pero tampoco los lustros de adoctrinamiento mediático de los españoles de buena fe. Un adoctrinamiento ejercido por los diarios capitalinos en contra de cualquier visión de las cosas que no coincidiera con el nuevo uniformismo. Un adoctrinamiento que iniciaron los intelectuales liberales de izquierda (en su combate contra ETA) y que Aznar articuló políticamente, corrigiendo –de facto– el título VIII de la Constitución y favoreciendo, a la postre, que el TC avalara tal viraje.
Para conseguir este objetivo reuniformador (que, oponiéndose a Felipe VI, confunde unidad con uniformidad), los medios de la capital han trabajado sin descanso. Con éxito: ya antes de optar mayoritariamente por el independentismo, el pacífico catalanismo se convertía en un problema más insoportable para los españoles que la violencia etarra.

Este adoctrinamiento ha calado. Por eso os pido, compañeros de Madrid, que no señaléis, tan sólo a los que, poseídos por el resentimiento alérgico, han pitado el himno de España y han quemado ro­jigualdas o fotos del Rey. No señaléis tan sólo los gestos hispanófobos, de los que me avergüenzo siempre (y por escrito). No señaléis tan sólo la aportación ca­talana a la gran desavenencia. No, sin antes miraros al espejo. No señaléis la lamentable hispanofobia sin antes denunciar la persistente catalanofobia (aunque sólo sea porque tiene raíces mucho más antiguas).

¿Pero por qué os pido algo que nunca cumpliréis? ¡No pudisteis reprimiros ni cuando la sangre de los muertos de la Rambla era tibia! ¡Corristeis a escribir deprimentes editoriales en los que se mezclaba la atrocidad de los yihadistas con el proceso independentista! Ins­trumentalizasteis la tragedia para con­seguir rendimiento político. Habéis ­despertado el mal espíritu que por partida doble torturó a las víctimas madrileñas de Atocha. ¡Lo habéis despertado otra vez!


ANTONI PUIGVERD
lavanguardia.com

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