Imaginemos un jabalí removiendo las sobras de un contenedor de basura ... suponiendo que este contenedor no la haya quemado nadie. O pensemos en un gato que se ha colado en la cocina, o una rata en mitad del vertedero, o una vaca pastando en los prados verdes, que es más idílico. Es igual. Lo importante es que el comportamiento de los animales cuando buscan comida se parece mucho a lo que impulsa nuestro trajín en las redes sociales.
No lo digo yo, que además soy insumiso, sino un informe de varias universidades (Boston, Nueva York, Zúrich...) que se han dedicado a estudiar el tema. Si un mono de laboratorio sabe que tocando una tecla le cae un trozo de plátano, la tocará muchas veces. Si un 'selfie' o un tuit generan una avalancha de «me gusta», el internauta repite inmediatamente; pero si no, se para. Es lo que se llama aprendizaje por recompensa. Incluso la sepia se apunta a este juego.
Nada nuevo bajo el sol si no fuera por la adicción y la ansiedad que genera esta búsqueda desesperada de reconocimiento a través de unos canales -las redes- que actúan como turbopropulsores de todo: lo bueno, lo malo y lo regular. El objetivo es construir una identidad de éxito, pero los referentes en estas redes suelen ser una estafa, por inalcanzables.
«Esto ya está muy estudiado», le decía el otro día a Josep Cuní el escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez, muy interesado en el fenómeno. Y tiene razón; lo malo es que no parecemos hacerle ni puñetero caso a las señales de alarma. Quizá por eso hay otra pandemia en marcha en el que nada deja poso y en el que los criterios de atención son cada vez más educados en el mundo digital: abrazamos lo virtual, no real.
El profesor José Carlos Ruiz lo define como «bulimia emocional» en su libro 'Filosofía ante el desánimo', una lectura muy recomendable para estos tiempos de confusión y vértigo. No se trata de cerrar las redes ni de prohibir nada -dice-, pero sí de gestionarlas desde un pensamiento crítico que nos permita distinguir el yo virtual del yo real. Creo que deberíamos hacer caso, porque jabalíes, no lo sé, pero hay personas que cada vez se parecen más a un avatar.
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