Conozco a poca gente que confiese que le gustan las fiestas de Navidad, por lo general la expresión más común es: ya quisiera estar al día siete de enero, o sea que la mayoría abominan de estas fiestas, y supongo continúa con el ritual de estas fiestas como una rutina más, que se repite año tras año. Sinceramente, el espíritu navideño hace años que lo he perdido, cada año falta más gente a la mesa a la hora de la comida y aunque también se añaden, ya no es el mismo. Este año faltarán dos, mi padre y José, y dos más indirectos Anita y Imma, demasiados en un solo año, francamente no estoy para grandes celebraciones.

He encontrado un escrito hace cinco años donde evocaba las Fiestas de Navidad de mi infancia en Sant Feliu de Codines:

EVOCACIÓN DE NAVIDADES PASADAS

A pesar de no ser demasiado proclive a evocar tiempos pasados, de vez en cuando, quiera o no quiera uno, los recuerdos aparecen. Pensaba ayer en las Navidades de pequeño. Las pasaba con mis padres en Sant Feliu de Codines en casa de los abuelos paternos. Él, el Luis del aceite y ella María de Can cotillaire. La Navidad se celebraba como digo en la casa de los abuelos y venían las tres hermanas de mi padre con sus cuñados y mis primos y primas.
Evocaba aquellos Navidades en el sentido de cómo han cambiado las cosas, pues el plato estrella que no se comía en casi todo el año salvo la fiesta mayor era el pollo asado y canelones. El pollo no era un producto barato como ahora y en aquellos tiempos se consideraba un extra que se comía en Navidad y para la fiesta Mayor, y no hace falta que os diga que los canelones de la abuela María eran buenísimos.
Con el abuelo íbamos a comprar una botella de champán que se hacía envolver con papel de periódico y la ponía en el capazo, pues no quería la gente supiera que compraba pues era un producto de lujo, y aquella botella había que repartirla entre todos, niños incluida, lo que significa que poco debía tocar por barba.

El abuelo Luis tenía la costumbre que conservo de beber el vino en porrón, pero con una norma que nadie se podía saltar, hasta que él no lo levantaba para echar el primer trago nadie lo podía coger. Cuando bebía con el porrón lo hacía por un lado chasqueando con la lengua, y una vez dejaba el porrón ya lo podía usar el resto de comensales.

La abuela no paraba nunca sentada, siempre arriba y abajo, y recuerdo el comentario - supongo o quisiera suponer que cariñoso - del abuelo cada vez que iba trasegando arriba y abajo: "¡mira la burra, no parará a sentarse a la mesa no!", Pero él no se levantaba nunca ni había sacado en su vida un plato de la mesa. La abuela siempre se sentaba en una punta de la silla presta para levantarse en cualquier momento, hasta un día que resbaló y terminó de culo por el suelo y con el abuelo dándole a sobre la lata. Eran otros tiempos y otra cultura que sólo hemos pulido, no nos engañemos.

Aquellas Navidades tenían la calidez que tienen siempre las Navidades, con la escudella y galets de primero y como ya he dicho anteriormente canelones y pollo después, amén de una larga sobremesa con la lectura de pie sobre la silla del verso o décima que se decía antes. Antes, cuando no es que fuéramos más felices porque todo fuera mejor, es que éramos niños y la vida desde el punto de vista de un niño se ve de otra manera, como cuando todavía crees en los Reyes Magos que siendo como es la parte más bonita y emotiva de estas fiestas de Navidad no es más que una mentira, la primera mentira que descubres de pequeño y la que te hace más daño


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¡FELIZ NAVIDAD A TODOS!

BON NADAL A TOTHOM!